
Si quieres, puedes leer la parte I, la II y la IIILos masajitos en la espalda que me daba Ricardo fueron divinos y ayudaron mucho a relajarme y centrarme. Luego de esas 6 horas, él estaba al borde de un infarto, así que llamamos a un taxi que nos acercó al hospital Sant Pau.
Fuimos con lo mínimo necesario, habiendo dejado preparado otro maletín para el día siguiente. Mis contracciones habían comenzado recién estrenado el 6 de junio, justo a medianoche. Acudimos al Sant Pau como a las 10 de la noche del mismo día. Es decir, luego de unas 20 horas con contracciones en casa. Puri, mi matrona, me ofreció una bata del hospital, y Ricardo me ayudó a cambiarme. Miraba a mi alrededor, las viejas paredes del paritorio y me recordaron el ambiente de mi amada UCV, patrimonio cultural de la humanidad, al igual que el Sant Pau. Me sentí en casa. Puri me revisó y comprobó que ya tenía 6 centímetros de dilatación. El obstetra que la acompañaba no se lo creía. Era joven, de mi edad, me comentó en tono incrédulo “ojalá todas las primíparas vinieran al hospital con 6cm, es rarísimo ver eso”.
Un par de frases después, miró mi botellita deportiva de agua y me pidió que dejara de beber. Tomaba apenas sorbitos para mojarme la boca, porque la respiración que te enseñan en las clases de preparación al parto, aunque ayuda mucho a concentrarse, oxigenarse, relajarse y conectarse con el parto, da mucha sed. Mucha. Mucha. No quería que bebiera agua, para no tener que hacerme un lavado de estómago en caso de que pidiera la epidural y surgiera alguna complicación que requiriera intubarme. Le expliqué que no quería epidural. Creo que luego de eso se fue a leer mi historia clínica y a ver a las demás parturientas.
Entretanto, Puri me permitía -y sugería- diferentes posiciones durante la dilatación, lo cual agradezco enormemente. Era como una mamá grande que te deja ser. Sabia, observa, apoya. Al rato vuelve a entrar el obstetra a decirme que la chica que llegó después de mí ya había pedido la epidural, que estaba seguro que yo sería la próxima, como insistiéndome nuevamente, en tono chistoso, aún tan incrédulo como al principio. Le repetí que no la quería, que podía tolerar lo que sentía. Esto se repitió un par de veces más, hasta que se resignó.
Pasé un rato sobre la pelota de dilatación, lo cual era bastante agradable, con Ricardo masajeándome la espalda. Luego probé un rato en la silla de partos. Me sentí bastante cómoda allí también. El cuerpo me pedía moverme, cambiar de posiciones luego de un ratito y me dejé llevar. Di paso a mi parte animal, me dejé ir. Es una sensación increíble. Al cabo de 4 horas, ya estaba dilatada en 10 centímetros. Problema: no había roto la bolsa. El obstetra, ni corto ni perezoso se ofreció a rompérmela, a lo cual (obviamente) me negué.
Entre jadeos le expliqué que podía tolerar el nivel de dolor que sentía, y que había leído mucho sobre el tema, que sabía que la ruptura artificial/intencional de membranas aumentaba significativamente el dolor. Yo sabía cuánto podía tolerar, hasta aquí iba bien. Con más dolor sentía que no podría. Puri me recomendó pujar. Recordé el movimiento que nos pidieron visualizar al pujar en las clases de preparación al parto. No funcionaba.
Pasé así 4 horas más. Estaba agotada, y aún no lograba romper la bolsa amniótica. Me quejaba, sólo quería descansar. Ricardo sintió que necesitaba aliento y me habló firmemente y me hizo reaccionar: “Louma, esto es lo que tú querías, estás logrando el parto que tú quieres. En lugar de quejarte entre una contracción y otra, aprovecha la bajada para respirar lento y reposar.” Palabras mágicas.
Esta historia continuará…
Cuéntanos… ¿Cuál fue la frase de apoyo que más te ayudó durante tu(s) parto(s)?
Foto © Juliana Wiklund Johnér Images Corbis
