Publicado por Rober Cerero
Entrábamos ya en nuestra tercera semana en Bogotá, y no lo hacíamos nada mal: ya dominábamos la noche, le habíamos cogido el ritmo al trabajo, habíamos hecho turismo… Pero, como mi madre siempre ha dicho, soy un culo inquieto –ojo, y que conste que no tengo mal culo-. Y resulta que esta gente también lo son –si tienen buen culo o no, os lo dejo a vuestra discreción-. ¿El resultado? Ya estábamos perdiendo tiempo: Cris, Carlos, Jose, Adri, Luis y Mikel (uno de los Global) nos íbamos a Medellín a pasar el finde. El primer viaje was coming.
Medellín es una de las ciudades más importantes de Colombia, y como tal cuenta con la mejor conexión por carretera por la capital. Les separan 400 km, menos de la distancia entre Sevilla y Madrid. En avión se tardan 50 minutos. En coche 9 horas. ¿Hola? Sí, has leído bien, 9 horas. Entonces, a la hora de elegir entre 9 horas conduciendo por carreteras sinuosas y de un carril, saliendo casi de noche, o un plácido vuelo de menos de una horita: ¿qué es lo que elige uno? Pues uno elige la caja, la caja. O lo que es lo mismo, alquilamos un coche, o arrendamos un carro, y a jugar.
A jugar pero de verdad, nada de un juego tranquilito en plan como el Continental en la playa, una tarde de verano, jugando con tus tías abuelas. No, nada de eso. Un juego en plan ruleta rusa. Un juego en plan ponerte mu serio y decirle a un sevillano que la Cruzcampo es pipí y que la Mahou es lo que está rico, ya me entendéis.
En serio, si la carretera Bogotá – Medellín es la mejor de Colombia, cómo carajo deben de ser las demás. Sólo tuvimos tres tramos de doble sentido en 400 km y, para más inri, Bogotá está en lo alto de una montaña. O sea, que hay que bajar. O sea, que muchas curvas. Pero ojo, que los camiones también tienen que bajar. Y los autobuses. Ah, y los camiones tienen que adelantar a los autobuses. Y los autobuses a los camiones, claro. Y los coches… Pues tendrán que adelantar a ambos, ¿no? Pues ahora coged todo eso y ponedlo junto.
Porque sí, amigos, fuimos testigos de cómo, por ejemplo, un bus adelantaba a un camión que a su vez adelantaba a otro. Todo en una curva cerrada y con cambio de rasante. Bueno, no vendrá nadie de frente, cortarán tramos o algo así. Pues no. Claro que vienen de frente, y adelantándose ellos también. Un show vaya.
NOTA IMPORTANTE: SI OS PREGUNTA MI ABUELA, ESTO ERA UNA AUTOVÍA MARAVILLOSA, LA MEJOR CARRETERA DEL PAÍS, DE VERDAD, NO TE PREOCUPES ABUELA.
Podéis pensar que estoy exagerando, pero una mierda. Al principio era divertido, luego ya no tanto; pero como no teníamos prisa, decidimos ir con calma, a ver si así salvábamos el pellejo. Además conducía el bueno de Josefino, pura clase al volante.
Hacienda Nápoles
Bueno, en realidad hay una cosa que no os hemos contado: nos decantamos por el coche porque, un par de horitas antes de Medellín, está la Hacienda Nápoles, es decir, el cortijito que tenía montado Pablo Escobar, y queríamos verlo. Además el domingo queríamos ver Guatapé, un pueblecillo bastante apañao.
Pero volvamos a Escobar y su Hacienda: se ve que el hombre necesitaba sitio para sus coches, sus animales exóticos importados de África, sus colegas, sus drogas, sus putes… En fin, una que tenía montada una buena finquita. Cuando el sujeto se fue al otro barrio, entre ladrones y policía arrasaron con todo… Excepto con los hipopótamos, que a día de hoy están libres y reproduciéndose por la zona de Doradal, localidad donde está la Hacienda (ojo, la Hacienda puede ser perfectamente más grande que Chipiona).
El caso es que, de unos años a esta parte, el gobierno decidió acabar con el expolio incontrolado y convertirlo en un expolio organizado. ¿Cómo? Pues montando un auténtico parque temático en torno a la hacienda, con zoo, parque acuático, museo, restos de coches quemados, helicópteros… Un buen espectáculo para el deleite del turista –mayormente local-.
La hacienda nos la recorrimos el sábado por la mañana, porque llegamos a Doradal pasada la hora de la cena. Y en Doradal ocurrió. Dormimos en un hotel de puta madre: bonito, limpio, barato y con desayuno (ojo que si no tiene desayuno por ese precio te la tienes que ver con Carlos). Y precisamente para el desayuno estaba vistiéndome cuando metí la mano en mi mochila y ¡¡¡ZAS!!! ¡Joder, algo me ha picao! No, en serio, ¡¡algo me ha picao de verdad!!
