Revista Cultura y Ocio

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (y 8)

Publicado el 28 noviembre 2009 por Gkch

LA AVENTURA
DEL DIAMANTE PEDRUSKOW 
(y VIII) 
[Dedicado a Sir Lance]

XV
Todos los llamados a la lectura del testamento del lord llegaron de manera muy cumplida y puntual. Cuando se huele el dinero, los buitres acuden como a la carroña. Además de los invitados (Artemio Moresby-Jones, el sobrino del lord; el doctor Hopkins; el abogado y albacea del lord, señor Wardroper) y del servicio doméstico (la cocinera y ama de llaves, señora Hutchinson; el mozo Tim Timson, el mayordomo…), estábamos Holmes, Lestrade, varios agentes de la policía local y servidor de ustedes, yo mismo.
Con voz pomposa y modales elegantes, el abogado Wardroper, tras haber roto el lacre del testamento, dio lectura al mismo:
“Yo, Godofredo Ataulfo Remigio Atanagildo de Todos los Santos Moresby Passington, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, dicto esta mi última voluntad y testamento, en Surrey, a 10 de febrero de 18… Comoquiera que mi único pariente vivo es el señor Artemio Moresby-Jones, a él le lego la posesión de mi finca, Moresby Mansion, y sus terrenos colindantes; a mi buen amigo, el doctor Hopkins, le lego mi colección de mariposas; al letrado señor Basilio Wardroper, le dejo mi colección de sellos y un anillo que perteneció a la Emperatriz de Lavapiés; a mi fiel mayordomo, le lego la vajilla inglesa que tanto le gusta limpiar; a mi querida ama de llaves y estupenda cocinera (cómo echaré en falta en el más allá tu sopa de cebolla con torreznos), la señora Hutchinson, le dono una pensión vitalicia de 1.000 libras, hasta que fallezca; a Tim Timson, un cheque por valor de 500 libras, por sus servicios; al resto de mi servidumbre, un premio de 300 libras para cada uno. Y el grueso de mi fortuna, que incluye el diamante Pedruskow y algunas otras joyas y pinturas de cierto valor, por todo lo que sume, dispongo que se venda, se haga dinero y se done a las Hermanitas de la Caridad del Convento de Santa Brígida, del condado de Surrey. Esta es mi voluntad y pido que se cumpla de manera fiel y escrupulosa. De todos guardo un buen recuerdo. Hasta siempre, amigos”.
Era digna de verse la cara de rabia de Artemio Moresby, al saberse privado de la fortuna de su tío, ya sin remedio. Y las de los otros, que todavía aspiraban a alguna de las migajas del lord, tampoco eran caras de buenos amigos.
Holmes me susurró al oído: “La señora Hutchinson debía de ser amante del lord, porque, si no, no se explica esa generosidad con ella y la roñosa muestra de cariño con los demás. Ay, esa sopa de cebolla…” Por mi parte, le susurré: “Este lord, además, me parece debía ser muy católico, por el largo beneficio que le ha dejado a la Iglesia”. Holmes me miró a los ojos y bisbiseó: “Nones, Watson. Recuerde que el lord cambió el testamento. Seguramente, en la redacción previa, le legaba todo a su sobrino, pero algo debió hacerle cambiar de idea…” Lestrade nos miraba con una leve sonrisilla en el rostro.
-Secretitos de novios, eh. Pues va siendo hora de que dé usted un paso al frente, amigo Holmes. Aproveche que está aquí todo el personal para atizarles su solución, como quien pulveriza un matojo de hierbajos. Sepa usted que me parece que esta vez se va a pisar los faldones del traje, porque yo también tengo mi solución…
-Expóngala usted primero, amigo.
-Le cedo el turno. Soy así de generoso.
-Ya. Usted lo que quiere es apuntarse el tanto y llevarse la recompensa por la recuperación del diamante.
-¿Vamos a medias? –preguntó Lestrade, en tono lastimero.
-A tercias. No se olvide del buen doctor Watson.
Lestrade aceptó a regañadientes. Holmes se levantó y con voz de trueno convocó la atención de los circunstantes. Iba a empezar a exponer su solución del caso. Todos se acomodaron y guardaron un nervioso silencio.
XVI
