Desde que se estrenó en Londres, hace algo más de cinco años, había pensado varias veces entrar a ver Mary Poppins -el musical basado en la célebre película protagonizada por Julie Andrews-, pero siempre encontraba algo que me interesaba más y, en cierto modo, no terminaba de atraerme. En este último viaje, y gracias al empuje de Nico García, el jefe de prensa del Flamenco Festival, me decidí. La vi con él y con Patricia Godino, compañera del Diario de Sevilla, en la matinée del sábado y rodeados, como no podía ser de otro modo, de chavalería -aunque éramos mayoría los adultos-. No me defraudó, porque la producción es impecable y el espectáculo magnífico; ya no sorprenden los vuelos de Mary Poppins ni la mastodóntica escenografía, pero sí es de admirar y de aplaudir, claro, la perfección y limpieza con que se realizan las transiciones en un espectáculo que funciona como un mecanismo de relojería y que lleva el sello de grandiosidad que lleva imprimiendo a sus producciones Cameron Macintosh, el rey Midas del West End.
De Mary Poppins poco hay que decir; todo el mundo conoce la película y el musical la reproduce todo lo más fielmente posible. Hay canciones adicionales pero siguen brillando "Supercalifragilísticoexpialidoso", "Chim Chim Cheree" y "Step in time", la canción de los deshollinadores. La coreografía es del siempre brillante Matthew Bourne, aunque creo que se le podría haber sacado mejor partido (a mí se me quedó un poco pálido) al número en el que Mary Poppins, Bert y los niños entran a través de un cuadro en un colorido mundo. Los intérpretes son estupendos, desde la protagonista, Laura Michelle Kelly (que fue la que estrenó la producción en Londres) hasta los niños, pasando por Rebecca Luker y Christian Borle. Un estupendo musical.