Revista Filosofía

Nowhere

Por David Porcel

Por el amor salimos de nosotros mismos. Literalmente, dejamos de ser. Nuestra memoria histórica, ocupaciones y preocupaciones, pasan a un tercer plano mientras existimos en la persona amada. Esta es una de las historias de West Side Story, que nos regalan nuestros cines de la mano de Steven Spielberg, por la que dos seres desposeídos de identidad encuentran en el amor la salida a un mundo esperanzado y salvador. El nombre de María se convierte para Tony en la melodía con la que suena el mundo, mientras que Anton representa para ella la bienvenida de una vida en comunión. 

Nowhere

Only you
Every thought I'll ever know
Everywhere I go you'll be
All the world is only you and me

El enamoramiento es una de esas experiencias que nos desinstala, abrupta e inesperadamente, del mundo biográfico-histórico. Nos desplaza a la última de las órbitas, desenvolviéndonos del entramado humano que es juzgado con la indiferencia con la que se ven las galaxias lejanas o los hechos del mundo para quien se halla próximo a la muerte. El amor desposee, expropia, desplaza, despide, con la fuerza con la que los huracanes levantan casas y desploman ciudades. Es, quizá, el sentimiento con mayor fuerza renovadora y transformadora:

“Lo que distingue a un historiador de las religiones de un historiador es que el primero debe habérselas con hechos que, si bien son históricos, revelan un comportamiento que supera con mucho los comportamientos históricos del ser humano. Si es cierto que el hombre se halla siempre «en situación», esta situación no es forzosamente siempre histórica, es decir, no se halla condicionado únicamente por el momento histórico contemporáneo. El hombre integral conoce otras situaciones que no son las de su condición histórica; conoce, por ejemplo, el estado de sueño, o de ensueño, o de melancolía, y de despego, o de beatitud estética, o de evasión, etc., y todos estos estados no son «históricos» aun cuando sean tan auténticos y tan importantes para la existencia humana como la propia situación histórica. Por lo demás, el hombre conoce varios ritmos temporales, y no solamente el tiempo histórico, es decir, el tiempo suyo, la contemporaneidad histórica. Le basta con escuchar buena música, enamorarse, o rezar, para salir del presente histórico y reintegrarse al presente eterno del amor y de la religión (…) Basta con molestarse en estudiar el problema para constatar que, difundidos o descubiertos espontáneamente, símbolos, mitos y ritos revelan siempre una situación-límite del hombre, y no solamente una situación histórica; situación-límite, es decir, aquella que el hombre descubre el al tener conciencia de su lugar en el Universo” (Mircea Eliade, Imágenes y símbolos)


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