“Damas y caballeros, voy a exponerles la solución al misterio del asesinato de Lord Moresby y de la desaparación del diamante Pedruskow. Para todos es evidente que los sospechosos principales son Artemio Moresby, sobrino del lord; el doctor Hopkins, su médico personal y el señor Wardroper, su abogado y albacea testamentario. Los tres subieron a la habitación del lord pero es igual de evidente que ninguno, salvo el doctor, pudo asesinar a lord Moresby sin presencia de testigos. Hubo un momento en que el buen doctor se quedó solo con su paciente y bien pudo asestarle las puñaladas pero, además de que no tenía ningún motivo para asesinar al lord, en los interrogatorios nos aseguró, por su honor de caballero (y lo recalcó mucho), que lord Moresby estaba vivo cuando él se marchó del cuarto en compañía del sobrino y el abogado. Pudo mentirnos, pero yo sé que no lo hizo. Quien tenía los motivos más poderosos era el sr. Artemio Moresby-Jones, que está endeudado hasta las cejas y espera la herencia como agua de mayo. Pero éste no tuvo la oportunidad, pues siempre hubo alguien presente cuando vio a su tío. Lo mismo ocurre con el abogado Wardroper, cuyo motivo era hacerse con la posesión del diamante, pero tampoco tuvo oportunidad. La sra. Hutchinson tampoco tenía motivos conocidos, y aunque pudo envenenar el té, no hubiera podido apuñalar al lord, como nos confirmó Lestrade al decir que no había traspasado el umbral de su cuarto. Esa fue la primera clave para mí: estaba claro que el asesino tenía que ser, forzosamente, uno de los tres sospechosos, pero ¿quién? Me llamó la atención que todo ocurriese tan ordenadamente, con los tiempos tan medidos, es decir, como si obedeciera a un plan preconcebido. Tras hacer los interrogatorios, esa suposición cobró fuerza y se vio confirmada por dos hallazgos muy relevantes: el pañuelo con gotas de tintura rosada que encontramos en el maletín del doctor y el bote con el té especial para lord Moresby-Passington. En suma, todos asistieron a una suerte de representación teatral con el objeto de engañarles y hacerles creer que el lord estaba muerto cuando lo encontró la señora Hutchinson, cuando la verdad es que fue asesinado después. Me entenderán mejor con un resumen de la secuencia de los hechos tal y como ocurrieron:
1) Antes de ejecutar el crimen, alguien introdujo una sustancia en el bote de té del lord para que éste, al tomarlo, tuviera dolores de estómago y hubiera que llamar al médico. Por eso él susurró “Té con limón…”. No estaba pidiendo otro té; lo que hacía, en realidad, era manifestar que el té que le habían servido era responsable de sus dolores;
2) El sobrino, el abogado y el doctor subieron a ver al lord, con varias intenciones: aparentemente, para calmarle, llevarle el testamento y la caja con el diamante Pedruskow, pero también para preparar los pormenores del caso, esto es, del ‘lordicidio’: en esos instantes ninguno de los tres, por separado, pudo cometer el crimen sin ser visto por los otros; 
3) Dejaron al lord bajo llave: en ese momento ya se había cometido un crimen: el robo del diamante; como el lord estaba seminconsciente, uno de los tres, posiblemente el señor abogado, aprovechó para sustraer el diamante, y esconderlo; luego volveré a tratar del diamante, que siempre ha estado oculto aquí mismo, en la mansión; además, alguien, posiblemente el doctor, preparó las sábanas y la colcha con un tinte rosado que imitaba la sangre, todo para hacernos creer que el lord ya estaba muerto y por eso se quedó un poco más mientras los otros esperaban fuera y por eso pudo jurar tan categóricamnete que el lord estaba con vida cuando los tres abandonaron la estancia, porque era verdad; 
4) Cuando la sra. Hutchinson subió con el segundo té (imagino que estaría también envenenado y habría rematado al lord), encontró la colcha llena de la falsa sangre, tal y como los otros lo habían dispuesto; 
5) Dio la voz de alarma y aquí empezó el segundo crimen: al quedarse solo con el lord, ahora sí que el médico tuvo todo el tiempo del mundo para asestarle las tres puñaladas (fíjense que fueron tres y no dos, como forma simbólica de decirnos que el crimen fue cosa de tres personas; con una, ya se habría desangrado y muerto); 
