Sin que apenas nos demos cuenta están naciendo guetos en España, barrios que eran de honrados obreros, ahora con gente joven sin trabajo, estudios ni normas, para los que el robo y el atraco son de ley.
Se protegen entre sí y, justificados por sus familiares, se lanzan en masa contra la policía cuando van a perder su botín o uno de ellos sufre algún daño.
Desde esos nuevos guetos han protagonizado rebeliones para oponerse a redadas o capturas de droga en las Rías Bajas gallegas y en zonas de Cádiz que reciben el contrabando de hachís marroquí.
Quizás el caso más claro del nacimiento voluntario de un gueto es el del barrio de Los Pajaritos, de Sevilla, en el que alrededor de un centenar de muchachos y sus familias protagonizan estos días disturbios para protestar contra la muerte de uno de ellos, un atracador.
Armados con una pistola y dos machetes, cuatro jóvenes habían asaltado un estanco de su propio barrio, pero fueron sorprendidos por agentes de la guardia civil que, según su versión, tuvieron que abatir a un atracador cuando blandió una pistola que resultó de fogueo.
Si los agentes dispararon antes de tiempo ya lo dirá la justicia, tremendamente garantista en estos casos.
Lo preocupante es que buena parte del barrio, y como en los guetos de los disturbios raciales, se ha lanzado al vandalismo masivo para defender un sentido perverso y delincuente de la vida: así fructifican las mafias.