Llevo varios días pensando en el tema de los títulos de los libros (y que se podría aplicar también a muchas películas) y de las traducciones que, desde siempre, hemos sufrido en nuestro país, y supongo que en el resto de los países hispanohablantes. Y es que cada vez me parece más espantoso ese baile de palabras en el que se acaba convirtiendo un libro desde que el autor lo escribe hasta que finalmente se publica en otros idiomas.
En lo que respecta a los españoles, siempre hemos estado muy acostumbrados a que los libros que compramos aquí cambien “ligeramente” con respecto a sus versiones originales. Yo tengo varios ejemplares en casa, sobre todo de obras clásicas extranjeras, en los que todos los nombres de los personajes están traducidos al español, excepto los que no pueden traducirse, claro está. Esta epidemia de nombres españolizados creo que no tiene origen conocido; ha sucedido desde siempre; y así, mi Emma Bovary se casó con un hombre llamado Carlos pero, aburrida de su relación, acaba teniendo un amante, Rodolfo. O, por poner poner otro ejemplo, el del joven Werther, que se enamora de Carlota pero también traba amistad con su prometido, Alberto, y se acaba quitando la vida porque entiende que ellos hacen la pareja perfecta. Como si las historias se desarrollaran en el mismo Madrid, vamos.
No contentos de cambiar los nombres de los personajes de los libros, también lo hacemos con todo lo que se nos ponga a mano, por ejemplo los grandes autores o las familias reales de nuestros vecinos europeos. Hace unos días estaba estudiando mi libro de inglés y en un listening se describía un cuadro de Goya: La familia de Carlos IV. Me di cuenta que, durante toda la narración, se nombraba a cada miembro de la casa real por su nombre real, es decir, por su nombre español. Lo cual quiere decir que fuera de nuestras fronteras no tienen esa mala costumbre de cambiar los nombres de la gente; al contrario de lo que hacemos aquí con la reina Isabel y los príncipes Carlos, Eduardo y Guillermo… Es que hasta nos suena mal decir la reina Elizabeth y pensar que es la reina de Inglaterra, ¿verdad? Y lo mismo hacemos con los autores: Ana Frank, León Tolstói… Yo no sé quién impuso esta norma, pero realmente deberían hacer algo para cambiarlo.
Es un problema grave porque, que yo recuerde, cuando empecé a estudiar inglés de pequeñita en el colegio, nuestro profe nos llamaba por nuestros nombres traducidos al inglés o, en caso de que no fueran traducibles o que simplemente se escribieran igual en ambos idiomas, los pronunciaba en inglés. Y este tipo de acciones nos han inculcado la idea de que cada nombre ha de cambiarse dependiendo del país en el que uno se encuentre, así que no suena extraño que aquí españolicemos los nombres de los demás, ya que nosotros también cambiamos los propios.
Bueno, afortunadamente todos estos nombres españolizados ya solo los encontramos en a) ediciones antiguas o b) ediciones modernas de editoriales que no se gastan un duro en volver a traducir las obras y que lo único que hacen es reimprimir una edición antigua, muchas veces incluso censurada (que menuda tela). Y claro, como ahora no tienen nada que españolizar, pues les da por cambiar los títulos, que hasta este momento habían sido traducciones bastante exactas de los originales.
Yo creo que un autor pone un título determinado de un libro porque quiere que esas palabras sean las primeras que lleguen al lector. ¿Quiénes somos los demás (traductores, editores) para cambiarlas? Es más, ¿podemos estar seguros de que no cambian nada más de la historia? Vamos, ni de lejos. Entiendo que se tengan que traducir expresiones que son diferentes en cada idioma -todavía me acuerdo de la protagonista de La doctora de Maguncia, que revolvía los ojos, literalmente traducido del inglés-, pero el título no suele contener este tipo de expresiones y, normalmente, son frases sencillas y directas que se entienden perfectamente en todos los idiomas. Voy a poner algunos ejemplos de estas extrañas traducciones de títulos:
Contra el viento del norte, traducción exacta del original alemán, se ha traducido en inglés como Love virtually. Este tipo de cosas me dejan sin palabras.
After River (Después de River) se tradujo como Cuando todo cambió. Dios, qué pena de título, de verdad.
Los aires difíciles se tradujo al inglés como The wind from the East (El viento del este). ¿Y por qué no del sur, o del oeste? Un misterio, como lo es que alguien pueda comprarse un libro con esa portada tan horrible.
The moonflower vine (el nombre de un tipo de flores, las Damas de noche), de Jetta Carleton, una de esas lecturas imprescindibles en nuestras bibliotecas, pasó a ser Cuatro hermanas, así, sin anestesia ni nada.
Y, para terminar, el título que me dio la idea de escribir esta entrada: The secret keeper (El guardián secreto), de Kate Morton, traducido como El secreto de Dorothy. A mí me da mucha pena que se permita modificar así los títulos y ya os digo que, si fuera yo la autora, me parecería una afrenta que se atrevieran a cambiar así mis propias palabras, la bandera por la que se conocerá mi obra. Porque más que una traducción, parece que deberían llamarlo “interpretación española de la novela tal“.
En fin, que me molesta que cambien así tanto los títulos de los libros como los nombres de los personajes, ¿y a vosotros?