Revista Cultura y Ocio
(En voz alta). Verdaderamente singulares, incluso mágicas, son las noticias que de cuando en cuando me llegan del Universo Lautréamont. Esta recensión de poseedores (o poseídos) de (por) los ejemplares de la primera edición de Les Chants de Maldoror tiene, además de las inconfundibles emanaciones del alma bibliófila, cierto sentido de lista de conjurados o nómina de principales invitados a una fiesta que, en estos tiempos de la peste, también cobra un sentido especial. Como concluye el minucioso recuento, «dans bien des cas on ne discernera plus vraiment qui, du livre ou de son propriétaire, est véritablement le possédé». Algo que tal vez pueda decirse de todo buen libro, pero que en este caso tiene algo de aviso que se cumple. Que no en vano el propio Conde, al iniciar su canto, pide al lector una cautela extrema para que (y cito de memoria y traduciendo) estas páginas llenas de veneno no disuelvan su alma como el agua el azúcar. Avisados estamos.