El lacónico e intrigante arranque que el Nobel de Literatura Coetzee utiliza en su novela Tierras de Poniente sirve para entender la trayectoria de Pilar Urbano (1940): "Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto. Empiezo, pues". La periodista tampoco puede hacer nada, ni quiere, al respecto: cada libro de investigación que publica se convierte, irremisiblemente, en luminosos fuegos explosivos que alumbran rincones desconocidos de la Historia reciente y provocan sonoras polémicas. 'La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar', a la venta desde el jueves próximo, no dejará indiferente a nadie, ni a los dos grandes protagonistas, Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez (éste, desde el más allá), ni a los lectores. Y contribuirá, seguro, a poner luz en aquel ominoso episodio del 23-F, repleto de claves ocultas e historias no contadas. Pilar Urbano las desentraña con la pasión y el atrevimiento de quien se empecina en buscar la esquiva verdad. Adolfo Suárez ya descansa en paz en su morada eterna, la catedral de Ávila. El duque del Olvido. Y el Rey permanece en el Palacio de la Zarzuela, en las mismas estancias en las que, según Urbano, se preparó la Operación Armada contra el presidente Suárez. En esos aposentos donde los artífices del paso de la dictadura a la democracia se pelearon al borde de lo físico, como el libro descubre. El Rey vive sin querer recordar, mientras el fantasma conciliador del gran presidente de la democracia revive en el espíritu de un libro preñado de datos y fuentes.
Tras leer su libro, no me extraña que el Rey y Suárez no quisieran recordar episodios que cuenta.
¿A qué se refiere?
Especialmente a seis encuentros calientes, explosivos, que el Jefe de Estado y el presidente del Gobierno tuvieron el 4, 10, 22, 23 y 27 de enero de 1981. Y el día después del golpe, el 24 de febrero del 81.
Empecemos por el 4 de enero de 1981. Un día antes, en vísperas de la Pascua Militar, el Rey recibe a Alfonso Armada en Baqueira, en La Pleta. Como venía haciendo al menos desde julio de 1980, el general calienta la cabeza a don Juan Carlos, le come la oreja, sobre la situación límite que vive España. Ese día, insisto, dos jornadas antes de la Pascua Militar del 5, día del cumpleaños de su Majestad, le da una «solución de Estado». Le plantea que ya tiene a punto, no un golpe de Estado, sino un golpe de timón, un golpe de Gobierno. Armada, en el que el Rey confía plenamente, ha tenido numerosas reuniones con políticos en activo de todos los signos. ¡Cuidado! No son el búnker. Son políticos de partidos con representación parlamentaria, como el PSOE y Alianza Popular, entre otros.
El gran obstáculo para el Rey para este golpe de timón, por lo que cuenta en su libro, sigue siendo Adolfo Suárez. «No sé cómo quitármelo de encima», exclama durante meses ante diferentes interlocutores.
Efectivamente. Por eso el Rey no espera a volver a Madrid y llama a Suárez, que descansa en Ávila, para que se presente en Baqueira de manera urgente el 4 de enero. A Adolfo le parece rara tanta urgencia, se desplaza a Baqueira en helicóptero. Esa conversación será el primer choque de una serie encadenada en las semanas siguientes. La reunión empieza sin crispación. Poco a poco se va calentando. No hay insultos, pero sí «tuteos». Se hablan claro. El Rey le dice al presidente que, si no hacen algo, los militares se le echarán encima. Don Juan Carlos siempre tuvo miedo a los ejércitos.
El Rey tendría presente lo que Armada le había dicho el día antes.
Sí. El mensaje de Armada fue muy claro: Suárez sobra y es urgente poner remedio a esta situación. El general le pinta al Rey una situación de pregolpe. Le informa de que con Suárez fuera del Gobierno podría armarse un gobierno de concentración nacional que evitaría el golpe militar. Y que desde Fraga a Felipe González están dispuestos a entrar en el Gobierno. Por eso, don Juan Carlos tiene urgencia para que Suárez visualice que sobra. Y lo hace el 4 de enero. Suárez intuye que podría estar en marcha una moción de censura contra él, orquestada por Armada con la ayuda de numerosos diputados, entre ellos, muchos de su mismo partido, que cuenta con 168 diputados.
