Publicado por Rober Cerero
Chiang Mai es conocida en Tailandia como la capital del norte del país. Se trata de una ciudad tirando a grande, caótica, atestada de gente y de turistas. Una pequeña pincelada de lo que nos esperaría, días después, en Bangkok.
Unas cuantas fotos random tomadas en Chiang Mai
Como decíamos en la anterior entrega, la cual podéis y debéis leer aquí, llegamos desde Sukkothai tras un trayecto nocturno –sí, no es que anochezca a las diez de la noche precisamente- en un bus bañado por el monzón y con comida muy picante a bordo. Pero no os vengáis arriba: nuestros otrora delicados estómagos occidentales se estaban empezando a adaptar a nuestra nueva dieta: la caca, por fin, se estaba estabilizando.
El caso es que llegábamos a Chiang Mai de noche y, después de hacer el check-in en el hostel decidimos ir a dormir para coger con fuerza los dos días que teníamos por delante… ¿Teee imaginas?
Fotito de marras en la puerta del hostel
Un resumen de Chiang Mai
¿Qué podemos contaros de todo lo que hicimos en Chiang Mai para no aburriros? Vayamos por partes.
- La fiesta en el puti
Sí que es verdad que hicimos check-in en el hostel, pero es bastante mentira eso de que nos fuimos a dormir. En el trayecto en bus, Chablo, además de poseer, disponer y beber todo el agua mineral del norte de Tailandia, descubrió dos cosas de la noche de Chiang Mai: la noche se acaba muy pronto, y había un after. Entonces, ¿qué hicimos después del check-in? Pues ducharnos, cenar, pillarnos unas Chang-Leo para el camino y lanzarnos a buscar el after… Que, por cierto, estaba cerrado. ¡Y menos mal!
Decepcionados, volvíamos al hotel cuando nos encontramos a dos chicas muy rubias y un poco feas, con toda la cara de escandinavas, siguiendo a una nativa con pinta de prostituta que iba como Harry Potter: en escoba. No hombre, iba tó ciega. Al cruzarnos, las tres nos gritaron al unísono que las siguiésemos, que iban a un after. Y nosotros, claro está, las seguimos al after… Que también estaba cerrado. Y luego a otro… Que estaba cerrando también.
Callejón donde estaba uno de los supuestos ‘after’
Y entonces sucedió: la nativa con pinta de prostituta era efectivamente prostituta, pero ésa era su noche libre, y quería fiesta. Así que nos ofreció lo que a todas luces era un plan chiflado pero a la vez brillante: irnos de fiesta a su club –sí, a su puticlub- dónde nos prometía hablar con porteros, camareros y pilinguis para que no nos tratasen como clientes de sexo, sino de alcohol. Había billar, música y birra a precios no muy alarmantes, y era lo mejor que nos ofrecía Chiang Mai, así que allí nos quedamos durante horas; incluso volvimos la noche siguiente.
Ah, y lo cierto es que sólo se nos acercó una amiga de nuestra amiga prostituta, que no era prostituta, y que era aún más bajita y aún más feíta que las escandinavas (sí, dimos con las únicas escandinavas bajitas y feítas de todo Escandinavia).
- El rescate de Marta
La noche que llegamos al hostel, cuando íbamos camino de la ducha nos encontramos con una chavala que salía, todo entoallada ella, de los baños. Me salió del alma decirle “uy, hola”, en un perfecto español, a lo que ella respondió con otro perfecto “holaa”. Esa chica se llamaba Marta, era de Barcelona, y sí que se llamaba Marta de verdad -no como Gerard, el de la noche anterior en Sukhothai, que no se llamaba Gerard-. Marta llevaba unas semanas viajando sola por el sudeste asiático, y aún le quedaban semanas, quizá meses; ni ella misma lo sabía. Marta es una de esas personas a las que todo el mundo envidia y admira y a la que tan pocos tienen arrestos de imitar. Pum.
Marta mola, y nosotros también, así que la juntiña estaba ya más que hecha: la adoptamos (o nos adoptó ella a nosotros) hasta que nos fuimos de Pai, el siguiente pueblo que visitamos después de Chiang Mai y que es lo jodido mejor que existe en Tailandia, en Asia y en el universo entero.
- La compra de las camisas de postureo por dos euros
Chiang Mai tiene un mercado muy famoso, así que nos preparamos para nuestra primera jornada de compras. Estuvimos horas recorriendo los turbios callejones en los que podías comprar de todo, desde especias hasta lámparas… Y no compramos naida. Fue una decepción bastante gorda que paliamos hinchándonos a comer palitos de ¿perro? a la brasa mientras esperábamos a que llegase un tuk-tuk, un taxi o un zepelín que nos llevase al hostel.
Y entonces las vimos: las camisas más denigrantes y a la vez sublimes (reconozco que la mía era bastante más sublime que denigrante) del mundo entero. Obviamente, teníamos que comprar una cada uno, y salir con ellas a la vez. Este es el resultado:
- El Muay Thai
Por mucho que fuésemos de tiesos y de “viajeros, no turistas”, no dejábamos de ser guiris, y eso tenía que notarse por algún lado. En nuestro caso afloró el guirismo en un combate de Muay Thai “in a big stadium, very important, a lot of people”. Un mojón para nosotros: 4 lonas y 7 australianos borrachos como público.
Pero, ¿sabéis qué? Que dejaban beber dentro, y a nosotros nos encanta beber. Así que fue como un botellón diferente, donde se repartían más hostias que en misa, todo entre risas y deportividad.
Chalaos, todos chalaos.
- Los templos budistas
Pero bueno, no todo iba a ser despiporre, ¿no? También hicimos turismo, parándonos en todos los templos budistas que pudimos, los cuales llegaban a ser realmente bonitos y que concentraban el poco turismo que podía hacerse en Chiang Mai. Además, tuvimos la suerte de coincidir con un oficio religioso en uno de ellos, y ver de primera mano cómo adoran a su Dios.
¿Sabíais que es una falta de respeto orientar los pies hacia cualquier imagen de Buda? Por eso se reza en esta postura tan incómoda
Y con esto se acabó Chiang Mai: nos esperaban 3 noches (y eso que sólo iba a ser una), en el pueblo que nos acabó por enamorar a todos y donde mejores días pasamos: Pai.