Revista Cultura y Ocio
Luz y oscuridad de Natsume Sōseki
ISBN: 978-84-15578-94-9 Encuad: Rústica Formato: 14 x 21 cm Páginas: 448 PVP: 19,95 €
Luz y oscuridad está considerada la obra maestra perdida de Natsume Sōseki, el autor más importante e influyente de la literatura japonesa del siglo XX. La novela, que se publicó de manera póstuma y que quedó aparentemente inacabada, disecciona la descomposición de una pareja sometida a los convencionalismos sociales de la época y las tiranías de la vida familiar. Tsuda, el protagonista de la historia, es un oficinista algo enfermizo que acaba de casarse con la bella O-Nobu. A pesar de las apariencias, la pareja no es feliz, pues ella sospecha que su marido no la ama realmente. Poco a poco, la presión del entorno y la imposibilidad de desarrollar una vida plena y satisfactoria llevan a la pareja al borde del abismo. Repentinamente, en mitad del proceso aparece una sombra del pasado: una mujer a la que el protagonista amó y que podría dar un giro definitivo a su destino.
Ficha del libro
La mujer de Tsuda tenía la piel muy blanca, lo cual hacia que sus cejas tan bien proporcionadas destacasen especialmente en el conjunto de la cara. Tenía, además, la costumbre de moverlas mucho. Por desgracia, sus ojos eran demasiado rasgados y sus parpados no poseían ningún atractivo. Sin embargo, de su mirada emanaba un fulgor de un negro profundo y ella sabía sacarle buen partido. De vez en cuando incluso, adquirían una expresión que podía calificarse de despótica. Sin darse cuenta, Tsuda se dejaba atrapar en ocasiones por la luz que nacía en aquellos pequeños ojos. Otras, en cambio, sin ninguna razón particular, le repelían. Levanto la vista, miro a su mujer y, en un destello fugaz, observo que poseían una extraña fuerza. Su brillo singular no armonizaba con las dulces palabras que había pronunciado hasta ese momento. Trato de pensar en una respuesta adecuada, pero su mente había quedado obnubilada por la fuerza de aquella mirada. Ella sonrió descubriendo unos hermosos dientes perfectamente alineados. En ese mismo instante, la expresión de su mirada se desvaneció. —Es broma, el teatro no me importa… Me he comportado como una niña caprichosa. Tsuda guardo silencio. No podia dejar de mirarla. —¿Por qué me miras con esa cara tan seria…? —continuo ella—. Ya he renunciado al teatro. Hala, vete a ver al doctor Kobayashi y que te opere. ¿Eso es lo que quieres, no? En un par de días escribiré a los Okamoto. O mejor, iré yo misma a verles. —Ya que nos han invitado, ve tú al menos a la función. —No, no voy a ir. Es más importante tu salud que una obra de teatro. Finalmente, a Tsuda no le quedó más remedio que sincerarse con su mujer y explicarle los detalles de la operación a la que iban a someterle. —Una operación así no es algo tan simple como sajar un forúnculo. Antes de nada, tienen que administrarme un laxante para limpiar por completo los intestinos. Después de que me corten, corro el riesgo de desangrarme por lo que me tienen que colocar un drenaje y debo guardar cama cinco o seis días. Aunque decida operarme el domingo que viene, no te creas que me libraré de tener que faltar a mis obligaciones durante la semana. Si lo pospongo al lunes o al martes no hay mucha diferencia. Si lo adelanto, y me opero mañana o pasado mañana, es lo mismo. Visto desde esa perspectiva, al menos, no parece una cosa tan grave… —No sé, la verdad. Si tienes que guardar cama durante una semana sin moverte… La mujer de Tsuda arqueó las cejas. Tsuda, indiferente a su comentario, estaba a otra cosa. Apoyó el codo derecho sobre el borde de la mesa del brasero. Se quedó absorto en la tapa de la tetera de hierro que había encima y escuchó el borboteo del agua que hervía dentro. —En ese caso, tendrás que pedir una semana de permiso en el trabajo. —Sí. Tengo que arreglar las cosas con el señor Yoshikawa y decidir la fecha. No creo que pase nada si me tomo unos días libres sin decir nada, pero prefiero hacer las cosas como es debido. —Sí, mejor habla con él a ver que te dice. Después de todo, siempre se ha comportado muy bien contigo. —Seguro que en cuanto se lo diga me obligara a ingresar inmediatamente. Al escuchar la palabra «ingresar», ella abrió todo cuanto pudo sus ojos rasgados. —¿Ingresar? No vas a ingresar, ¿verdad? —Me temo que sí. —¿No dijiste que el doctor Kobayashi pasaba consulta en una clínica y que sus pacientes no ingresaban? —Bueno, cierto, no es un hospital al uso, pero disponen de una habitación en la planta de arriba y el doctor me dijo que puedo quedarme allí durante todo el tiempo de mi convalecencia. —¿Esta limpia? Tsuda sonrió amargamente a su mujer. —Puede que incluso más limpia que nuestra propia casa. En esa ocasión le correspondió a ella devolverle un gesto amargo mezclado con su sonrisa de circunstancias.