¿El Rey expone con claridad a Suárez que la solución pasa por un militar al frente de ese gobierno de concentración?
El Rey habla con Suárez de un problema militar y de que Armada puede solucionarlo. Pero no le dice que Armada iría de presidente, sino que podría reconducir la situación. Don Juan Carlos traslada al presidente el panorama apocalíptico militar descrito por Armada, con varios golpes militares en marcha. La realidad es que había sido el propio Armada, con el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa, precedente del actual CNI) y el comandante Cortina junto a civiles, políticos, empresarios, periodistas..., quienes habían puesto en marcha el ventilador para crear ese clima de ruido de sables. Se había ido creando un ambiente para que pareciera que antes de que llegara lo peor, un golpe militar puro y duro, lo intermedio, o sea, la Operación Armada, el golpe de timón o golpe de gobierno, sería lo mejor. El Rey le insiste a Suárez que son necesarios remedios extraordinarios. Y cuando Suárez le pregunta que a qué se refiere, don Juan Carlos, tras hablarle de ministros inteligentes, de que la oposición le está tendiendo la mano, de que se olvide de sus sueños de grandeza..., concluye: «Voy a serte franco, con otro hombre en la presidencia». Suárez vuelve destrozado a Madrid. Se da cuenta de que le han encontrado sucesor.
10 de enero de 1981. El Rey se presenta en Moncloa en moto, sin avisar.
Ese día hay una gran gresca entre los dos. El Rey solía llegar de improviso a Moncloa. Con su desparpajo conocido, pedía: «¿Me dais de comer? ¿Ha sobrado paella?». Esta vez la visita no era tan amigable. Quería hablar de una vez por todas con claridad con Suárez. Salen a dar un paseo por los jardines. «Vengo a hablarte de dos asuntos que alguna vez ya te he esbozado, pero hoy quiero resolverlos. Mi viaje al País Vasco y el traslado de Armada a Madrid». La conversación sube de tono. Un testigo me cuenta que el Rey y el presidente gesticulan cada vez de manera más ostensible. Armada, destinado en Lérida, es un tema tabú para Suárez. El Rey quiere traerlo a Madrid, al Estado Mayor, de segundo JEME. Es la bicha para Suárez; sabe que es el hombre destinado a cortarle la cabeza. Es entonces cuando Suárez vaticina al Rey que Armada no es la solución al golpe militar del que el Rey le habla insistentemente, sino el problema.
El Rey piensa lo contrario: tú eres el problema y el otro la solución.
Su Majestad llevaba año y medio oyendo de militares, de empresarios, de banqueros, de algunos obispos, de catedráticos, de gente de distintos sectores sociales, de algunos periodistas, que todo iba muy mal y que había que cambiar el Gobierno y a su presidente. Lo que un banquero, ya en el verano de 1980, en su visita al monarca definió como «cambiar el alambre, pero no los postes». Todos parecían olvidar, empezando por el Rey, que sólo las urnas pueden cambiar al partido gobernante y a su presidente. En realidad fue el 5 de julio de 1980, siete meses antes del 23-F, cuando se produjo un primer anuncio en Zarzuela de que el Rey había decidido entrar en acción.
Sigamos con la visita del Rey a Moncloa.
El Rey, en un momento, coge del codo al presidente. Lo agarra para que se pare. Suárez, según mi testigo presencial, se desembaraza de un tirón. Nada que ver con la foto amable que años después el hijo de Suárez tomaría, con el Rey y el ex presidente, ya enfermo de alzheimer, paseando por el jardín de la casa familiar. «Un momento, no te embales», dice el Rey a Suárez, y éste le contesta: «Me embalo porque sé lo que digo; Armada es un enredador que vende humo, que vende conspiraciones, sediciones, sublevaciones. Y lo malo es que se las vende al propio Rey». Suárez se mantiene en sus trece y se niega a traer a Armada a Madrid. Ahí rompieron.
El Rey ya no controla a Suárez. No puede conseguir ni traer a Armada a Madrid...
