La Espiritualidad 4: Estar en Cristo
Al cumplir los 12 años, egresado de la escuela primaria, salí de mi casa por primera vez, ya que en mi rancho no había secundaria. Llegué a un lugar totalmente nuevo para mí. No conocía a nadie, no tenía amigos, y para ser sincero, ni siquiera me gustaba mucho. Pero era un cambio necesario, si deseaba “ser alguien” en la vida. Lo peor de todo es que teniendo un trasfondo católico-romano de “hueso colorado”, como decimos aquí, no hubo más opción que hospedarme en casa de una familia “cristiana”. Para no hacer la historia tan larga, pasados 3 años, vestía y hablaba diferente que mis hermanos, mis amigos eran de otro tipo, comía otro tipo de comida, tenía ideas nuevas y sueños muy alejados de mis parientes, y, mis padres me rechazaron en su seno familiar por tener “otra religión”, en fin, cuando fui de visita a casa, oí mucho estas palabras: “eres otra persona”, “te desconozco”. A Dios gracias que hoy en día toda mi familia no solo conoce al Señor, sino que también le sirve con todo su corazón y sus talentos.
¿Por qué esta historia? Simplemente quise ilustrar lo que significa “estar en cristo”, en mi forma personal de verlo. Para Ryrie, “estar en Cristo es el nuevo ambiente del hombre redimido en la esfera de la vida de la resurrección” [1], y añade la descripción de otro escritor que dice que el que está en cristo, “ha sido trasplantado a un nuevo suelo y a un nuevo clima, y tanto el suelo como el clima son Cristo mismo”.[2] Ambas descripciones enfatizan un “ambiente nuevo”, sin embargo, pienso que esta definición puede extenderse a la persona primeramente y posteriormente al entorno en el que se mueve esta persona. No quiero desaprovechar la oportunidad para explicarme, y lo haré tomando como base la historia descrita en el evangelio de Juan 1. El versículo 29 dice que Juan el Bautista vió a Jesús y declaró que él era el “cordero de Dios” (v. 29). Los últimos 23 versículos del capítulo 1 registran 3 encuentros de Jesús, de los que, en forma de aplicación actual, voy a ilustrar mi punto de lo significa estar en Cristo.
Su primer encuentro fue con Juan el Bautista (29-34). Él dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). La clave está en la frase “quita el pecado”. Esta simple declaración trae un profundo significado para nuestro tema, pues está haciendo implícitamente, que quien tenga relación (viva y activa) con este “cordero de Dios”, puede ser “libre del pecado”, es decir, puede pasar de pecador a justo. Yo le llamo, un cambio de “posición espiritual”. Esta posición expresa no un cambio de ambiente, sino un cambio de identidad, la cual, se expresa en una vida transformada. Como Pablo dice, “De modo que si alguno está en cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17), que por el contexto posterior comprendemos que tiene relación con el tema en cuestión, borrar los pecados. De esta forma, ya no hay razón por la que tengamos que ser juzgados por el pecado, pues Cristo lo pagó en la cruz; y ahora, podemos disfrutar de su justicia que ciertamente nos traerá recompensa eterna.
Su segundo encuentro fue con Andrés y Simón (35-42). El primero busca a Simón, le dice que han hallado al Mesías, y le trae a Jesús, el cual, al verle dice: “Tu eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan 1:42). Hallamos aquí otra referencia a un cambio que, si bien es en cuanto a los nombres, que en la cultura judía mucho tenía que ver con la identidad de la persona, en esta ocasión, nos enfocaremos en el significado de los nombres indicados. Simón, hace referencia a una “caña movida por el viento”, mientras que Cefas (y Pedro), a una “piedra”. ¿Qué tipo de cambio se ilustra aquí? Lo aplicaremos más a un cambio en el alma, las emociones, los sentimientos, los deseos y la voluntad. Así, Simón representaría una vida inestable emocionalmente, en cambio Pedro, indica una vida estable y firme. Yo le llamo un cambio de “condición emocional”. El que ha sido cambiado de posición (de pecador a justo), también está capacitado por Dios para llevar una vida estable y firme emocionalmente; que tiene una voluntad que no se deja manipular por el mundo tan fácilmente, aunque claro, todo esto es un proceso que inicia en la conversión. Pedro, en su primera carta, luego de referirse a la redención del pecador, insta a que los creyentes, “os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”; Pablo escribe a los gálatas diciendo que “los que soy de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). No pretendo en ninguna forma decir que el que está en Cristo es perfecto y nunca falla, pero sí afirmo que ha recibido la gracia divina para poder agradar a Dios en su diario vivir; él toma la decisión, pero Dios le ha capacitado ya para poder tomar decisiones correctas.
El tercer encuentro fue con Felipe y Natanael (43-51). Jesús halla a Felipe y le invita a seguirle; éste, emocionado va con Natanael y le invita a conocer a Cristo, quién acepta y al conocerlo, le reconoce como el Mesías. Luego de reaccionar, Jesús le dice que “de aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1:51). Yo le llamo un cambio de “relación personal”. ¿Por qué? Para mí, Jesús, hace referencia a mucho (espiritual) en su declaración, pero es clave en el texto, las palabras “cielo abierto”. De acuerdo a 2 Crónicas 7:13, el pecado el que provoca que Dios cierre los cielos, además, hace división entre Dios y el hombre (Isaías 59:2); sin embargo, ya que el pecado es quitado por el Cordero, el hombre puede establecerse en una relación personal con Dios como hijo y amigo suyo. Cielo abierto, representa el acceso que tiene el que está en Cristo. El autor a los Hebreos indica que tenemos “un gran sumo sacerdote que traspasó (la pared que mantenía cerrado) los cielos”, que además, “puede compadecerse de nuestras debilidades”, por lo que podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia (que está en los cielos, al que no podíamos entrar porque estaba cerrado por del pecado)” (Hebreos 4:14-16 –el énfasis es mío).
Concluimos pues, que estar en Cristo es que “el pecador que ha sido justificado por Dios y recibe la capacidad de mantenerse firme en él, puede disfrutar de una relación viva y personal con Dios aquí en la tierra (y para siempre), de tal forma que es notorio a los que le conocieron antes, al grado de ser desafiados e impulsados a buscar ese cambio del que son testigos”. Nadie puede decir que está en Cristo, si no hay un cambio evidente en él; y que no esté provocando a otros a desear al Señor mediante el estilo nuevo de vida que lleva, el cual, afecta todas las áreas de la vida, espiritual, emocional y físicamente; pues como dice Ryrie, ahora es participante de todo lo Cristo es.
En cuanto al medio por el que se opera esta transformación, concuerdo con Ryrie en que esto es parte fundamental de la labor del Espíritu Santo, en su bautismo. Cuando el hombre redimido es colocado en el cuerpo de Cristo como miembro de la familia de Dios. Es una obra absolutamente divina. Y tal como Ryrie argumenta, “nosotros no elegimos el efectuar o romper la unión con Cristo; pero podemos elegir gozar o no gozar de los beneficios”. [3]
[1] Charles C. Ryrie, Equilibrio en la Vida Cristiana (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 1966), 60.
[2] Ibid.
[3] Ryrie, 67.