Revista Cultura y Ocio

Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

Publicado el 15 octubre 2021 por Elpajaroverde
Tu amor y mi amor eran al principio de verdad.Aquellos ojos eran los ojos de la verdad.Mis ojos de aquel día y de aquel tiempotambién eran sinceros.Ahora, tus ojos y mis ojos se tiñen de sospecha.
Yukiko escucha esta canción annamita por primera vez. En realidad, la había oído en varias ocasiones durante su estancia en Indochina. Pero es ahora, que la felicidad que le procuró ese país extranjero es solo recuerdo, que al volver a llegar casualmente a sus oídos su melodía y sus versos les presta la debida atención por primera vez. Es ahora cuando se percata de que esos versos tal parecieran que hubiesen sido escritos para ella y para Tomioka.
Nubes flotantes - Hayashi FumikoA Tomioka lo conoce en Indochina. Motivada por el ambiente que se respira en Japón durante la Segunda Guerra Mundial y empujada quizás también por la ambigua y complicada situación que tiene en la vivienda en la que reside, la joven se anima a desplazarse a esa exótica región ocupada por su país para desempeñar un cargo como mecanógrafa para el Ministerio de Agricultura y Bosques. Se trata de un cambio que en un principio le resulta agridulce. Dalat, la población a la que es destinada, «podría ser un paraíso, pero Yukiko jamás había tenido una vida tan desahogada como esta y se sentía tan superada que le daba miedo. Había algo vacío e inquietante, como si hubiera entrado sin permiso en una lujosa mansión en ausencia de los dueños». En esa lujosa mansión que es el paraíso vietnamita, entre otros compatriotas se encuentra ya residiendo el ingeniero agrónomo Tomioka, que ejerce su profesión como funcionario para el mismo ministerio para el que trabajará Yukiko.
«Las plantas no crecen si no son originarias de la tierra. De hecho el pino japonés que habían plantado en el jardín delantero de la oficina de Dalat crecía con dificultad. Tomioka comparaba las diferencias étnicas con las de las plantas y empezó a convencerse extrañamente de que las plantas constituían una colectividad que estaba bien arraigada en la tierra de cada etnia. El bosque de pino Merkus ocupaba unas treinta y cinco mil hectáreas según el plano de distribución forestal, ¿cómo podrían asimilar tal extensión de tierra ajena los torpes funcionarios del Ministerio de Agricultura que habían llegado allá por circunstancias especiales? Aunque la forma y la veta del tallo son bellas, ¿dónde pretenden vender estos grandes bosques de pino Merkus? ¿No serían ellos, al fin y al cabo, unos forasteros que habían venido repentinamente para trastocar los tesoros que otras personas habían cultivado durante años?»
De esa idílica y boscosa mansión son expulsados Yukiko y Tomioka de vuelta a su país al término de la guerra. Primero regresa Tomioka. Lo hará después Yukiko. Habían acordado reencontrarse en Tokio y reanudar la relación comenzada en el privilegiado entorno de Dalat. Tomioka está casado, estado que ya conocía Yukiko cuando se enamora de él, y vuelve con la intención de dejar a su esposa. Pero Yukiko regresa y no recibe noticias de Tomioka. Es ella quien ha de ir en su búsqueda. El sentimiento agridulce que la invadió nada más llegar a Dalat se transformó pronto en un estado de dulce pasión. Poco sospechaba entonces que terminaría por ser desterrada de esa dulzura e instalada en la amargura.

Tomioka no responde como ella espera. «Los recuerdos de Indochina actuaban como una llamada al corazón para ambos, pero, en realidad, quizá cada uno estuviese soñando un sueño distinto y mirando en direcciones opuestas». «Aquella vida de los japoneses, alejada de la patria, debía de encerrar alguna magia maligna. Parecía como si todos hubieran estado viviendo en un arco iris, ebrios de algún extraño licor». El fin de la guerra es para ellos como un antídoto que les induce a despertar, pero no es el de ninguno de los dos un despertar lúcido. La embriaguez del arco iris es sustituida por la del alcohol y la apatía. «Bebo porque es triste pensar en la muerte», llegará a comentar Tomioka, así como a compartir el sentimiento de «me aburre seguir viviendo...»