Nunca pensó que la persona que él eligió como presidente (julio de 1976) pudiera llegar a este extremo. Él, que muchos años atrás, cuando empezaba a reinar, había dicho a Torcuato Fernández Miranda: «Hombre, yo creía que iba a ser como Franco pero en Rey».
22 de enero de 1981. Suárez está en Zarzuela...
Aquello fue muy fuerte. Suárez subió a Zarzuela como solía hacer en vísperas del consejo de ministros. Lo cuento en el capítulo titulado Suárez, el Rey, un perro, una pistola.... Ya no son desencuentros, ya están a mandoblazos, sobre todo por parte del Rey. «El Rey consulta, escucha y hace caso a cualquiera antes que a mí», se queja Suárez. Don Juan Carlos ve al jefe del Gobierno sin rumbo. Utiliza en algún momento la frase de Abril Martorell, íntimo y fiel colaborador de Suárez: «Eres un arroyo seco», sin un norte ilusionante. Tras combatir en una esgrima de reproches, Suárez espeta al Rey: «Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad». «Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas», expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en grados. «Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan», dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos (en 1979). «Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos... Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar».
(Pilar Urbano relata que cuando Suárez oye la palabra abdicar, él mismo dice que sería el mayor fracaso de todos sus empeños y que, llegados a este punto, lo mejor es disolver las Cortes para que el pueblo hable, ya que no cuenta con el apoyo del Rey ni con parte de su partido, y sí con la animadversión de la oposición. El Rey le responde que eso sería una locura y que se niega a disolver las Cortes).
¿Plantea el Rey a Adolfo Suárez la dimisión?
En realidad le dice que no puede impedir que dimita, pero que disolver las Cámaras supondría un nuevo parón nacional, con la crisis económica que había. «Aquí lo que hace falta es un gobierno fuerte, cohesionado, que cuente con una mayoría estable y que gestione. Por tanto, no voy a firmar el decreto de disolución». La bronca crece y crece cuando el presidente recuerda al Rey que, según la Constitución, la disolución no corresponde al jefe del Estado y que éste no puede negarse a firmarla.
Con la Constitución como arma arrojadiza...
Y el Rey, entonces, comete una indiscreción al recordar a Suárez que también el artículo 115 advierte que no se podrán «disolver las Cortes si está en trámite una moción de censura». Nadie había hablado de moción de censura. Se le escapó inconscientemente lo que le daba vueltas por la cabeza: una dimisión repentina invalidaría el plan de derrocarle por la vía intachablemente parlamentaria de la moción de censura. Y una disolución dejaría la Operación Armada en papel mojado. Por tanto, el Rey no quería que Suárez dimitiera todavía, ni disolviera las Cortes. Y de manera entre infantil y desesperada le dice a Suárez que no piensa firmar, que se irá de viaje, que se pondrá enfermo... La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza que el perro del Rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del despacho real, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. «Casi me muerde los coj...», me contó Suárez tiempo después. El Rey saltó y sujetó al perro. Más allá de esta anécdota, Suárez le leyó la cartilla al Rey, el hombre que lo había elegido para, juntos, hacer Historia.
23 de enero. El Rey precipita su regreso a Madrid. Está de cacería, pero cuatro tenientes generales se han presentado en Zarzuela.
Cuatro y un almirante. Los tenientes generales Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López, de las regiones de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid. Desde Zarzuela avisan al Rey, que tiene que suspender la cacería. Por cierto, los compañeros de montería se indignan con el Rey porque el helicóptero ahuyenta las piezas. Estos generales están pensando un golpe a la turca. Ya habían enviado una carta a Zarzuela, por el conducto reglamentario, como me dijo el general González del Yerro. Al no obtener respuesta, se presentan en Zarzuela. Entra el Rey, jefe y compañero de armas, y cuando comienzan con la retahíla de quejas, les dice: «Un momento, yo soy el Rey. El Rey reina, pero no gobierna. Decídselo al jefe de Gobierno». Llama a Suárez. En un rato está en Zarzuela. «Realmente estos que hay dentro quieren verte a ti». Y don Juan Carlos se ausenta. Nadie se sienta y Suárez advierte a los entorchados que Zarzuela no es el sitio para hablar; que si quieren, él los recibe en Moncloa, que es la sede del presidente de Gobierno.
