El ser humano y sus complejidades, son causa permanente de un despertar en la curiosidad a todo nivel. Compuesto de un cuerpo físico y una esencia que no desaparece, aún incluso después de separarse de este plano material, deja muchas incógnitas sin resolver para sí mismo y para los demás.
Atrapado dentro de este vehículo transitorio por el cual ejecuta las acciones de cada día, se ve envuelto en un sinfín de situaciones y circunstancias que, en más de una oportunidad, resultan tan fascinantes como explorar la propia infinidad del Universo.
Pero en medio de toda ésa ruta por la que va forjando el camino de su destino, desdeña la increíble capacidad que posee, contenida en un par de extensiones corporales que son intrínsecas al sentido del tacto: las manos.
Tan variadas en su constitución, dependiendo de la contextura que tenga la anatomía de cada persona, son dos poderosos atributos que casi olvidamos por completo; pasándolas a un segundo plano, se quedan divagando a la deriva por atención.
¿Qué más creador y destructivo a la vez, que el punto final de las extremidades superiores? Si nos fijamos bien, hasta lucen como unas flores abiertas al Sol en plena primavera, cuando nos permitimos dar y recibir a través de un gesto bondadoso.
Paralelamente, estos capullos tiende a cerrarse, al convertirse en sendos puños que quedan obstruyendo la circulación sanguínea, casi de la misma forma en como éstos se transforman durante el más gélido invierno.
Si somos armas de nuestra propia destrucción, la cual pretendemos expandir hacia el mundo que habitamos con mayor frecuencia de la que imaginamos, tanto consciente como inconscientemente, ¿qué esperamos obtener de las manos que nos apoyan si sólo las mordemos como perros rabiosos?
Inconformes de la vida por naturaleza, reaccionamos impulsivamente como fieras salvajes que atacan hasta despedazar a los que consideramos contrarios, sin siquiera fijarnos que el daño causado replica de alguna u otra forma dentro de nosotros, al ser tan de carne y hueso como quienes nos rodean.
Débiles y frágiles desde el preciso instante de la concepción, dependientes de un vientre para preservar nuestra humanidad, crecemos con la idea de despegarnos de un cordón umbilical al cual estamos atados hasta el último aliento, tal como raíces atadas a una tierra abonada que produce frutos en abundancia.
Sólo que, en nuestras manos, está el poder de decidir si caminamos libremente dejándolas al aire o tomadas a otras, que puedan guiarnos en esta breve travesía. Con ellas, también se empuja y se ofrece auxilio al caído, se desenfunda una espada o se aprieta un gatillo; se sostiene una rosa y se acaricia al ser querido, se crea arte y se abriga al desvalido.
Y tú, ¿aún dudas de nuestras poderosas manos?