Revista Cultura y Ocio

Novela blanca

Publicado el 21 septiembre 2011 por Javiermoreno

El bien y la felicidad no requieren justificación. Es conocido el díctum de que con los buenos sentimientos no puede hacerse buena literatura. Y es cierto. A nadie se le ocurriría intentar novelar la cadena de actos que conducen a alguien a adoptar un perro desahuciado (salvo que dicha adopción constituyera un acto de redención). Ningún escritor en su sano juicio hallaría en el acto de regalar una flor a una enamorada un motivo para componer una novela de quinientas páginas (¿por qué lo hizo, qué le condujo hasta ahí?, etc). Es el mal el que pone en marcha el mecanismo de lo narrativo, con su cadena de preguntas a las que se busca dar respuesta. Al mal se le buscan las causas, nunca al bien. Esto es lo que hace que la gente lea novela negra y que no haya ningún género llamado ‘novela blanca’, aunque ahí va la idea por si a alguien se le ocurre algo interesante con ello.

Leí hace poco la novela El adversario, de Emmanuel Carrère, una novela que recuerda ciertamente a A sangre fría, de Truman Capote. Lo que me interesa de ambas novelas no es el género documental, la investigación –acerca del- criminal sobrevenida literatura sino el hecho de que el criminal entienda de un modo más o menos consciente que el escritor puede redimirle de su crimen. Y no hablo de una redención ultramundana, sino la única redención a la que podemos aspirar, la de un relato coherente del que seamos protagonistas, el de nuestra vida. Hace poco leí en la magnífica novela de Houellebecq El mapa y el territorio una justificación en boca del autor para optar por el enterramiento y no por la incineración. El argumento venía a ser que el hombre es un ser que aspira a un destino singular que lo aleja definitivamente de la naturaleza. La lápida vendría a ser entonces la carta de ajuste de la historia de una vida. Pues algo parecido pasa con Emmanuel Carrère en relación a su persona(je) Jean-Claude Romand, un criminal capaz de acabar con la vida de su mujer, hijos y padres, un hombre capaz de engañar durante años a sus familiares y amigos haciéndose pasar por quien no era en realidad. Lo apasionante de la propuesta de Carrère es que la escritura del libro se propone desde el inicio como un pacto a través del cual Jean-Claude Romand podrá acceder a las claves de su vida, es decir, llegar a conocerse a sí mismo a través de la escritura de Carrère:

Cuando le pedía detalles sobre su vida en la cárcel, tampoco era más concreto. Me daba la impresión de que no se interesaba por la realidad, sino solamente por el sentido que se oculta detrás de ella, y de que interpretaba como un signo todo lo que le sucedía, en especial mi intervención en su vida. Se declaraba convencido «de que la forma de ver que un escritor tiene de esta tragedia puede completar y trascender ampliamente otras visiones, más reductoras, como las de la psiquiatría u otras ciencias humanas», y porfiaba en persuadirme y persuadirse de que «toda recuperación narcisista» estaba «lejos de su pensamiento (al menos consciente)». Entendí que contaba más conmigo que con los psiquiatras para hacerle inteligible su propia historia, y más que con los abogados para hacerla comprensible al mundo. Esta responsabilidad me aterraba, pero no era él quien había venido en mi busca, yo había dado el primer paso y consideré que debía atenerme a las consecuencias.

Siempre me ha interesado la idea de que el crimen y la narración están –para lo bueno y para lo malo- estrechamente relacionados. Dejando a un lado el hecho evidente de que la retórica estuvo vinculada al inicio (hablo de Grecia y Roma) con la práctica forense, estoy convencido de que en toda trama se esconde una historia de redención ante algún crimen (explícito o no), un crimen que se ejecutó, que se realiza ante los ojos del lector o que se prepara para un futuro. La trama argumental se soporta en una lógica causal que guarda parangón con la investigación criminológica (¿por qué, para qué, con qué medios?). Ante ello siempre he dejado clara mi postura, mi apuesta por la inocencia de todo acontecer y, por tanto, la imposibilidad de redención. La trama argumental no es probablemente sino una estructura heredada de la tradición judeocristiana. Qué le vamos a hacer, soy un pagano. A todo esto la novela de Carrère merece mucho la pena.


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