Y aparece la primera pistola.
Milans dice a Suárez que por el bien de España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la pone en la palma de la mano izquierda y mostrándola dice al presidente: «¿Le parece bien a usted esta razón? ». El Rey, en la escalera, le advierte: «¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?». Y le reitera que la solución para evitar el golpe militar pasa por un cambio de Gobierno.
Dos últimas fechas para olvidar esta tragedia en las relaciones de los dos parteros de la Transición. 27 de enero, con el golpe en puertas.
Suárez acude a Zarzuela para comunicar al Rey que tira la toalla, que se va. Antes almuerza con los Reyes. Al acabar, suben los dos al despacho. «¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?», inquiere el Rey. «Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura, que gobiernen los que no me dejan gobernar». El Rey escucha en silencio, sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por Armada. Gente de su partido, como Herrero de Miñón, participa activamente. Piensa que con su dimisión podrá desactivarla. Pero Armada se veía ya como presidente de un gobierno de concentración, una operación que comenzó a trazarse en Zarzuela en julio de 1980. Ya hablaremos luego de esto...
¿El Rey no hizo el menor amago pidiéndole que siguiera?
En absoluto. Descuelga el telefonillo interior y llama a Sabino: «Sabino, sube, sube inmediatamente». Cuando llega, don Juan Carlos le suelta: «Sabino, que éste se va». Ni un abrazo, ni un gesto. Como si se sintiera liberado. «¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué pasos? Es la primera dimisión de un presidente en democracia», pregunta al fiel secretario. Punto y final. Al día siguiente, el 28, Suárez lleva la carta de dimisión a Zarzuela. Su publicación en el BOE se retrasa durante semanas. El acto de Suárez de dimitir por sorpresa tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles, sin argumentos para la sublevación.
Última fecha. 24 de febrero de 1981. Horas después de acabar el secuestro de Tejero. Suárez se presenta en Zarzuela.
Suárez, tras ser liberado, es informado por Francisco Laína de que ha sido Armada quien ha arreglado la liberación de los secuestrados y de que el mismo Armada había estado metido en el golpe hasta las cejas. Ya en Moncloa, se encierra con sus colaboradores directos Arias-Salgado y Meliá, y les pide un informe técnico urgente para revocar su dimisión. La investidura de Calvo-Sotelo, interrumpida por Tejero, se reanudará el día siguiente, 25, a las seis de la tarde. El cese de Suárez aún no se ha publicado en el BOE. «Hay mucho que limpiar, apuntalar, poner coto a los que quieren quitarnos la libertad. Si legalmente puedo, volveré. Eso sí, respaldado por la más Grosse Koalition que pueda constituir», dice a sus íntimos.
Y acto seguido, va a Zarzuela a hablar con el Rey. Por llamarlo cortésmente.
Es el enfrentamiento más duro, durísimo, que Suárez tiene con el Rey. Se lo contó a muy pocas personas recién ocurrido, y 12 años después lo revivía con las mismas palabras. Leo a partir de la página 701 de mi libro: «Arriba, en la puerta, me espera Sabino. Me da un abrazo. Yo se lo tomo. Al que no se lo puedo tomar es al "Otro". Entro en el despacho del Rey. Está vestido de uniforme. Es mediodía. Tiene allí a su perro Larky, el que me atacó la otra vez. Estamos solos, le tuteo.
-Nos la has metido doblada.
-¿De qué me hablas?
-Hablo de que, alentando a Armada y a tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar militar (...) Sabes cómo entre el Guti (el general Gutiérrez Mellado), Agustín (Rodríguez Sahagún) y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me opuse al traslado de Armada.
-Pero ¿tú te das cuenta de lo que dices... y a quién se lo dices?
-Sé demasiado bien a quién se lo digo. Esta situación la has provocado tú.
-Noooo. Al revés, la has provocado tú y la he evitado yo».
O sea, que Suárez acusa al Rey de promover el golpe de Armada.
