No puedo ver más allá sin tropezar con la oscuridad. Perdí la luz que impide reposar mi alma cansada. La tortura es alimentada inevitablemente por el miedo que no le gusta rodearse de la verdad. Ciego y patoso, acampa a sus anchas por todos los corazones endebles. Parece que el final no le gusta acercarse, apenas puedo sentirlo con la yema de mis dedos, ni una aroma con sabor a libertad ni una sensación de paz. Solamente oscuridad.
Perdí la fe en el Ser Humano. ¿Cómo no voy a perder la esperanza cuando apenas llegamos a rozar la humanidad en nuestros corazones? Cada vez sentimos menos y repetimos más para sobrevivir, y cada vez sobreviven menos los que gustan de razonar. Y qué es lo que puede hacer o dejar de hacer aquel naufrago de sí mismo que nada a contracorriente sorteando obstáculos de la realidad. Sencillamente nada.
Parafraseando al maestro, dramaturgo alemán, entre los labios de Andrea y Galileo surgieron estas voces que dicen así: que triste es el pueblo que no tiene héroes pero más triste aún es aquél que los necesite.
¿Qué piedras quedan ya para servirse de la caída que no hayan estado antes en nuestro camino? ¿No es hora de aprender a levantarse? ¿No os dicen vuestras manos que tocáis fondo mientras el sentido común intenta convencernos de que hace mucho tiempo dejamos de caer? ¿Y qué es lo que impide escuchar a nuestras manos y al sentido común? Lo que gusta de ocultarse en la oscuridad. El miedo.
Los héroes no pueden infundir valor si no hay voluntad y pasión por la vida. La cordura no puede mostrarnos la verdad más allá del telón que nos separa del mundo exterior. ¿Seguimos sentados convencidos de seguir descendiendo o nos atrevemos a cambiar de papel y representar a un héroe en el gran teatro qué es el mundo? Que cada uno tome sus armas si consideran que esta vida merece ser vivida con dignidad y no con temor. Si perdí la fe en el Ser Humano no es porque carece de valor para combatir sus propios temores sino porque aún ignora que los guarde en su corazón.