Revista En Femenino

Nuestros hijos y las etiquetas: cómo afectan su autoestima

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Cuando usamos “etiquetas” rotulamos, definimos, pero, sobretodo, limitamos. Las etiquetas tienden a confinarnos en bocetos arbitrarios, afectando la percepción que desarrollamos de nosotros mismos y la manera cómo nos califican los demás. Los padres constantemente cometemos el error de etiquetar a nuestros hijos.

etiquetas

Desde que nacen, cualquier asomo de virtud o defecto nos sirve de “taxonomía” familiar. Son frecuentes las etiquetas como: “la estudiosa”, “el simpático” o “el inquieto”. Sin duda, la personalidad se perfila desde temprano y es claro que nacemos con ciertos rasgos distintivos, pero los padres debemos evitar encasillar. Las etiquetas restringen la libertad de la persona y tienden a limitar su potencial.

Claramente existe consenso en que las etiquetas negativas tienen consecuencias adversas en los hijos, porque el “efecto pigmalión” convierte en verdaderas las expectativas que los demás tienen de nosotros.

Bajo esta suposición, muchos asumen que las etiquetas positivas elevan la autoestima y estimulan conductas deseadas.

Sin embargo, no es siempre así. Aun las etiquetas favorables pueden tener consecuencias negativas en los hijos.

Encasillando a los peques

Primero, los padres solemos insistir e incluso abusar de los encasillamientos. Cuando tildamos a un hijo de “el responsable”, nos habituamos a pedirle favores y encargos confiando en que solo él los cumplirá con acierto y diligencia. Igual sucede con “la mayor” o “la madura”, de quien esperamos e incluso exigimos nos asista en el cuidado de sus hermanos menores y en las tareas del hogar. Es decir, terminamos desvirtuando una virtud.

Segundo, las etiquetas afectan a los otros hijos porque sirven de comparación permanente y constante recordatorio de que ellos carecen de ese valor.

Las etiquetas, además de monopolizar virtudes, sirven para distinguir un hijo de los demás, de lo contrario no las emplearíamos.

Al hermano del “deportista”, inconscientemente, le limitamos haciéndole creer que no tiene mayores destrezas físicas o que si las tiene no son tan meritorias. Más nocivas aún son las etiquetas que se basan en características que no implican esfuerzo alguno, como “la bonita” o “el inteligente”.

Finalmente, cuando etiquetamos creamos tensiones innecesarias en el hijo que debe mantener cierta conducta para evitar decepcionar a sus padres, como sucede cuando “el generoso” en determinado momento no le provoca compartir.

A diario debemos recordar que cada hijo es un ser único y que, al igual que nosotros, tiene virtudes y defectos.

Los padres debemos elogiar las buenas conductas, reconocerlas y motivarlas, pero no usarlas para definir ni comparar a nuestros hijos. “Usemos etiquetas para rotular el equipaje, no a los hijos”.

Límites Negativos

La cuestión de las etiquetas es, pedagógicamente hablando, una cuestión de límites, pero en el sentido negativo de la palabra. La capacidad de aprendizaje del niño está limitada por un lado por su herencia genética y por otro por el ambiente más o menos favorable en el que se desenvuelva. Las etiquetas son límites que imponemos a nuestros hijos, casillas en las cuales deben caber y a las que deben amoldarse respondiendo a las limitadas expectativas que hemos puesto sobre ellos.

El niño es, como todo ser humano, un ser en constante cambio y transformación. Sus capacidades adaptativas son muy grandes, pero debe encontrar un ambiente que le estimule y le aliente para el éxito. Cuando los padres resaltamos con mayor énfasis las facetas negativas de nuestro hijo, estamos yendo en contra de principios fundamentales en educación: la comprensión, el aliento y el reconocimiento del esfuerzo y de los logros.

A menudo es difícil ser capaz de mantener una actitud positiva, de comprensión y apoyo cuando una conducta negativa se manifiesta una y otra vez. Hemos de ser capaces de inventar nuevas maneras de corregir, vigilando nuestras palabras y manteniéndonos atentos a lo que realmente pensamos de nuestro hijo. Nosotros somos los primeros que hemos de pensar que nuestro hijo puede cambiar. Si no es así, difícilmente reconoceremos sus pequeños esfuerzos, los logros mínimos que darán paso a logros mayores, y difícilmente encontraremos las oportunidades o situaciones en que él pueda verse de otra manera y modificar la imagen que tiene de sí mismo.

En definitiva, la etiqueta que tiene adjudicada y de la que debemos conseguir que se desprenda.


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