Publicado en La Voz del Bajo Nalón (25/10/2014)
En el centro de Xixón está la librería De bolsillo, un espacio que visito con una cierta regularidad gracias a su amplio catálogo en literatura centroeuropea. La regenta Valen, uno de esos libreros que tan pronto te recomienda un autor búlgaro que te descubre genios rumanos. Para un praviano de pro como yo, su defecto está en ser moscón: ¡nadie puede ser perfecto!
Me comentaba Valen esta tarde que justo esa misma mañana había pasado por allí un paisano mío y había encargado unos libros. Por la descripción no hay duda que era Luis “el de Susana”, uno de los pravianos más ilustres y por el que siento cariño y admiración a partes iguales, solo compartido por el que siento por Maruja.
Y allí, con un ejemplar recién comprado de Jan Neruda, me puse a pensar en la tendencia a olvidar a quienes menos nos podemos permitir olvidar. Vinieron a mi cabeza las propuestas del último pleno municipal de nombrar hijo predilecto a José Luis Balbín por parte de la alcaldía y de otorgarle una calle a José Antonio Martínez. No seré yo quien decida si tienen méritos para ello dichos candidatos, pero como suele ocurrir en esta vida, cada uno tenemos nuestros propios héroes por pequeños que sean.
La fugacidad de la vida, el memento mori, convierte en una obsesión necesaria para cualquier sociedad el conquistar la eternidad de aquellos que considera merecedores de no ser olvidados, de preservar, en cierto modo, su legado.
Precisamente esa obsesión que fluye a lo largo de la Historia es la que determina en gran medida la toponimia de nuestros espacios públicos. El cómo se llaman las cosas no es cuestión baladí. Arcos del triunfo, antiguos caudillos a caballo, edificios públicos con nombre propio y, sin duda, los bautismos de nuestras calles son la materialización en lo terreno de las relaciones de poder. La hegemonía política y cultural es la que determina en cada momento histórico cómo debemos llamar a las cosas o quiénes deben formar parte de nuestro altar de los héroes. No se puede obviar que, casi dos mil años después de su fallecimiento, Trajano sigue siendo considerado el Optimus Princeps (el mejor de los príncipes).
Y es que no pude evitar pensar que igual tocaba rendir honores en nuestro concejo a gentes que tanto aportaron a los demás. Pienso en Luis, al que ni una guerra que le arrebató a su padre le impidió seguir toda una vida luchando por una sociedad mejor, a su manera, con victorias no poco desdeñables como conseguir un instituto público para Pravia pese a la oposición de aquel siniestro director del colegio San Luis. Pienso en Maruja, que a tantas generaciones de pravianas y pravianos nos enseñó algo tan básico como leer. No me olvido de gente como Clariván que clavaba su afilada pluma contra aquella oscura dictadura que no atinaba a parar los regates a la censura con los que narraba la auténtica Pravia fuera del blanco y negro. También Falín Solís, que durante décadas fue memoria viva de aquella Europa que entre no intervenciones y políticas de apaciguamiento se lanzó directa al abismo del que nos daba buena fe tras su paso por los campos del Sur de Francia. Tampoco puede faltar la figura de Heliodoro, último alcalde democrático de Pravia que la guerra borró de un plumazo y la desmemoria se encargó de sepultar.
Son sólo algunos nombres, algunas personas a las que tanto debemos como pueblo y a las que quizá sería buen momento para rendir homenajes, dedicar calles y declarar hijos predilectos o adoptivos. Sería lo lógico, pero no siempre la lógica motiva las decisiones políticas. Mucho menos en Pravia.