Revista Religión
Leer | Efesios 2.4, 5 | Gracia es el favor y el amor de Dios demostrados a la humanidad. No podemos ganarlos o llegar jamás a ser buenos para merecerlos. Para apreciar realmente su gracia, necesitamos comprender ciertas verdades acerca de Dios y de nosotros mismos.
Primero, Dios es absolutamente santo, y el pecado no puede coexistir con la perfección sagrada de su presencia. Cuando Adán y Eva decidieron comer del árbol prohibido, su relación con Dios se fracturó. Puesto que todas las generaciones posteriores heredaron la naturaleza pecaminosa de ellos, toda persona nace con una naturaleza inclinada a mantenerse apartada del Señor.
Segundo, el carácter de Dios es justo. Como resultado, el Señor exige un pago por el pecado. El castigo que exige es la muerte (Ro 6.23), no solamente física sino también espiritual mediante la separación eterna de Él.
Por último, tenemos un Dios misericordioso que nos extiende su gracia. Él creó un plan que confirmaría su naturaleza santa, cumpliría con los requisitos de su justicia, y nos haría miembros de su familia: envió a su Hijo para salvarnos. Tras haber nacido como un ser humano, el Señor Jesús vivió una vida perfecta, y cumplió la Ley. Solo Él estaba calificado para satisfacer la justicia divina. Cristo tomó nuestro lugar, llevó nuestros pecados y experimentó la ira de Dios por nuestra rebelión —todo ello para que pudiéramos ser reconciliados con el Padre.
¿Ha reconocido usted que es un pecador y recibido el perdón del Señor por medio de la fe en Cristo? Si es así, ¿está usted agradecido por su gracia?
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