Sí, claro, jiji, jaja. Todos son risas ajenas hasta que sacudo mi mochila y sale un puñetero escorpión. Nos ha jodido, me acaba de picar un escorpión.
La escena es la siguiente: Cris se pone a gritar, Adri rompe el récord de salto de altura de El Bierzo brincando de un tirón a la litera de arriba, Jose empieza a chillarme que me chupe el veneno y lo escupa, y yo… Pues yo quieto, pensativo. Me ha picado un escorpión: ¿me muero? ¿Me amputo un dedo? ¿Dónde está el seguro de R. Madrigal cuando hace falta?
Tardamos unos segundos en reaccionar: Luis mata de un pisotón al escorpión, yo me voy al baño a extraer el veneno y Cris baja pitando a recepción, subiendo al minuto con un lugareño mitad jardinero, mitad señor de mantenimiento del hotel, que se planta en la habitación con la mandíbula desencajada. ¿Habéis localizado al bicho? Cuando lo señalamos y ve que es un escorpión negro, se relaja completamente. Tranquilo, parcero, estos escorpiones no son casi venenosos, son como las avispas.
Uffff, pues menos mal.
NOTA IMPORTANTE II: TÍA, SÉ QUE ESTÁS LEYENDO ESTO. MIS PADRES YA LO SABEN, PERO NO SE TE OCURRA CONTÁRSELO A LA ABUELA. GRACIAS.
Bueno, pues una vez superado el susto –de hecho puro susto, porque sólo se me puso rojo y se me hinchó un poquito durante unas horas- y habiendo pasado la mañana en la Hacienda Nápoles, otras dos horas largas de carretera hasta Medellín, que merecieron la pena aunque sólo fuese por los jugos que nos tomamos con estas vistas:
Medellín
A Medellín llegamos por la tarde, prácticamente para pillar una cerve e irnos a cenar a un asiático súper top. Y luego al primero de los cuatro sitios que cerramos. Allí quedamos con mi amiga Natalia, lugareña, a la que llevaba sin ver desde mi época en Nueva York –ventajas de hablar hasta con las paredes- y que nos hizo ruta. Primero una terracita top donde compramos una botella del maravilloso ron Santa Fé,, luego una discoteca con rooftop donde compramos otra botella del maravilloso ron Sata Fé… Y aquí hubiese sido prudente irnos a casa, pero como somos de todo menos prudente, al menos unos cuantos, acabamos en el Farenheit, un after ultra turbio donde, claro, compramos otra botella del maravilloso ron Santa Fé. Incluso cuando nos echaron de allí, nos fuimos a un antro más turbio todavía que había enfrente, pero a la tercera minifalda nos dimos cuenta de que quizá sí, lo mejor era irse. ¿O comprar otra botella?
La cuesta de enero del domingo
Joder, los 28 años años empiezan a pesar. Y las 3 ¿o 4? Botellas del maravilloso ron Santa Fé también. Y dormir tres horas supongo que también.
El caso es que nos levantamos a las 11 borrachos como piojos. Oye, que hay que dejar el Airbnb e irnos a Guatapé. LA VIRGEN. Pues hala, desayunamos completamente tajaos y a confiar en el buen conducir de Josefino que, dicho sea de paso, es de los prudentes que se fue pronto a casa.
Pero, entonces, contra todo pronóstico, llegan las dos primeras bajas: Luis y Mikel están demasiado borrachos para meterse 8 horas de carretera, así que deciden quedarse unas horas errando por Medellín y volver en avión por la noche. Ejonopajanaome.
Guatapé
Total, que con dos menos de los que empezamos el viaje, nos plantamos en Guatapé, a 45 min de Medellín. Y he de decir que, pese a ir todo el camino con la cabeza por fuera del coche, mereció muchísimo la pena. Guatapé resultó ser un pueblecito precioso, con casas de colores, jugos en la calle, música en directo y un peñón que ríase usted el de Gibraltar.
Y sí, subimos al peñón. Y claro, tardamos 20 minutos. Y obvio, tenía el corazón que Julian Ross. Pero joder, mirad que vistas:
Ah, y un detalle de nada, por si alguna vez vais: en lo alto del peñón hay baños, pero no hay papel higiénico. ¿El resultado? Bajar corriendo a toda hostia porque el maravilloso ron Santa Fé acaba de adquirir una forma semi sólida.
Vuelta a casa
Y esa cagada, amados lectores, puso prácticamente fin a ese memorable fin de semana. Lo demás no pasó de ser un camino de vuelta a Bogotá aburrido pero agradable, recordando a Escobar, los escorpiones, los maravillosos rones santafeses y demás anécdotas que hoy comparto con vosotros.
Ah, se me olvidaba, punto clave del viaje el momento en el que, en algún lugar entre la hacienda y Medellín todos nos quedamos callados para escuchar el devenir de la canción Pedro Navaja, cuya cruda historia no tiene desperdicio. Disfrutadla: