A MUCHOS HA sorprendido la rapidez con la que se han comprometido fondos para la resurrección de Notre Dame tras el pavoroso incendio que la ha devastado. “Solo es un templo”, han venido a sugerir los más escépticos, ante la `espontánea solidaridad´ de las grandes fortunas y empresas francesas. Donaciones millonarias, a cambio seguramente de beneficios fiscales, no nos engañemos, para financiar la reconstrucción, que también contará –y tal vez sea esto lo más importante– con la movilización popular.
Más allá de la dimensión financiera, la tarea a la que se enfrenta Francia es inmensa porque no estamos tan solo ante una titánica rehabilitación. Lo que está en juego es una suerte de aventura colectiva que, bien encauzada, puede servir como argamasa para cohesionar un país fracturado socialmente. Una catedral herida de muerte no es una nación, pero de momento esas ruinas ardientes ya han servido para crear una extraña y rara comunión. La de todos juntos remando en la misma dirección ajenos a los enfrentamientos políticos.
Superado el estado de shock inicial al ver ardiendo como una tea uno de los símbolos de la cultura universal, el reto ahora es de unas dimensiones colosales, artísticas y técnicas, pero también cívicas. Estamos ante una catedral que ya era mítica, que era una leyenda antes de la tragedia y que, sin duda, emergerá fortalecida. Desde ese punto de vista, Notre Dame de París ha empezado a ser Notre Dame del mundo. Porque esta catedral, y esa es su magia imperecedera, tiene algo que es patrimonio de todos los europeos, sean o no católicos.Un templo que ha sobrevivido a varias revoluciones, que ha sufrido los embates del breve movimiento insurreccional de la Comuna y que aguantó indemne dos guerras mundiales, merece recuperar su esplendor. Entre otras cosas porque, cuando muchos dudan de Europa, la devastación del símbolo de París, ha obrado el milagro de sacar del baúl de los recuerdos aspectos de una milenaria cultura colectiva tan envidiable como, con frecuencia, olvidada.El significado de esta obra maestra medieval trasciende los límites de Francia, herida en lo más profundo y hermoso que tiene: su cultura. Su esqueleto humeante se ha convertido –parafraseando el titular del diario Libération– en “Notre Drame”. En esto, quiero pensar, estarán de acuerdo los católicos y también muchos no creyentes, o ateos de cultura católica.Fluctuat nec mergitur, “Se tambalea pero no se hunde”, cuan cierto es el lema en latín de la capital francesa. Herida, mas siempre en pie. Amén.