«La sombra de la muerte cruzó por la mente de ambos. A pesar de lo absurdo que parecía, Tomioka no podía reprimir una sensación de vacuidad al pensar en el día a día de su vuelta a Tokio. Si al menos sintiera dolor y sufrimiento, todavía podría tratar de encontrar el ánimo necesario para resistir, pero ahora que todo eso había desaparecido como el humo que deja atrás una estela, nada le importaba».

Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

big old tree in Yakushima, Japan. Fotografía de 8 og bajo licencia CC BY 2.0.


No soy presta juzgando a Tomioka, ese hombre adúltero que abandona después a su amante o, peor aún, que no es capaz de dejarla definitivamente. Acostumbro a ser indulgente con la cobardía. Soy capaz de imaginar la soledad de un hombre lejos de su país, su familia y su hogar. Soy capaz de comprender también cómo pudo ser recuperar todo eso que tanto echó de menos pero que, poco a poco, fue sustituyendo por los bosques de Dalat y el amor de otra mujer. Entiendo también la contradicción de sentimientos que debió de invadirle a su regreso y las obligaciones respecto a sus padres y esposa de las que debió de tomar entonces conciencia de manera súbita. O no. Lo entendería si sus actos posteriores hubieran ido en consonancia con todo esto. Sin embargo, no ha sido así. Lo que hace es comenzar a actuar movido por el más elemental egoísmo o, más bien, comenzar a moverse solo a tenor de lo que se le va presentando que sea capaz de engañar la sensación de vacío que siente, esa «soledad de no poseer nada que le perteneciese. No encontraba ni siquiera algo en que creer para consolarse», lo cual le causa un miedo aterrador. Protagoniza, además, un episodio en concreto que me asquea (y no me gusta recurrir a la palabra asco, pero es la que mejor refleja lo que me ha provocado) y que me produce un profundo rechazo.

Tampoco soy presta juzgando a Yukiko. Ella es una mujer libre que no tiene por qué dar cuenta de sus actos a nadie. Podría reprocharle su ingenuidad, su falta de perspectiva al entablar una relación sentimental con un hombre casado por mucho que este prometa (aunque la promesa en el momento en el que se haga sea sincera) que va a dejar a su mujer. Claro que yo le doblo la edad a la Yukiko de Indochina (claro que también Yukiko era mucho menos ingenua por entonces de lo que era yo a su edad). No hay que caer en el tópico de la mujer desvalida mal tratada por un hombre (nótese la separación entre mal y tratada para no caer en malentendidos). Yukiko sí está desvalida en muchas ocasiones por las circunstancias y el contexto que le toca vivir, pero ello no ha de traducirse en que sea un culmen de candor y perfección. También comete sus errores, por supuesto. Me cuesta (es algo que me pasa con más frecuencia de la que quisiera) comprender su dependencia de su relación continuada en el tiempo con Tomioka a través de los encuentros y desencuentros con este tras el regreso de ambos a Japón. Ella misma es consciente de esa dependencia. «¿Qué es lo que me ha hecho tan débil y sin voluntad...?» llega a preguntarse. Tampoco se engaña respecto a Tomioka. No lo tiene idealizado. Es más, llega a conocerlo muy bien. Sin embargo, no es capaz de romper definitivamente con él. No quiere y no puede. «Ya no tenía más opción en la vida que permanecer cerca de ese olor masculino». Porque no querer y no poder es lo mismo muchas más veces de las que nos imaginamos.

