Revista Cultura y Ocio

«Novecento», con Miguel Rellán

Publicado el 03 junio 2014 por Juliobravo
«Novecento», con Miguel Rellán
«Novecento» es un delicioso relato que el escritor italiano Alessandro Baricco escribió en 1994. Lo hizo, explica el propio autor en el prólogo del libro, para ser interpretado como monólogo por el actor Eugenio Allegri, bajo la dirección de Gabriele Vacis; se estrenó en el festival de Asti, una ciudad situada en el noroeste de Italia.

Alessandro Baricco es un autor que me gusta especialmente. Le descubrí en esa joyita titulada «Seda» y me gustan su sensibilidad y el tono acariciador de sus historias. La de «Novecento» es apasionante y tiene tintes de «realismo mágico» a la italiana. Cuenta la historia de Danny Boodman T. D. Lemon Novecento, un asombroso y excepcional pianista que nació a bordo de un barco, el «Virginian», del que nunca bajó. Otro músico, el trompetista que tocó en el barco junto a Novecento, es quien la narra en un relato azulado, magnético, apasionante y lleno de sugerencias.

Raúl Fuertes se enamoró del texto y lo llevaba hace años en el bolsillo esperando encontrar al actor adecuado para narrar la historia de Novecento, el pianista del océano. Y lo encontró en Miguel Rellán, con el que coincidió hace un par de años en «Luces de Bohemia», donde era uno de los ayudantes de dirección de Lluís Homar. Y está claro que acertó. No es fácil, por sólido que sea el texto (y éste lo es), enfrentarse a un monólogo de casi hora y media sin más armas que el gesto y la palabra. Y Rellán lo hace; a pesar de que se cuenta la historia de un pianista, y la música tiene un papel protagonista en el relato, en este espectáculo no suena una sola nota; todo se deja a la imaginación del espectador. Tampoco hay escenografía, y el vestuario no puede ser más simple: un traje claro.
Pero el talento de Rellán consigue trasladarnos a ese mundo fantástico que dibuja Baricco, y nos hace navegar por las emociones del narrador y nos adentra en la enigmática personalidad del pianista. En un concierto rítmico y afinado, donde la música es su voz, el actor tiñe las palabras de entusiasmo, de nostalgia, de tristeza o de melancolía, para colorear las palabras del autor, y convierte el monólogo en una primorosa función teatral.

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