Editorial Criatura. 327 páginas.
Los cuentos están escritos entre 1966-2003. Este libro está publicado en 2012.
Selección y prólogo de Ricardo
Strafacce.
Había hojeado varias veces,
durante los últimos meses, en la librería
La Central de Callao esta antología de relatos de Mario Levrero (Montevideo, Uruguay, 1940-2004), titulada como el
segundo relato del conjunto, Nuestro iglú en el ártico. Pero me
resistía a comprarla porque tenía en casa aún dos libros de Levrero si leer. Me
decía: lo más lógico será que leas los dos libros de casa y luego, si te
apetece seguir con Levrero, comprar éste. Pero cuando se acababa el verano,
paseando de nuevo por La Central acabé pensando (error de coleccionista) que si
no compraba ese libro, que seguía allí después de varios meses de hojearlo en
cada visita, al final iba a desaparecer de sus estanterías para siempre. Nuestro iglú en el ático es un libro
editado en Uruguay, que no había visto en ninguna otra librería de Madrid. Esto
es lo mejor de La Central: que en vez de tener en sus estanterías cinco ejemplares de la última obra de un autor,
tiene un ejemplar de cinco obras diferentes de él, algunas editadas fuera de
España y también en su idioma original si se trata de autores en otro idioma.
Los relatos seleccionados por el
escritor argentino Ricardo Strafacce
para esta antología son normalmente largos (327 páginas para 10 relatos hacen
una media superior a las 30 páginas por relato), y diría que La
cinta de Moebius con más de 60 páginas es una novela corta.
Los relatos están ordenados
cronológicamente, y están escritos por Levrero en un periodo que abarca más de
35 años. Así podremos acercarnos desde las obras de un joven Levrero de 26 o 27
años hasta las del Levrero más maduro, el de un año antes de su muerte en 2004.
Como excepción he de señalar que el último texto, Entrevista imaginaria con Mario
Levrero, no cumple con este criterio cronológico, pero me parece un
acierto situarlo en el libro como cierre.
El primer cuento, El
sótano (1966-67) nos acerca hasta el niño Carlitos, quien desea saber
qué ocultan sus padres en el sótano, única habitación de las múltiples de su
casa que está cerrada con llave. Levrero nos acerca a las pesquisas que sigue
Carlitos para averiguar quién tiene la llave del sótano, o quién sabe quién la tiene
o y la pregunta qué hay en el sótano se va quedando en segundo plano. Como en
su novela La ciudad, alguien sale a buscar algo y las peripecias del
camino constituyen el cuerpo de relato. Muchos de los elementos narrativos de
Levrero están ya en este cuento inicial: la multiplicación de los espacios
físicos (puertas, habitaciones…), el aparente absurdo de corte kafkiano de las
acciones de los hombres, el ambiente onírico, los insectos y el humor. Un humor
que en muchos casos cae en el surrealismo y que nos acerca a Lewis Carroll, uno de los autores,
además de Franz Kafka, predilectos
de Levrero.
Nuestro iglú en el ártico
(1967) me ha recordado en su composición demasiado a El sótano y por esto mismo me ha gustado menos. Otro relato de
acontecimientos acelerados y de concatenación de hechos absurdos y surrealistas.
En realidad el ritmo de estos primeros relatos es como el de los sueños, donde
cambia el escenario y los personajes a cada momento. Aparece aquí otro de los
elementos clave de la obra de Levrero: la obsesión compulsiva por el sexo, un
sexo a veces no alcanzable pero siempre presente. El final de este relato es de
los más esperanzados del conjunto.
Gelatina (1967) me ha
gustado más que los dos anteriores. En él una extraña masa indeterminada, que
se identifica como “gelatina”, se expande por la ciudad, y el personaje trata
de esquivarla. Este cuento tiene que ver, además de con el mundo de los sueños,
con la literatura fantástica o de terror. El efecto es inquietante. Además est´`a
el hecho de que éste es el primer cuento que le publicaron a Levrero.
La toma de la Bastilla o cántico
por los mares de la luna (1973) es un cuento que me costó terminar. Éste
es el más surrealista de todos, las escenas cambian en el relato sin
continuidad aparente entre unas líneas argumentales y otras. Sin nada a lo que
aferrarme, acabé perdiendo el interés como lector.
Con La cinta de Moebius
(1975) Levrero inicia una segunda etapa creativa. A partir de aquí nos vamos a
encontrar con un autor más maduro y que controla mejor sus recursos
narrativos. No es que Levrero cambie sus
temas sino que el ritmo narrativo es otro. En un cuento como Nuestro iglú en el ático el protagonista
acababa teniendo poca entidad real, porque la fuerza del cuento era la fuerza
de la trama, constituida por una concatenación muy rápida de sucesos sin sentido.