No quiero juzgar pero termino juzgando. Supongo que es inevitable. Leo desde mis circunstancias, desde mi experiencia vital, incluso desde la cultura a la que pertenezco (aunque también leo para poner patas arriba todo eso). De hecho, me pregunto si es el hándicap cultural lo que me ha impedido conectar del todo con Yukiko y Tomioka. Me quedo asimismo con la duda acerca de si existen códigos para mí desconocidos entre el hombre y la mujer nipones diferentes a los que se dan entre hombres y mujeres occidentales. Agradezco de todas formas a Kayoko Takagi no solo su traducción sino su introducción poniéndome en antecedentes del contexto histórico en el que se desarrolla esta novela, así como sus notas a lo largo de la misma. De hecho, si pongo tanto a Yukiko y a Tomioka como a su relación en sintonía con ese contexto, he de decir que llego a entenderlos perfectamente.

«Cuando alguien se está muriendo de hambre, acaba por desesperarse, ¿no es así? Hasta su corazón se torna famélico como el de un lobo. Aunque nos amemos, con tanta miseria entre los dos, acabaremos odiándonos, ¿verdad?... Si navegamos a través de un mar en calma, no tendremos razones para vomitar, pero si lo hacemos durante una tormenta, por mucho que uno se resista terminaremos haciéndolo... Es tan claro como eso...»

Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

Mercado negro en Shinbashi, 1947. Fotografía en dominio público de United States Armed Forces.
Fuente:
Japan seen by GHQ, libro publicado por Sekaibunka-Sha


Nubes flotantes, que fue llevada a la gran pantalla en 1955 por Mikio Naruse, es una novela en la que se manifiesta un fuerte sentimiento nihilista. Comentaré, a modo de detalle, que se cita en ella en varias ocasiones la obra de Fiódor Dostoievski Los endemoniados, novela que, por lo que tengo entendido, orbita también alrededor de esta temática. Japón, como perdedor de la Segunda Guerra Mundial, ha de replegarse de sus territorios ocupados, así como verse sometido a esa otra especie de ocupación que llevan a cabo los estadounidenses. La posguerra, como es de esperar, no trae situaciones halagüeñas. Hay dificultad para conseguir determinados alimentos y artículos. Brebajes de mala calidad sustituyen las bebidas alcohólicas habituales. Algunas mujeres encuentran en las calles el sustento y un modo de vida alternativo, se harán amigas de los estadounidenses o se convertirán en dancers. En ese panorama devastador, no faltarán los oportunistas que sepan sacar partido a la nueva situación. De hecho, hay un personaje en esta novela que es paradigma de este comportamiento medrador. Los que no sean capaces de adaptarse a la nueva situación caerán en el desánimo y la apatía. El nuevo orden de las cosas será para ellos algo así como lo que fue para Yukiko y Tomioka el destierro de su paraíso vietnamita a la tierra de la que son originarios. El sentimiento de la inutilidad de la propia existencia es invasivo y comienza a actuar como otra ocupación. No se encuentra el sentido a una vida que pasa sin pena ni gloria ante el cómputo general de las cosas, a ese sentirse como nubes flotantes que terminarán desvaneciéndose en el olvido, a esa repetición constante que engendra «innumerables generaciones de seres humanos. La política repite los mismos errores una y otra vez, y las guerras comienzan y terminan en un ciclo sin fin... En ese reducido conjunto llamado sociedad, los hombres compiten sin comprender por qué nacen y mueren una y otra vez en una repetición eterna». Lo único que parece alzarse como verdad absoluta en esa farsa bajo la que esconden su confusión los seres humanos es la creciente percepción de que «la verdadera libertad se alcanza por primera vez cuando a uno le da igual vivir o no vivir, este es el último objetivo».
«Todos pensamos en la muerte en algún momento, ¿no es así? Solo que el ser humano tiene una conciencia que lo cuestiona, por eso, no puede uno morir sin más. Somos insignificantes granos de arena bajo el cielo... pero cada grano tiene su razón de ser, su autoestima, su vanidad... No tenemos medios para adivinar el futuro, respiramos porquerías llenas de incongruencias para procurarnos, a nuestra manera, los pequeños placeres de la vida. En esa basura hay negocios, mujeres, política, leyes o deportes. Dependiendo de la manera en que respira uno la basura, será afortunado o desafortunado».

Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

Hayashi Fumiko en 1951, año de la publicación
de Nubes flotantes y también de su muerte.
Fotografía en dominio público de autor desconocido.
Fuente: Showa Literature Series: Vol.19 (August 1953 issue),
libro publicado por Kadokawa Shoten.
La escritora fue corresponsal de la segunda guerra sino-japonesa y
participó en viajes propagandísticos durante la misma, así como
 durante la Guerra del Pacífico, siendo por ello acusada de colaboracionista.
En su juventud, sin embargo, había sido detenida por la policía secreta,
aunque puesta en libertad sin cargos a los pocos días,
al ser considerada afín al por entonces ilegal Partido Comunista. 

Hayashi Fumiko me enamoró hace ya tres años con su Diario de una vagabunda (en esa ocasión el hándicap cultural, o lo que haya sido en esta ocasión, no fue un lastre). Llevaba desde entonces con ganas de leer algo más de ella. La decisión era fácil pues, hasta donde alcanzo a saber, el libro que leí entonces y el que he leído ahora son los únicos que han sido traducidos al español. No esperaba, de todas formas, encontrarme con una lectura similar a la ya conocida. Aquella contenía el diario de juventud de la escritora japonesa mientras que, en este más reciente caso, me encontraba frente a una novela, de concepción más tardía, además, y, por lo tanto, presumiblemente más madura, y considerada para más inri como la obra maestra de la autora. Tenía, eso sí, mucha curiosidad por saber cómo se desenvolvería Hayashi en el terreno de la ficción, curiosidad que por fin he podido satisfacer con la lectura de Nubes flotantes. No obstante la diferencia entre ambas lecturas, en el fragmento que dejo a continuación no he podido evitar evocar la soledad y penurias de mi Fumiko de antaño:
«Estaba realmente feliz y disfrutaba de la libertad de vivir sola. Después de haber comido arroz blanco hasta saciarse y mientras se calentaba en el Kotatsu, sintió que, por mucho que la combatiera con comida, la soledad caía sobre su corazón como hilos de lluvia. Yukiko trató de entretenerse contando las  puntadas del futón u observando la pared de madera rudamente cepillada. La llama de la vela oscilaba por el viento que se filtraba entre las tablas de la pared y podía pagarse en cualquier momento. Sintió miedo al verse sola. ¿Acaso podría seguir viviendo sin ninguna compañía de ahora en adelante? El agua del cubo que había colocado en un rincón de la habitación acentuaba la sensación de frío. Intentaba convencerse de que se podía vivir con lo mínimo y buscar esa pequeña satisfacción de la supervivencia, pero sabía que esa felicidad no tenía fundamento y que el día de mañana se le presentaba completamente incierto».

La Hayashi Fumiko que ha escrito esta novela no me ha vuelto a enamorar pero sí me ha convencido y mucho. Su prosa es bella, lírica, muy sensitiva. Retrata con maestría el sentir en el Japón de la posguerra a través de su pareja protagonista. Aborda sin pudor la desnudez y mezquindad de la soledad y plasma sin complejos las contradicciones y zonas oscuras de sus personajes. Nos instala en su apatía, en la renuncia, a la par de forma de resistencia y rebeldía, que es la mediocridad de sus vidas.

«Aunque sea una sola vez, me encantaría volver a ver un cielo despejado...», proclamará Yukiko en una especie de nuevo destierro en el que no cesa de llover. Lo que a mí me encantaría, para terminar, es despejar las nubes de tristeza y vacío que impregnan esta novela y ofreceros, a modo de despedida de esta entrada, un trocito de cielo azul esperanzador.

«El que muere nada gana.Por eso, aunque cueste, es mejor vivir». 
«Uno piensa en la muerte porque quiere vivir».

Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

Dalat, Vietnam. Fotografía de sash_ok bajo licencia CC BY 2.0.


Ficha del libro:Libro: Nubes flotantesAutora: Hayashi FumikoTraducción e introducción de: Kayoko TakagiEditorial: SatoriAño de publicación: 2018Nº de páginas: 420ISBN: 978-84-947467-1-0
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