Todos
tenemos derecho a pecar si no dañamos voluntaria o involuntariamente a otros
seres en contra de su voluntad o abusando de su inferioridad, pero los
gobiernos como el español va más allá: nos quieren santos.
Los
pecados comunes crean vicios. Comienzan como veniales y enseguida pasan a mortales,
evolución que trató de evitar el profeta Zapatero con su ley antitabaco de 2010.
El
Partido Popular luchó contra esa legislación fundamentalista y garantizó que la
derogaría al llegar al poder para volver a la menos radical de 2006, también del inolvidable
Zapatero.
El
exprimer ministro rechazaba el pecado aunque no pudiera evitarlo: fumaba y fuma
a escondidas, y alrededor de donde trabajaba, como en tantos despachos del
Parlamento, atufa a pitillos rubios americanos, muchos “de batea”, como los
pedía Garzón.
Claro
que fumar es pecado mortal: frecuentemente conduce al cáncer. Por eso este
cronista volvió a la virtud hace muchos años y dejó de darle al Estado su parte
de los entere 8.000 y 10.000 millones de euros anuales que recibe en impuestos
al humo.
Es
lógico que se persiga a los conductores que el consumen alcohol porque pueden
matar a otras personas, y que se prohíba fumar en locales para todos los públicos,
pero no en lugares específicos para pecadores.
Este
Gobierno ha incumplido muchas promesas, como la de permitir fumar en lugares marcados
para estos lujuriosos, doblemente viciosos si, además, van a jugarse sus
cuartos en casinos como los que prometía Eurovegas, y que quizás se vayan a
otro país menos virtuoso con sus 17.000 millones de inversión y 250.000 empleos
prometidos.
Finalmente, estos enemigos del pecado son como Franco: detestan los casinos porque inducen al pecado, odian el vino tinto y seguramente veneran el brazo incorrupto de la Cadena Ser.
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SALAS