La novela, en la edición de Fundamentos (1989) en segundo plano y, en primero, en la nueva edición en tapa blanda (Amazon / El Umbral)
El cuento se fue alargando, cobrando la forma primero de una nouvelle y más tarde, a lo largo de dos años, convirtiéndose en una novela. Eran los años del "boom" de la nueva narrativa española. Mientras yo escribía la novela se publicaron Luna de lobos, la primera novela de Julio Llamazares, Beatus ille, de Muñoz Molina, y en los dos o tres años posteriores a su finalización, aparecieron La media distancia de Gándara, Ballenas de Pedro Molina Temboury, El silencio de las sirenas, de Adelaida García Morales .... Editoriales como Alfaguara, Seix Barral, Tusquets, Lumen o Anagrama orientaban su mirada hacia los nuevos narradores y la quieba del experimentalismo de los ochenta, que se había iniciado con La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, se manmifestaba definitivo y en una fase de no retorno.
Playa de Los Nietos. Mar Menor. En los años 70
Con Mar de octubre viví una maravillosa experiencia: imaginé una realidad otoñal aplicada a un mundo que siempre había vivido en verano: iniciamente en el bullicioso universo de las vacaciones familiares y, más tarde, cuando me emancipé del hogar familiar, en los veranos de la primera mitad de los años ochenta. Eran los pueblos del Mar Menor, era el marinero pueblo de Cabo de Palos y era el universo entre especulativo y surrealista de una Manga naciente, cobrando un brillo entre hortera y cosmopolita con su flamante casino Doblemar (con hotel incorporado) y alrededor de un mundo de rara modernidad, una modernidad casi hermanada con la vocación de nuevos ricos de los integrantes de las emergentes clases medias que comenzaron a aflorar como consecuencia del desarrollismo tardío del franquismo, antes de la crisis del petróleo de los años 70.En mi memoria guardaba un Mar menor rodeados de pequeñas localidades hechas a la pesca y a atender a un turismo muy casero, de asiduos visitantes de la cercana Murcia, de Cartagena o de Madrid, pueblos con cine de verano (en algunos casos con dos cines), nacientes discotecas, algunas al aire libre, y con precarios comercios, sin centros comerciales ni hipermercados. Vamos, pueblos "de andar por casa". A ese Mar Menor vuelve Martín, el protagonista de mi novela. Y vivirá una curiosa experiencia en la otoñal soledad de un mundo que parece pensado para un estío eterno. Martín volverá con mis recuerdos (como no podía ser de otro modo) y con una carga muy especial en la conciencia: la memoria de juventud de mi padre, nacido en Alumbres y de padre minero de La Unión. En la novela asoman otras realidades: la Cartagena urbana, entre ciudad marina con puerto y ciudad manchega, los pequeños pueblos vecinos de las explotaciones mineras, las playas entonces (la acción se desarrolla a mediados de los ochenta) desiertas todavía hacia Calblanque.
La di por terminada en 1986, tal y como cuento en el prólogo de la nueva edición. Durante algo más de dos años, peregriné por algunas editoriales: estuvo a punto de publicarla Plaza Janés, cuando en Madrid llevaba su dirección literaria Osmán Vega, en una colección que murió hace mucho tiempo de nueva narrativa (cumpliendo con la denominación de moda del momento), la envié a Seix Barral tras pedir consejo a Antonio Muñoz Molina, entonces principiante con cierto nombre acuñado en una columna en un diario de Granada y con puesto de funcionario en su Diputación, la leyó, o no, Pere Gimferrer y me envió una carta, aséptica, valorándola positivamente y rechazándola editorialmente. Jorge Martínez Reverte hizo una infructuosa gestión en Alfaguara y al final, tras enviarla un día de enero de 1989 a Fundamentos, que acababa de inaugurar nueva colección de Narrativa, recibí una llamada de Juan Serraller tras la Semana Santa de aquel año diciendo que quería contratarla. En muy pocos días, entraba en la oficina de la editorial, que entonces compartía con la editora y agente Cristina Vizcaíno, conocía a Juan, sentado tras una mesa de despacho y mecido por una nube de algún vaporizador antitabaco que olía a menta y a hierbabuena, y salí a la calle con el contrato en la mano. Me pagaba muy poco pero la novela saldría en unos meses.
Ahora cobra vida de nuevo.
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