La carroza de Bolívar Evelio Rosero
NARRATIVA (F). Novela
Enero 2012
Andanzas CA 772
ISBN: 978-84-8383-356-8
País edición: España
392 pág.
19,23 € (IVA no incluido)
En apariencia, el doctor Justo Pastor Proceso lo tiene todo para sentirse afortunado: es ginecólogo en Pasto, una pequeña ciudad al sur de Colombia, tiene dos residencias, una mujer atractiva, una hija pequeña y otra adolescente, y una afición para sus ratos libres: investigar la verdadera historia de Simón Bolívar. Pero los enredos en los que se ve envuelto a raíz de la fiesta de los Inocentes y los desfiles carnavalescos del año 1966 hacen caer las falsas apariencias, y el sorprendido doctor Justo Pastor Proceso asume que en realidad su mujer se burla de él, sus hijas no le tienen demasiado en cuenta, y sus amigos se aprovechan. Cuando el cacique local la emprende a tiros contra los artesanos que preparaban una carroza burlesca, al doctor se le ocurre aprovecharla para que el grupo escultórico muestre en su lugar la catadura histórica del libertador Bolívar. El vodevil da paso a la farsa y la farsa a un peligro real y una amenaza fatídica. En la Colombia de los años sesenta, todos prefieren vivir en falso antes de cuestionar los mitos fundacionales.
Ficha del libro
Y así, espeluznando ciudadanos por las calles, trazaría su camino famoso hasta el centro álgido de Pasto: las altas puertas de la catedral, y ante ellas se arrodillaría y rezaría como sólo un simio entrenado suele hacerlo, convencido de la palabra de Dios, arrepentido, maravillando fieles, escandalizando curas, porque ni siquiera el obispo de Pasto —monseñor Pedro Nel Montúfar, más conocido como «el Avispo», amigo y condiscípulo desde niños— se vería excluido de la broma, lo visitaría en su palacete, lo asediaría, lo embestiría, y, si lo dejaran, vestido de simio, meterse al palacio de la gobernación, también fastidiaría al gobernador Nino Cántaro, otro condiscípulo de la primaria, pero nunca un amigo, el primero del colegio, «el Sapo», sería soberbio corretearlo por los predios del poder, pero no se lo permitirían los soldados que custodian la gobernación, a lo mejor uno de esos mentecatos consideraría seriamente la realidad de un simio enloquecido por las calles de Pasto y dispararía no una sino tres y cinco veces para asegurarse de no dejar vivo al simio feligrés —que se atrevió a arrodillarse.
Muerte de una heroína roja de Qiu Xiaolong
POLICIACOS (F). Otros
Enero 2012
Andanzas CA 773
ISBN: 978-84-8383-371-1
País edición: España
440 pág.
19,23 € (IVA no incluido)
Un viernes de mayo de 1990, Gao Ziling, capitán de la patrullera Vanguardia, sale a pescar con un amigo al que no veía desde la época del instituto. De regreso, en el canal Baili, a unos treinta kilómetros al oeste de Shanghai, algo impide el avance de la patrullera. Cuando Gao se lanza al agua para ver qué le ocurre a la hélice, descubre una gran bolsa de plástico negra y, en su interior, el cadáver de una joven desnuda. El capitán Gao avisa de inmediato a la policía y, casualmente, atiende su llamada el subinspector Yu, quien trabaja a las órdenes del inspector jefe Chen. Éste, recién ascendido y tras estrenar piso, no tardará en descubrir que la joven, empleada de los grandes almacenes Número Uno de Shanghai, era una trabajadora modélica cuya entrega a la causa del Partido la convirtió en una celebridad. Ahora debe investigar qué se oculta detrás de la muerte de esa «heroína roja».
Ficha del libro
—No me lo puedo creer —se indignó Gao—. El gran científico que fabrica bombas nucleares gana menos que un insignificante vendedor ambulante de huevos cocidos en té. ¡Es una vergüenza!
—Así es la economía de mercado —añadió Liu—. El país cambia, y cambia en la dirección correcta. La gente vive mejor.
—Pero es una injusticia..., quiero decir, en tu caso.
—Bueno, actualmente no puedo quejarme demasiado. ¿Puedes imaginarte por qué no te escribí durante los años de la Revolución Cultural?
—No, ¿por qué?
—Me acusaron de intelectual burgués y me encarcelaron durante un año entero. Incluso después de ser liberado, seguí siendo un personaje «políticamente turbio», de manera que no quise comprometerte.
—Lamento mucho lo que me cuentas —dijo Gao—, pero tendrías que haberme informado. En realidad, debería habérmelo imaginado al ver que me devolvían las cartas.
—Todo eso ya pasó —replicó Liu—. Aquí estamos de nuevo, juntos, pescando y desquitándonos de los años perdidos.
—¿Sabes? —dijo Gao, deseoso de cambiar de tema—, tenemos bastante para preparar una buena sopa.
—Una sopa deliciosa, sí... ¡Mira, ha picado otro! —exclamó Liu y comenzó a tirar del hilo que traía una perca—. ¡Mide casi treinta centímetros!