Hoy escuchaba mi programa de radio favorito y hablaban de lo bueno que trae consigo el frío, a propósito de la temperatura que baja cada día más en nuestra capital chilena. La mayoría de las opiniones femeninas decían que lo mejor era regalonear y quedarse acostadita acompañada de la pierna peluda. Miré para el lado y vi mi cama sola (imaginar mi puchero y carita de pena). Y justamente hace unos días, con la primera lluvia del año, me invadió una inmensa nostalgia por mi último invierno, en donde jamás pasé frío porque estaba en la tibia compañía de Mi Viejo.
Recuerdo los fines de semana eternos en su habitación, sintiendo el ruido de la lluvia sobre el techo y nosotros sin inmutarnos viendo películas toda la tarde. Nuestras tardes de “flim” sin levantarnos en todo el día y hasta comiendo pizza en la cama.Recuerdo que al dormir me cedía su lado con calienta-camas, y permanecía pegadito a mí a ver si le llegaba algo de calor.
Recuerdo que los días de trabajo se levantaba temprano para prepárame el baño, dejaba por largo rato la llave de la ducha abierta para que el agua me saliera muy caliente, ponía un calefactor en el baño para que no pasara frío al desnudarme, me esperaba con la toalla calentita al salir del agua y la estufa en el dormitorio para vestirme.
Recuerdo que me gustaba ponerme su polerón blanco para abrigarme y regañarlo por ese feo polar negro que tanto usaba.
Recuerdo cuando se paseaba por toda la casa tras de mí con el calefactor, buscando lugares estratégicos para que no me entumiera sin importar donde me moviera.
Recuerdo cuando se reía de las mil capas de ropa que yo usaba, y de mi particular “depilada de invierno”.
Recuerdo como me obligaba a permanecer en el auto, con la calefacción a todo dar, mientras él se mojaba bajo la lluvia para abrir el portón y rápidamente encender la estufa para que así no me enfriara nunca.
Recuerdo cuando me dijo “no puedo trabajar tranquilo sabiendo que yo estoy calentito y tú pasas frío” y me regaló un termoventilador para mi oficina.
Miro a través de la ventana nublada por lágrimas de lluvia, y en cada gota se dibuja un recuerdo de Mi Viejo y yo en aquel feliz invierno. ¿Si aún lo quiero? ¿Si lo extraño? Eso es lo único que prefiero no recordar. Solamente me queda esperar estos eternos tres meses para que esta nostalgia fabricada de frío y lluvia se vaya cuando los cerezos comiencen a florecer, y nazcan esas mariposas que habitarán en mi panza y que con su revoloteo se harán amigas del olvido.
Ahora recuerdo una canción de Los Prisioneros: “recuerdo cuando dije que este invierno sería menos frío que el anterior, y aquí estoy, congelándome”.