La Paz: Estadio Hernando Siles
Ojalá hubiera tenido que tragarme mis palabras cuando afirmaba en un artículo anterior que nuestra selección no estaba para grandes cosas, que se venía otra eliminación prematura en este proceso eliminatorio, rumbo a Brasil 2014, valga la redundancia. Todavía quedaba algo de esperanza en muchos corazones. La ingenuidad que todo lo edulcora. “La Paz, es nuestra plaza fuerte, ellos vienen traumados con la altura” decíamos con la seguridad de la victoria entre manos. Antaño, la comidilla antes de los partidos giraba en torno de por cuántos goles de diferencia íbamos a ganar, lo demás no se discutía. Acostumbrados a perder de visitantes (históricamente hemos conseguido muy pocos puntos fuera de casa), siempre quedaba el consuelo de la victoria en casa. Hoy, hasta Colombia hizo historia, nunca nos había ganado en La Paz. Esta selección “cafetalera”, no está ni por asomo, cerca de aquella poderosa escuadra de Maturana (Valderrama, Rincón, Asprilla, Leonel Álvarez) que para el encuentro de Francia 98 apenas pudo arrancarnos un empate que les supo a gloria. Hoy, el mismo Álvarez que funge como su técnico, supo plantear sobriamente el partido: con mucho orden, marcando desde tres cuartos de cancha, sin arremolinarse atrás, controlando el balón criteriosamente y sin imprimir mucha velocidad en el contragolpe nos dio las estocadas necesarias para llevarse la victoria. Nada de juego vistoso, nada de grandes zancadas a lo Asprilla, simple juego de obreros más bien. Casi nadie sobresalió, salvo el talento de un chaval como James Rodríguez, que con algunas jugadas de veterano dio muestras de su clase. Todos esperábamos la temible eficacia de Falcao; apenas jugó diez minutos, los suficientes para demostrarnos su contundencia en dos balones que tocó: un cabezazo apenas desviado y el otro, un pase colocado a la red. No hace falta relamerse en las heridas, ahora la opinión de la hinchada es casi unánime. Todos desean la cabeza del técnico y la renuncia del presidente de la FBF y su camarilla. Inútiles manotazos de ahogado en el barro putrefacto. Ni aunque trajéramos a Guadiola, al “Zorro” Ferguson o al polémico Baldivieso (como lo pide mucha gente), saldríamos adelante cuando es evidente que la estructura del balompié nacional se hunde como un barco que se va pique. ¿Pedir la renuncia de la dirigencia?, primero veremos un cerdo volando por encima del Hernando Siles. El DT. Gustavo Quinteros aún tiene oxígeno para dos jornadas más, las que nos esperan en noviembre, en los choques contra Argentina y Venezuela, ambos de visitante. Pero visto lo visto en las primeras jornadas y las que se vienen, ya tiene firmada su sentencia, aunque se empeñe en dar pecho al asunto, sólo está prolongando su agonía al frente de la selección. Ya nos hemos cansado de explicar la paupérrima realidad del deporte boliviano. ¡Hace dos años que no ganamos, ni un mísero partido amistoso!En el fútbol se habla de ciclos, ciertamente Colombia da muestras de recuperarse después del bajón desde Francia 98. Perú, no regresa a un mundial desde 1986 y ahora la sensación es distinta con el gran elenco que muestra hoy por hoy. Venezuela, ni se diga, cada vez mejor. Solamente Paraguay da muestras de un desgaste, casi inevitable después de jugar consecutivamente cuatro mundiales, tremenda hazaña para ellos, digna de imitación. Bolivia sigue en caída libre, en un agujero negro sin fondo.Ya no nos queda ni el consuelo de tontos. Ante el admirable papel de la selección venezolana en la reciente Copa América, ellos reclamaban que ya estaban hartos de que se les considerase como la “Cenicienta” de Sudamérica y que ya era hora de que se les mirase con respeto. Tienen razón, amigos venezolanos, ya pueden dormir tranquilos; está claro quién es el nuevo patito feo del fútbol. Ante la imposibilidad de descender a categorías inferiores cuando de selecciones se trata, sólo nos queda el descenso a los infiernos, a ver cuándo hallaremos el fondo.Lejanos ya, quedan esos tiempos en que les metimos 14 goles a los “llaneros” en sólo dos partidos. Todo queda en eso, sólo lindos recuerdos que empiezan a diluirse como lágrimas en la lluvia.