Quienes hemos padecido cáncer y nos lo han curado en la sanidad madrileña sabemos que Esperanza Aguirre lo vencerá también porque administra uno de los mejores sistemas públicos del mundo, y porque tiene esperanza, como su nombre.
Ha habido tremendas campañas para denigrar el sistema de salud de esta presidenta por querer reducir los 3.500 sindicalistas sanitarios liberados de su Comunidad a 1.500. Lo consiguió, y todavía sobran más de mil.
Liberados que asustan a los enfermos asegurándoles que Aguirre destruye la sanidad pública privatizándola.
Pero las empresas privadas sólo administran la burocracia y el personal, lo que evita la picaresca de quienes siempre están de baja o de libranzas abusivas, y que desaparezcan costosísimos equipos hospitalarios.
Al cronista, un anónimo ciudadano que llegó a un hospital público un día con unas molestias, le descubrieron enseguida con tecnologías de la última generación que tenía un cáncer agresivo, aunque poco avanzado.
Sin preguntarle quién era –igual que a otros ciudadanos, españoles e inmigrantes--, lo internaron, y después lo operó cinco veces, con enorme paciencia, el urólogo Javier Calahorra.
Antes, había sufrido un infarto y fue recibido en otro hospital público por un médico de urgencias al que nunca identificó y que llevaba, recuerda, una pequeña cruz dorada en la solapa de su bata.
Después, el cardiólogo José Romero lo reparó y sigue, como Calahorra, atendiéndolo con infinita humanidad.
Esta Aguirre, que salió pimpante de un accidente de helicóptero y de los terribles atentados de Bombay, y que construyó a pesar de los boicots sindicales una decena de magníficos hospitales en pocos años, no va a acobardarse ante su cáncer.
Sabe que, por su calidad científica, sanitarios y enfermos de toda España quieren venir al Madrid que ella administra, para curar, y curarse.
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SALAS. Aguirre prometió que en Madrid no habría copago, pero...