Revista Opinión

Nuestra oclocracia

Publicado el 22 octubre 2010 por Cronicasbarbaras

Pastoreada por las televisiones, parte del llamado pueblo llano de este país ama y odia apasionadamente a personas con mínimos valores humanos que se han hecho famosas divulgando sus miserias, corrupciones o perversiones.

Podrían ser hasta cinco millones de ciudadanos que al votar ponen y quitan gobiernos, y cuya vida se centra en seguir Gran Hermano, Sálvame, La Noria y similares, donde incluso aparecen maltratadas defendiendo a sus torturadores.

Esta gente elegiría presidente del Gobierno a Belén Esteban, lo que indica que una parte notable del país sería feliz en una oclocracia, la sociedad peligrosamente movida por impulsos primarios y groseros.

Millones de hombres, mujeres, adolescentes o viejos, morbosamente fascinados, con odio o envidia, por los asesinos de Marta del Castillo o de Sandra Palo, con los robos de los alcaldes-alcaldesas de Marbella, con las masoquistas que juran que quienes les pegan son buenas personas.

Esta gente quisiera vivir dentro de Tele5, cuyos presentadores más populares gozan chapoteando en las lacras de su chusma cultivada. Una actitud denigrante que se manifiesta en la calidad de las instituciones políticas del país, que saben cómo alimentar a la masa, a la oclocracia, a través de sus personajes-modelo.

Así se explica el nombramiento como ministra de Sanidad de Leire Pajín, que habla de conjunciones planetarias como sólo lo hacen las astrólogas, y que se exhibe con una “pulsera energética”, superstición mágica que provoca el desprecio de los médicos.

Este es un ejemplo de kakistocracia, el gobierno de los peores, antagonista del aristócrata, que no es un título heredado, sino ganado con esfuerzo por alguien que salió de la oclocracia.

Pero en España hay pocos aristócratas con el título ganado con el propio esfuerzo. A España la dirigen los kakistócratas, el zumo más macarra de la oclocracia.


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