Revista Opinión

Nuestra condición de ciudadanos

Publicado el 17 mayo 2010 por Franky
En estos momentos cruciales de nuestra Historia, recien anunciado ese indigno "Zapatazo" que arroja sobre pensionistas, funcionarios y clases medias todo el peso del sacrificio que España debe hacer para salir de la crisis, cuando resulta evidente que el país está mal gobernado y es maltratado por gente que antepone sus propios intereses al bien común, es cuando hay que recordar nuestra condición de ciudadanos y los deberes y derechos que conlleva la auténtica ciudadanía. --- Nuestra condición de ciudadanos Zapatero, a pesar de ser un mal gobernante, internacionalmente desprestigiado y rechazado en su propio país por la mayoría de los ciudadanos, se niega a dimitir o a conceder un adelanto electoral, como exige gran parte de la ciudadanía. "No vamos a dejar la tarea a medias", acaba de afirmar la vicepresidenta del des gobierno. Si se niegan a escuchar el clamor que les exige que abandonen las poltronas, es porque carecen de dignidad y decencia. En ese caso, hay que recordar una de las primeras leyes fundamentales de la política, superior a toda norma o ley aprobada por los parlamentos:

"...cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad".

Cuando ha quedado claro que lo que tenemos en España no es una democracia sino un partitocracia construida, arbitraria y traidoramente, sobre lo que creímos que era una democracia auténtica, cuando hemos comprobado hasta el hartazgo los terribles estragos que causa a nuestro país esta casta política degradada e injusta, capaz de anteponer sus intereses al bien común y de aplastar y arruinar al pueblo antes de renunciar a sus privilegios injustos y ventajas, entonces tenemos que aceptar que esta vulgar casta política española que nos gobierna acabará irremisiblemente por escupir sobre la Constitución de 1978 y de conducirnos hacia la definitiva ruina, postración, descontento y derrota.

¿No tenemos pruebas más que suficientes de que la oligarquía de partidos está mutando en una tiranía de partidos y de castas políticas aferradas al poder?

Antes de que el proyecto de convivencia en España se marchite por completo, víctima de la vileza de los gobernantes, antes de que nuestros principios y valores queden totalmente desnudos, hay que recordarle a la gente que democracia es libertad, igualdad y fraternidad para todos los españoles y que existe el derecho a defender como ciudadanos, en las calles y plazas, el bien común, la justicia y los valores y principios básicos que los poderosos irrespetan y aplastan.

La oposición de los ciudadanos al tirano siempre ha sido la más noble tarea política del ser humano, el motor del auténtico progreso y el principio básico de la libertad, la decencia y la ciudadanía. Ser ciudadanos significa, entre otras cosas, asumir el derecho y la obligación de oponerse al déspota y al malvado.

En esta hora crucial de España, aquellos que todavía justifican su pasividad y cobardía bajo las preguntas ¿para qué deponer a la izquierda si la derecha es igual? o ¿para qué expulsar a Zapatero si Rajoy es más de lo mismo?, hay que decirles que nuestro deber ciudadano nos exige, primero, expulsar a quién, desde el gobierno, utiliza su poder contra el bien común y su pueblo, sea quién sea. Si el déspota depuesto es sustituido por otro igualmente indecente, entonces, sólo entonces, cuando haya demostrado claramente su indecencia (nunca antes), tendremos nuevamente el derecho a elevar la bandera ciudadana y a luchar también contra él.

En estos momentos de angustía, es bueno leer y releer, hasta que se quede esculpido en el alma, el más hermoso párrafo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, quizás el mayor monumento escrito a la libertad y a la dignidad de los demócratas:

"Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad y su felicidad."



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