Lo recuerdo como si fuese ayer: él me rogaba haciendo pucheros y poniendo ojos de cachorro, consciente de que no tardaría mucho en convencerme. Yo, que me hacía la dura sabiendo que no serviría de nada, intentaba hacerle ver que no era un libro muy gordo y que le daría tiempo de resumirlo si se ponía a leer ya. Que hasta el lunes no tendría que entregar el trabajo, y que sería mucho más enriquecedor para él si lo leía.
Pero no. Él se empeñaba en decirme que era malo escribiendo, que además ese libro le aburría y que o le ayudaba haciéndole un resumen, o suspendería Lengua en Junio. Que total, con lo rápido que leía yo, no me costaría nada...Fui una tonta, ya lo sé, (incluso por entonces lo sabía) pero me pasé toda la noche leyendo El Camino. El sol me sorprendió con los ojos humedecidos y a Daniel el Mochuelo inspirando hondo, preparándose para ese nuevo futuro que se extendía bajo sus pies. Sin saberlo, (porque de estas cosas no te das cuenta hasta que pasan muchos años) estaba leyendo un poquito de mi propia vida. De ese momento en el que, de pronto, dejas de ser un niño y empiezas a crecer. Ese libro me gustó. Me gustó tanto que mi resumen resultó tan apasionado y minucioso que consiguió la mejor nota de la clase de mi vecino. Y como, al igual que Daniel, yo había inspirado hondo dispuesta a abandonar todo aquello que formó parte de mi pasado pero que no estaría en mi futuro, aquel fue el último trabajo que le hice a ese chico. La última vez que respondí a sus llamadas de teléfono. Hoy, Daniel el Mochuelo ha llegado al final del camino de su vida. Yo aún sigo dando saltitos por el mío, sin saber muy bien si he pillado el desvío correcto y si todavía queda mucho para la próxima área de descanso. Pero esta mañana en la que me he acordado de aquellos momentos de mi infancia en los que creía que nada cambiaría nunca, he sentido una mezcla de tristeza y ternura, de recuerdos amargos y de memorias dulces en las que mi alma de niña todavía sigue jugando con Daniel, con Roque, con Germán, con Mariuca...Descanse en paz, Miguel Delibes. Gracias por enseñarnos a caminar.