Al leer el titular “La exministra Ana Palacio compara el éxito de Podemos y Ada Colau con el del Estado Islámico” llega a pensarse que la última responsable de Exteriores de Aznar, exvicepresidenta del Banco Mundial y hoy directiva de Enagás y de la multinacional nuclear francesa Areva, ha perdido completamente el juicio.
Ella y ese encabezamiento, sin más lecturas, fueron un tema reiterado en las tertulias de radio y televisión de este fin de semana, que explotaron al máximo “esa locura, que es comparar a Colau o a Podemos con los asesinos del Califato”, como dijo un tertuliano progresista, que exigió “cerrarle la boca con cinta americana”.
Hay que leer la información completa o, mejor, oír la grabación de su intervención este viernes en el Círculo de Economía de Sitges (Barcelona) para descubrir que, siendo cierto, el titular por sí solo manipula una intervención merecedora de reflexión.
Porque todos los movimientos revolucionarios nacen de la nostalgia de un pasado supuestamente mejor, como describen los poetas, artistas, antropólogos, sociólogos e historiadores.
Son ellos quienes recuerdan el término “Arcadia feliz” que usó Palacios para hablar del sueño neocomunista de Colau y Podemos, o del salafista, la Arcadia musulmana del Califato del Daesh.
Son revolucionarios que nunca conciben algo nuevo, sino que miran, por ejemplo, al hombre primitivo organizado en supuesta células comunistas, como afirmaba Lenin, o a esa provincia griega, la Arcadia supuestamente feliz de los artistas de la antigüedad y del Renacimiento.
Esa añoranza del mundo idealizado debe reconquistarse con guerras, como las del primer islam que reproduce el Daesh-Califato, o con las neocomunistas, de Colau o Podemos, que resultarán involuciones leninistas o chavistas que terminarán como la revolución soviética, maoísta y pronto la cubana: copiando lo peor del capitalismo.
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SALAS