Un mito, ¿nace o se hace?, porque más allá de la persona que construye sobre sí misma una leyenda, cabría hablar del espectro que sobre ella es capaz de tejer la sociedad, difuminando la distancia que separa al personaje de la persona. En este sentido, la mitomanía inherente al ser humano, e imperante de manera enfermiza a partir del siglo XX con la llegada de la sociedad de consumo, ensalza mitos con la misma facilidad que los derriba, y esa es una de las características que no deberíamos pasar por alto a la hora de acercarnos a la vida y milagros de cualquiera de las personas a las que se cataloga con dicho término. En el caso que nos afecta, Nowhere boy nos narra el inicio de la historia de uno de esos personajes que formarán parte del olimpo de los elegidos para no ser olvidados, porque tuvo el don de pertenecer a una nueva cultura que a través de la música, transformó la sociedad y las costumbres del mundo que le tocó vivir. John Lennon podría ser catalogado como un rebelde con causa, en el sentido, que su vida desde su infancia, fue una lucha entre sus recuerdos, sus sentimientos y la situación familiar que le tocó vivir. Acogido por su tía, pero abandonado por sus padres, a medida que se fue haciendo mayor no acabó de encajar en el puzzle de piezas rotas que era su existencia. La ausencia de las figuras paternas, desencadenó en una rebeldía que comenzó en el colegio, y que en su primera juventud, le llevó a adoptar una pose altiva, chulesca y siempre a la defensiva ante todo aquello que se enfrentaba, ya fuera una canción, una chica o una nueva relación de amistad.
Esta película retrata muy bien esa génesis del genio, justamente anterior a lo que luego fue la archiconocida historia de The Beatles, porque en Nowhere boy, vemos a un John Lennon que aprende a tocar la guitarra mientras marcha perdido en pos de la búsqueda de su propia identidad. En ese camino que le llevará a intentar resolver su primera incógnita, naufragará en la búsqueda de encontrar un sustento anímico y sentimental por parte de los suyos. La muerte de su tío George primero y la rigidez de su tía Mimi después, le dejarán el camino libre hacia la búsqueda de su propia identidad a través de su madre, pero una vez que la encuentra, tampoco le resultará fácil dejarse llevar por la inercia propia entre madre e hijo, que sobre todo al principio, irá encorsetada en los ritmos del rock’n’roll de Elvis Presley y Jerry Lee Lewis. Una música que acercará a madre e hijo de una forma nada maternal, pero que llevará a Lennon a encontrar en la música una salida para dar rienda suelta a los demonios que le recorren la cabeza, y que como una bomba, saltará por los aires el día que descubre la verdadera historia de adopción por parte de su tía.
Sin embargo, el gran duelo interpretativo de la película se produce entre las dos mujeres que luchan por la custodia del joven Lennon, con una acertada y contenida Kristin Scott Thomas en el papel de Mimi Smith (tía de Lennon) y una exuberante y vehemente Anne-Marie Duff en el papel de Julia Lennon (madre biológica del cantante), sin duda lo mejor del film en el apartado actoral, en el que tampoco desentona Aaron Johnson en el papel de John Lennon. Del mismo, modo cabría decir que tanto el guión de Matt Greenhalgh (basado en la memorias de la hermanastra de Lennon, Julia Baird), así como la escenografía elegida por la directora, Sam Taylor-Wood, y el tono sosegado aunque trágico en el que se enmarca todo el largometraje, contribuyen a dar unas mayores dotes de veracidad a la historia que se nos cuenta, que sobre todo, para aquellos fans de los Beatles que desconocieran cómo era la vida de uno de los componentes del grupo antes de que se convirtieran en una leyenda, a buen seguro les ayudará a componer el rompecabezas de uno de sus grupos favoritos, y a entender cómo fue la génesis de un mito.
Reseña de Angel Silvelo Gabriel