Para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente. En el transcurso de esa conversación con tono elevadísimo, Suárez alaba el comportamiento digno del «pobre Guti, un anciano, cuatro huesos», y critica, en cambio, al «otro», «a gatas debajo del escaño», refiriéndose al presidente a punto de ser investido, Calvo-Sotelo. Pero el clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo advierte al Rey lo siguiente: «Quiero revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídicoconstitucional del proceso...». Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. «Me estás amenazando, so cabrón? ¿Te atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú... a mí? Mira -le dice el jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!». El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: «O te vas tú o me voy yo», no sin recordarle que no podrá formar ningún gobierno de unidad «porque nadie va a querer ir contigo... Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia». Viéndolo así, en pie, con el uniforme de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey. «Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas: "Disculpe, Señor, me he excedido"». Larky, el perro, esta vez no atacó al indignado visitante.
Pilar, esto que usted cuenta, desconcertante por la gravedad de las acusaciones pronunciadas por Suárez, así como por las que el jefe de Estado dirige al presidente dimisionario, lo tendrá muy contrastado...
No me hubiese atrevido a escribirlo si no hubiera tenido varios testigos y confidentes de Adolfo Suárez.
(Efectivamente, en el apéndice de notas se citan las fuentes con nombres y apellidos.)
Perdóneme que le insista más sobre sus fuentes, porque la gravedad de su narración lo exige...
Como están documentadas en el libro, no tengo ningún problema. He hablado con decenas de personas, y no una, ni dos, ni tres veces. Algunos de los trances sobre los que escribo me los han ratificado Aurelio Delgado Lito, el cuñado de Suárez e íntimo ayudante, y colaboradores inmediatos del presidente como Antonio Navalón, Eduardo Navarro, Jaime Lamo de Espinosa, José Pedro Pérez-Llorca, Rafael Arias-Salgado, Francisco Laína... Lito me recordaba: «Me acuerdo que eran las cinco de la madrugada, y tú seguías hablando con Adolfo en Galicia, en un hotel, pese a que unas horas después él tenía una entrevista política importante». Suárez era noctámbulo y si por la noche pegaba la hebra en confidencias, contaba cosas, sobre todo a los que nos veía interesados en asuntos como el 23-F, sobre el que yo escribí un libro, Con la venia, yo indagué. Adolfo iba dando pistas, claves. Tengo escrito un capítulo sobre el GAL, que no he incluido en el libro... Adolfo era un hombre de Estado, ante la idea de que por él pudiera sobrevenir un golpe, no lo dudó, se fue; y cuando ocurrían cosas turbias en torno al Monarca y alguien quiso aprovecharse o apalancarse en el Rey, Adolfo saltaba.
¿Quién era más hombre de Estado, Suárez o don Juan Carlos?
Si Adolfo hubiese sobrevivido a todos los golpes morales que le asestaron, podría haber llegado a ser el único candidato a la República capaz de competir con Felipe VI. Aunque su esencia era republicana, hizo una especie de voto de lealtad al Rey desde el republicanismo nato de su padre y de su madre. Creía en el chusquerismo: que desde abajo se puede llegar hasta arriba, si se trabaja; y que un rey tiene que estar sometido a una disciplina constitucional. Déjeme decirle lo siguiente sobre las fuentes de mi libro, con datos que he ido recopilando durante años. Adolfo no ha sido un bocazas ni un voceras, pero en ocasiones se ha desahogado. Sobre todo, no ha querido que la Historia se escribiera mal. Por eso escribió su 'Yo disiento de la sentencia del 23-F'. Él me dijo más de una vez: «No dejes que te equivoquen, Pilar, eso no fue así». Allí, en su despacho de la calle Antonio Maura, en Madrid, hemos tenido conversaciones larguísimas y relajadas, explayándonos con la confianza de la amistad. Con su hija Marian cerca, que le advertía «Papá, papá...» para que no contara de más. Él, con su simpática picardía, decía: «No, aquí con ésta puedo, ésta es del Opus».
Sé que su libro es mucho más que el 23-F y sus circunstancias, que en él habla de episodios llamativos en los prolegómenos de la Transición, como el día en que el Rey se atrevió a echar al presidente Arias, o aquel momento en el que Suárez legaliza el PCE y don Juan Carlos, curiosamente, está en París.
