La situación de los prófugos catalanes con respecto a los tribunales de justicia se complica de modo preocupante. El enloquecido botarate Puigdemont ha triunfado con la internacionalización del “proceso”.
El tribunal alemán echa otro jarro de agua fría a nuestro Supremo al negarse a reconocer el delito de rebelión.
El magistrado Llarena no puede aceptar la extradición planteada así porque sería un agravio comparativo; apelar a los tribunales europeos será largo y arriesgado; sólo queda anular la euroorden y ver si se atreve a pisar suelo español.
Esto se parece cada vez más a un nudo gordiano y no tenemos a un Alejandro que lo resuelva cortándolo.
Nuestra estabilidad psíquica se reforzaría si nos libramos de la invasiva “presencia” del fugado y de su clon en el Palau.