Revista Infancia
El domingo en el parque con David, mientras le acompañaba en sus juegos en la arena junto con cuatro o cinco niños más, pude observar algo que llamó mucho mi atención y que me hizo reafirmarme en algunos de mis pensamientos.
De los niños que allí había, un par eran más pequeños que David. Jugaban en la arena con su cubito y sus juguetitos, sin interactuar demasiado con el resto (como es normal a esas edades). Sus padres y madres permanecían cerca, atentos a ellos. Luego había un par de niños de la edad aproximada de David o un poco más mayores. Sus madres permanecían en un banco, un poco más lejos y sin participar en los juegos.
Me paré a observar con detenimiento el comportamiento de cada uno de esos niños...como jugaban, como interactuaban con los demás niños, con sus padres...y me sorprendió que diferentes son unos de otros y que marcado tienen ya su carácter y su personalidad desde tan pequeñitos.
Mientras que un niño destacaba por lo quietito y concentrado que estaba jugando con su cubo, David destacaba por lo parlanchin y comunicativo que estaba...aunque os resulte extraño, debido a los posts que hice en relación a la socialización de mi peque, de un tiempo a esta parte David se ha convertido en un niño SUPER comunicativo con el resto de la gente. Es un cambio que me tiene totalmente perpleja, pero que me alegra mucho (de todos modos, de esto ya hablaré en profundidad en otro post)
El caso es que había un niño de la edad de David, que no paraba de quitar las cosas al resto, tirar arena y molestar a los otros niños tanto como le era posible. Uno de los padres, muy enfadado con la situación, le quitó de malas maneras el juguete que este había quitado a su pequeño, diciendole que era un gamberro y que se fuera. A mi me dio mucha pena y, aunque sé que el enfado de ese hombre iba dirigido a la madre del niño, que permanecía sentada ajena de todo, no me parece justo tratar así al chiquitin por muy molesto que resulte.
Al ver esto, traté de poner un poco de paz y me acerqué al niño para ofrecerle otro juguete que no estaba usando nadie. Lo aceptó encantado y, cada vez que quitaba algo a algun niño, yo repetía la misma actuación: le decía que ese juguete no lo podía coger, porque lo tenía otro nene, pero que habían muchos más juguetes para jugar.
Tras un rato, el niño en cuestión bajo una motillo a la arena y se puso a hacer el bruto con ella al lado de los demás niños, con el peligro que esto conllevaba. El resto de padres comenzaron a increparle y a poner muy malas caras así que la madre del niño de la moto se levantó de su banco y la emprendió a "cachetes" y a malas palabras con su hijo. Hecho esto y demostrando que si se preocupaba de "educar" a su hijo, volvió a su banco a seguir con lo suyo.
Visto esto, me doy cuenta de hasta que punto el comportamiento de nuestros hijos habla de nosotros...
Mientras los demás niños compartían el mismo espacio y jugaban sin demasiados "percances", este nene buscaba continuamente el conflicto. Supongo que para el pobre niño esa era la única manera en la que conseguía la atención de su madre (aunque esa atención se manifestase por medio de golpes e insultos).
Esto me reafirma en la importancia de nuestros actos en relación a nuestros hijos y en lo importante que es que se sientan queridos, valorados y respetados. No pongo en duda que esa madre quiera a su hijo...pero lo que tengo claro es que no se lo demuestra y, por lo tanto, el pequeño no tiene porque saberlo. Y busca desesperado un poco de contacto, de mirada, de atención, aunque lo que obtenga le dañe más y hiera más su autoestima.
Tras interactuar un ratito con el, me dí cuenta de que era un niño que reaccionaba estupendamente ante un trato amable y considerado. Pena que su madre no fuera capaz de verlo.
Por eso cuando veo a la personita en la que se está convirtiendo David, cuando lo veo relacionarse y hablar con unos y con otros, me siento tremendamente orgullosa. Porque sé que tengo mucho que ver con su comportamiento. Sé que en parte es fruto del cariño y la atención que siempre le he dado, que le hace no sentir la necesidad de "portarse mal" para obtener un poco de mamá.
Viendo estas cosas me doy cuenta de que puedo estar equivocándome mucho, pero que estoy acertando en aquello que considero más importante. No solo quiero a mi hijo, sino que he conseguido hacerle llegar este sentimiento y que el se sepa querido.Bajo mi punto de vista, este es el punto de partida para un desarrollo sano.