Hijo mío este es el mundo que has heredado. No hay flores que oler ni jardines que admirar. No existe el cantar de las aves ni los cielos jamás verás brillar. Viniste al mundo abrillantado y aquí, la tierra se convirtió en crudo y el agua en fango. Debes comprender que donde crecía el árbol había vida y donde había vida existía la belleza.
La naturaleza tal y como lo conocieron tus antepasados fue consumida por insaciables estómagos que redujeron todo a cenizas. Ni la belleza ni la vida pueden ahora brotar por estas tierras, nadar por los siete mares o surcar libremente los cielos. Ya nada importa hijo mío pues todo este mundo es ahora un desierto muerto.
Durante décadas los juegos eran nuestro recreo especial. Aquellos inocentes niños que empezaban a palpar la realidad fueron creciendo mientras perdían poco a poco su inocencia. Cada fenómeno era una extraordinaria sensación que despertaba la curiosidad y junto a ella, nuestra pasión por conocer. Y no podíamos abandonar nuestro asombro hasta que nuestros corazones se saciaran con hermosas respuestas.
Sin embargo, una vez llegada la avanzada edad, nada saciaba a nuestra orgullosa madurez. Creímos entender el universo y arrojamos nuestra arrogancia sobre su esplendor. Vanidosos actos fueron los que sellaron la vida, mediante cercos con apellidos que más tarde pasaron a fundar sociedades. Envidiosos no quisimos pagar nuestro tributo y todo lo que estaba en equilibrio, sucumbió ante nuestras narices.
Sobre estas tierras ni el día ni la noche serán capaces de complacer tu alma. El sol dejó de brillar en cada amanecer y la luna dejó de sonreír. Ni las flores pueden florecer ni el hombre puede ser feliz. Por eso, hijo mio, nada podrá conmover tus sentidos ni perturbar tu alma, pues el único que pudo surgir de las cenizas fue el fénix apuñalado por la realidad.
Y más allá se encuentra el camino derruido de los hombres, oxidado por el tiempo y mutilado por las malas acciones. Debes alimentarlo en cada suspiro si quieres algún día volver a caminar. Sin embargo debes aprender una valiosa lección: ni todas las piedras sirven para construir ni todas las manos son bien intencionadas.
No permitas que otros se proclamen reyes de los hombres y pastores de las verdades. Pues los primeros no tienen derecho al gobierno sobre los cuerpos ni los segundos sobre las almas. Recuerda esto siempre, hijo mío, la libertad jamás existirá mientras se persigan las palabras y se exterminen a los pueblos.