Las reliquias medievales de los tiempos de Honorio son las mismas que se esconden en los cónclaves actuales
l paso del tiempo se convierte en el viento huracanado que erosiona las piedras angulosas de los precipicios mundanos. A través de los siglos, la ciencia no ha conseguido desplazar a la fe en la búsqueda de las verdades. Decía Comte, en sus estadios evolutivos, que el positivismo sería la luz que iluminase las tinieblas de las inculturas plebeyas. La evidencia empírica demuestra a los súbditos del ahora cómo el gigante de las sotanas sigue inmune ante los azotes ilustrados. ¿Cómo es posible – se pregunta el catedrático – que las religiones sigan vivan en los mares de la ciencia? El sentido de la vida es el lubricante que mantiene intacta la lógica de las creencias. La respuesta a tan inteligente pregunta ha sido el debate que ha movido las turbinas sociológicas de la religión desde que las linternas de la ciencia iluminaron las basílicas del románico.
La reducción del sexo a fines reproductivos siembra de semillas rebeldes los huertos de los creyentes
El rayo que partió la cúpula del Vaticano abre un antes y un después entre la antimodernidad de Benedicto y las esperanzas reformistas del recién elegido. Las reliquias medievales de los tiempos de Honorio siguen perennes en los cónclaves actuales. Es precisamente esta resistencia al cambio por parte de los curas, la que incita a la crítica a mirar de reojo al estruendo de Francisco. Con la que está cayendo en las penurias urbanas - en palabras de una seguidora del Rincón - la iglesia vive inmersa en su eterna contradicción. Los mismos postulados del despotismo ilustrado son los que sirven al reino del Vaticano para gobernar de espaldas a las evidencias del progreso. En días como hoy, la iglesia que nos mira no ha quitado ni un punto ni una coma en su discurso medievalista. Las mismas piedras escolásticas de los paraninfos de Aquino sostienen, hoy en día, los arcos dorados de la curia romana.
Desde la crítica debemos reivindicar otra hoja de ruta a la jerarquía de las sotanas. En tiempos de hambre y miseria, el católico de nuestros días se convierte en el sonámbulo que anda descalzo por sus adoquines internos en búsqueda del sino que le devuelva el sentido perdido. Sin creencias – decía el existencialista, mientras contemplaba la fumata – el ser encuentra en sus fuerzas endógenas la energía necesaria para afrontar el presente sin el crucifijo de los otros. Sin fe, las riendas del caballo son dirigidas por los jinetes de la nada. La vida del ateo se vislumbra como una cadena causal de ensayos y errores aprendidos en el camino. Decía Gasset, cuánta razón tenía el teórico de las masas, que las circunstancias determinan la senda de las decisiones tomadas. Es la coyuntura que nos toca en la lotería de la cuna, la que nos hace buscar un Dios que nos consuele en el periplo de nuestra pena. Sin Dios, en palabras del creyente, la vida se convierte en un callejón sin salida donde la toma de decisiones es sinónimo de angustia.
Por mucho humo blanco que arroje la chimenea de Roma, la iglesia continúa erre que erre contra el muro de sus razones. Las distancias existentes entre el hecho y la fe impiden a la curia ver las aguas que se mueven en el fondo de su lago. La reducción del sexo a fines reproductivos siembra de semillas rebeldes los huertos de los creyentes. En días como hoy, las mujeres han sido las grandes olvidadas en el reino de los cielos. El sexo como reproducción en el seno del matrimonio secuestra a las creyentes de Roma en una jaula de represión y culpa contra sus instintos animales. Es precisamente, esta anulación del placer, por parte de los curas, la que pone los pelos de punta cuando en los telediarios de cada día, salpican los ruidos de la pederastia divina. Desde los tiempos de Malthus, los credos del catolicismo arrojan miles de cabezas a las miserias mundanas. Cabezas guiadas por la pureza que les marca los guiadores de su sino. Este obstáculo de la fe al derecho a la planificación familiar, invita al sociólogo del conocimiento a denunciar una institución que contribuye a la cantidad humana en detrimento de la calidad. Mientras sigamos aplaudiendo al Novo Papa, sin tener en cuenta el escenario en que se mueve, no conseguiremos parar el relinche de los caballos a los jinetes de Roma. Verdad.
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