En La cinta de Moebius el ritmo es
otro, y el cuento, de nuevo como en El
sótano, protagonizado por un niño, nos permite acercarnos más al personaje
y que la historia cobre para el lector más entidad, un deseo mayor de seguir
leyendo. De todos modos, me gusta más la primera parte del relato (cuando el
niño acompañado por un gran número de familiares viaje desde Montevideo hasta
París), que la segunda parte donde de nuevo puede pasar cualquier cosa.
Lo mejor de la antología empieza
para mí a partir del cuento Espacios libres (1979), y estaría
formado por éste y los tres que le siguen. Espacios
libres es ya diferente a los otros cinco que he comentado hasta ahora. El
narrador está buscando a una mujer, entra en un café y allí conoce a una serie
de personajes que le van a ayudar a conseguir un perro, que seguirá el rastro
de la mujer. En este relato (así como en los que quedan de la antología) el
estilo está más cuidado, y más que basarte en una concatenación de escenas
surrealistas tiene un poso más pausado, más hondo y kafkiano.
Los muertos (1981) tiene
bastante que ver con el anterior relato. Aquí el narrador vive en casa de sus
tías, y el día que comienza la historia el inquilino de sus tías (al que apenas
conoce) decide pegarse un tiro. El narrador sale a la calle en busca de ayuda.
En la calle la vida le irá enredando en sus absurdos. Este cuento me ha
recordado a la extrañeza ante el mundo que planteaba en sus cuentos el también
uruguayo Felisberto Hernández.
Capítulo XXX (1984) es
uno de los mejores y más originales relatos del libro. En él Levrero crea un
escenario fantástico: una isla que parece amenazada por invasiones externas y
donde los adultos viven separados de los adolescentes. El protagonista se
obsesiona con hacer crecer la semilla que tomó de un invasor que llegó a nado a
la isla antes de su muerte. La planta que crece de esa semilla irá obsesionando
al protagonista y también cambiando su físico. Este cuento es un cuento de
terror bastante clásico. En la antología Mares tenebrosos de Valdemar había algunos con el mismo
tema.
Carros de fuego (2003)
guarda una similitud compositiva con Espacios
libres y Los muertos: aquí el
narrador ha de abandonar su casa porque ha sufrido una invasión de ratones y ha
de encontrar un gato. El recorrido inverosímil para encontrar ese gato
constituye el relato que finaliza con una escena sexual que acaba siendo
humorística por su absurda función de cierre del relato. Quizás el cuento que
más me ha gustado de todos.
En Entrevista imaginaria a Mario Levrero (1987) el autor se entrevista
a sí mismo y nos desvela algunas de las claves de sus métodos creativos.
Trascribo algunas de sus palabras:
“El arte atiende a ciertos
niveles de comunicación, a los más profundos.” (pág. 311)
“El tema, o más bien el asunto,
suele elegirme a mí.” (pág. 312)
“Me llama la atención esa miopía
generalizada, ese afán de construir un mundo coherente pero falso, donde todos
los escritores están como pinchados con alfileres en un mapa, en una red de
parentescos e influencias. Creo que el cine, la música, los amigos, las
mujeres, las hormigas, el mar, y etcétera, me han influido tanto o más que los
libros.” (pág. 323)
“Sé que mi literatura es un arte
menor. Pero también sé que es un arte. La valoro como algo auténtico.” (pág.
326)
Como conclusión final creo que
voy a reafirmarme en lo que ya dije al comentar los Cuentos completos de Virgilio Piñera: me han gustado más los
cuentos de la segunda mitad de la antología de Levrero porque en ellos los
elementos fantásticos, oníricos o surrealistas estaban más controlados y los
personajes tenían más entidad (me importaba más qué les iba a ocurrir) que los
primeros, donde la historia está supeditada a una cadena de hechos absurdos y
los personajes casi no están perfilados. En cualquier caso, una de las mejores cosas de leer estos cuentos es la sensación perpetua de aventura, de no saber nunca por dónde va a tirar la historia, si vamos a estar ante un relato realista, surrealista... o simplemente si cuando ya has dado por sentado que el relato era realista de repente deja de serlo.
De nuevo al hablar de Mario
Levrero, quiero comentar lo llamativo que me resulta la influencia que ha
tenido en un escritor como César Aira.
También podría comentar que Mondadori tenía el proyecto de sacar
los Cuentos completos (o una antología) de Mario Levrero, y la edición iba a
estar a cargo de Ignacio Echeverría.
Es una pena que este proyecto no se haya llevado a cabo. La obra de Levrero
debería ser más fácil de encontrar en España, es un escritor cuya importancia
(si la literatura sigue teniendo importancia) está destinada a crecer en las
próximas décadas.