6) Por supuesto, la piedra ya no estaba en la caja, pues la habían sustraído antes, y a los ojos de la policía parecería un crimen imposible: los tres, sobrino, médico y abogado, se daban unos a otros la coartada en el asesinato y en el robo, y los tres iban a obtener beneficios: el sobrino, inductor de este crimen y cerebro del mismo, lograría parte de la fortuna, que ya sabría menor de lo esperado, porque el abogado se lo habría dicho (ese fue su móvil también, la venganza por el cambio de testamento de su tío el lord); el médico, sin móvil aparente, sería premiado con dinero, por ser el matarife, digámoslo así, y quien más se jugaba al dejar sus huellas y todos los rastros en su contra (sólo nos queda saber con qué instrumento apuñaló al lord y dónde lo ocultó, pero a los interrogadores policiales no les será difícil sonsacar al ‘buen’ doctor); 
y 7) Por último, se benefició el abogado, que iba a poseer el diamante Pedruskow. Todos se arriesgaban mucho, pero todos ganaban si el asesinato y el robo quedaban sin solución”.
Mientras Holmes daba su solución del caso, observé cómo se removían los implicados: el doctor se mordía el bigote; las manos del sobrino jugueteaban nerviosamente con un cigarrillo; al abogado no cesaba de carraspear, ansioso por meter baza y excusarse. Lestrade, también inquieto (sin duda, la solución de Holmes era mejor que cualquiera que él pudiera ofrecer), vociferó:
-¡Agentes (dijo a sus hombres), detengan a los tres hombres bajo la acusación de asesinato y robo! Llévenlos a la comisaría central de Surrey. Allí les harán la ficha policial y les tomarán declaración… Todo eso está muy bien, Holmes, y parece que su solución explica el caso perfectamente...
-Estoy seguro –dijo Holmes– de que su solución era más poética.
-Pero no ha dicho dónde demonios está el diamante Pedruskow.
-Ah, querido amigo, eso es fácil: está aquí mismo, en el salón. Recordará que preguntamos cuánto podía valer y cuánto pesaba. Y recordará que les alabé la exquista decoración del salón: ¿dónde, de este gran salón, esconderían ustedes una piedra similar sin que llamase la atención?
Ni Lestrade ni yo supimos darle respuesta. Ante nuestro silencio, Holmes dijo:
-El mejor sitio, fuera de jarrones molestos e incómodos relojes que pueden ser limpiados o puestos en hora (con lo que se habría descubierto el diamante), es sin duda una de esta lámparas estilo araña: están llenas de pequeñas piedrecitas que parecen diamantes. Vean la lámpara del centro…
-¡Es verdad! –grité yo, fijando mis ojos en la lámpara– Está inclinada hacia un lado, sin duda por el peso del diamante.
Holmes se subió a una silla, alargó el brazo y rescató el diamante Pedruskow de entre los otros falsos y diminutos diamantes.
-…Et voilà! He aquí el diamante Pedruskow, donde siempre estuvo: es casi seguro que, mientras el médico apuñalaba al lord, los otros, con la agitación de la casa, aprovecharon un momento de soledad en el salón para colocar aquí la piedra, a la espera de que todo se calmase y recuperar la joya.
Lestrade se largó con la piedra bajo su custodia y la promesa de compartir la recompensa. Holmes y yo fuimos camino de la estación de tren, porque ya nada teníamos que hacer en Moresby Mansion.
-No fue un poco petulante por su parte el decir –le dije a Holmes por el camino –que el caso estaba medio resuelto con solo el indicio de que la señora ama de llaves no había traspado el umbral del cuarto: aún no sabíamos lo del pañuelo con manchas de tinta o lo del té envenenado o lo de…
-Tal vez tenga razón, Watson, en que me precipité un poco, lo admito. Pero tenía razón y piense que lo hice para ver la cara total idiotismo y perplejidad de Lestrade. Ese detalle, creo, vale casi tanto como el diamante, ¿no le parece?
  
FIN DE
“LA AVENTURA DEL
DIAMANTE PEDRUSKOW”.
 



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