Como la historia es cíclica y el tiempo se va deshaciendo en espiral o embudo conviene recordar lo que sucedió en Cataluña hace 81 años, el 6 de Octubre de 1934, cuando Lluis Companys proclamó desde el balcón de la Generalidad la institución del “Estado Catalán de la República Federal Española”. Nos separan 81 años de aquel episodio, pero muchos de los actores políticos repiten papel en la representación (pienso en ERC). Aunque ahora los modos parecen mas oficialistas, puesto que la proclamación la hizo la Forcadell en el Parlamento catalán frente al resto de políticos y no de cara al pueblo, en la plaza, frente a seguidores entusiastas como hizo Companys, hay un motivo común en ambos: la nostalgia de identidad. El nacionalismo es la construcción mental más importante del siglo XX, gracias a ella hemos disfrutado en el planeta Tierra de fabulosas matanzas, pero en esta historia de opresores y oprimidos, padres castradores e hijos castrados siempre hay en juego algo que no se ve, algo que está oculto bajo el discurso emocional: el viejo invento del dinero. Para Cataluña no importa la señera, la inmersión lingüística ni el problema territorial, lo único que está en juego en esta afrenta freudiana es el canut.
Recuerdo en mi primera adolescencia las palabras de mis padres cuando la cosa se ponía terca: “mientras vivas en esta casa harás lo que te digamos”. Que la obediencia se circunscribiera únicamente al hogar paterno creaba en el mundo unas expectativas trasgresoras y felices que luego nunca se cumplieron: cuando me independicé la casa de mis padres se convirtió en el refugio que siempre había sido. Que algo se convierta de repente en lo que siempre ha sido es una cuestión realmente inquietante. El problema no está en las cosas sino en cómo las cosas se formulan dentro de uno. Así que la frase de mis padres con los años pasó de amenaza a premonición. Mariano Rajoy, persistiendo en su política paternalista, a medio camino entre el zen y la idiotez, dijo horas después de la declaración de Forcadell: “Mientras yo sea el presidente del Gobierno España seguirá siendo una nación de ciudadanos libres e iguales; la justicia prevalecerá sobre la sinrazón y todos estaremos sometidos a la ley y a las resoluciones de los tribunales”. España nunca ha sido una nación de ciudadanos libres e iguales, los hay más libres que otros y los hay menos iguales; la justicia nunca ha prevalecido sobre la sinrazón, más bien ha sido al contrario, y no todos hemos estado sometidos a la ley.
Lo que viene a escupir el desafío catalán es una larga disputa que el franquismo ocultó durante cuarenta años; el problema territorial deberán afrontarlo quienes hacen Estado, pero no veo yo que haya legitimidad en el resultado de las últimas elecciones, donde el grupo que ondea la bandera de la independencia no alcanzó la mayoría en el Parlamento catalán, más bien parece una coartada traída por los pelos. Así que no es una cuestión que tenga las matemáticas a favor. España, siglos después, no da con la tecla de la convivencia identitaria; mientras otras naciones han conseguido alcanzar su identidad aquí parece que nos da vergüenza, que todo lo que huele a unidad bebe de las fuentes de antiguas discordias, vemos al Estado como se ve al padre, y Freud ya ha pasado de moda.
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