Uno empieza a beber sin saber a qué sabe lo que se bebe y amar con la misma ignorancia. Vivir tampoco escapa a esa inocencia hermosa de avanzar a ciegas. Solo tenemos algunas certezas, y no duran. Quizá no haga falta que nos acompañen siempre. El defecto consiste en creer que se deben tener las ideas fijas. Como si valiesen más que nosotros mismos. Como si ellas nos gobernaran y no al contrario. Yo he ido mudando de unas a otras a conveniencia de la edad en que las poseía. A veces influye el estado de ánimo, que es una cosa de muy difícil manejo, por mucho que uno se obstine en administrarlo y sacar siempre su lado más agraciado. Hay días de ideas peregrinas y otros en los que, ah fatum, somos sublimes durante unos minutos y hacemos sonreír a las piedras. Días de absoluta flaqueza, contrariamente a lo que pudiera pensarse, dan una viva riqueza al espíritu. En la precariedad de la pereza la cabeza vive sus momentos de esplendor y se explaya. El verano no contribuye a que nada permanezca, salvo el sudor, claro. Yo he sudado en éste como nunca en mi vida. Un sudor bíblico, un sudor de resonancias cósmicas. Se suda también sin saber el porqué. No hablo de los motivos fisiológicos, Del sudor no hay una bibliografía de enjundia, al modo en que la posee el amor, la pasta italiana o los índices de precios al consumo, pero el sudor ha levantado imperios y ha provocado suicidios. No sé las cifras de gente que eligen el verano para despedirse de los rigores de este mundo. El frío nos hace más domésticos, nos recluye en la mesa camilla, nos hace fuertes contra el exterior. Se acerca el otoño. Viene lejos todavía, pero se oye cómo avanza. Anoche pensé en todo lo que voy a hacer cuando regrese el frío. Casi nada de lo que proyecté para cuando arreciase el calor ha sido cumplido. No he salido a pasear como quise. No he revisado todo el cine en blanco y negro que he ido aplazando en época de trabajo. Tampoco he he escrito la novela de todos los veranos. No lo haré nunca, pero disfruto con la posibilidad de que en alguna ocasión el azar (qué sería si no) me haga escribir un párrafo desde donde salgan todos los demás. Es el párrafo el que abre la trama. Todas las grandes historias empiezan con la seguridad de un párrafo que nos emociona y del que nos sentimos enteramente satisfechos. Hay días que poseen también su párrafo heroico. Luego, en ocasiones, se tuercen los renglones, que no solo Dios va a tener los suyos, pero incluso torcidos, los días dan líneas espléndidas, partes de la trama que salvan la trama completa.