Claro, el libro abarca bastante más, pero usted quiere hablar del 23-F y de sus lados oscuros.
Un poco más. Una aclaración: ¿Qué diferencia hay entre la Operación Armada y el 23-F?
El golpe de Armada, el golpe de timón o de gobierno, presidido por él, tendría que haber acabado en el momento en el que don Juan Carlos comienza a hacer consultas para sustituir a Suárez. Por fin, se decide por Leopoldo Calvo-Sotelo, pero tiene enormes dudas. Tantea a Lamo de Espinosa, a Pérez Llorca, a Rodríguez Sahagún. En realidad, cualquiera menos Leopoldo. Hasta que Leopoldo le soluciona la papeleta. Convence al jefe del Estado diciéndole que él es el hombre de la derecha que busca, bien visto por el empresariado; que sacará adelante el ingreso en la OTAN, el gran marrón del Rey ante los EEUU; la LOAPA para armonizar el tiberio de las autonomías; que tranquilizará a los militares, porque al fin y al cabo su apellido es Calvo-Sotelo. Además, ha sido elegido por el partido, la UCD, que en las elecciones del 79 sacó más de 6.200.000 votos. No hay duda de que la sustitución con Calvo-Sotelo, y no a través del montaje Armada, es constitucional. El Rey ve que puede tener una salida fácil, libre de Suárez, y sin correr tantos riesgos como con Armada; y es cuando abandona la Operación Armada. Estamos hablando del 10 de febrero de 1981, a 13 días del golpe. Hasta ese momento, la Operación Armada no tenía nada que ver con el 23-F. Terminaba ahí.
Pero el golpe se produce.
El 23-F, como le digo, no debería haberse producido. Pero a Armada el Rey le había puesto los patines, y ya no quiere parar. Y se produce el recurso a Tejero, que es un autor por convicción. De hecho,Jordi Pujol y Marta Ferrusola, su esposa, hacen los honores de despedida a Armada, que viene a Madrid desde su destino en Lérida. Los Pujol comentan al general que Calvo-Sotelo será el nuevo presidente, y Armada deja caer un enigmático «ya veremos». Lo está diciendo el día 9 de febrero. En las fechas siguientes, Armada se ve no sé cuántas veces con el Rey: el 10, el 11, el 12, el 13. En la agenda de Armada aparece todo eso pormenorizado. Sabino, que ya se da cuenta de que Armada está lanzado, empieza a cerrarle las puertas de palacio. El día 13 de febrero, el Rey y Armada tienen una conversación tan importante y grave que don Juan Carlos aconseja a Armada que vaya a contarle a Gutiérrez Mellado todo eso de que Leopoldo no es la solución para calmar la división del Ejército. Mellado manifestaría luego que le dieron ganas de detener a Armada por todo lo que le dijo. A partir de ese momento podemos decir que el Rey ya se sacude de las manos el tema Armada y sigue la senda de Leopoldo, con un Gobierno de UCD.
Pero Armada, como usted decía antes, «tiene puestos los patines».
Armada está motivado, Armada quiere ser presidente, ayudado por el CESID con el comandante Cortina al frente de la operación. Si el Rey está o no está en el 23 de febrero, si está enterado o no... Hay cosas llamativas, raras, anómalas. Que los hijos del Rey no vayan ese día al colegio, como tampoco fueron al colegio los hijos de los americanos de Torrejón, que le dijeran al médico de Zarzuela que ese día estuviera en Palacio desde por la mañana, que cierta vedette, Bárbara Rey, declarara, ¡vaya usted a saber si es cierto!, que el Rey la llamó diciéndole, «oye, el lunes, 23, procura no ir a recoger al colegio a los niños, porque puede pasar algo...». Y otras curiosas coincidencias. Igual que no se entiende lo de Osorio diciéndole a Fraga en el Congreso, en pleno golpe, «Manolo, baja y dile a Tejero que llame a Armada». ¿Por qué quiere llamar Osorio a Armada? ¿Qué sabe él? O, también, que de los siete padres de la Constitución, cinco conocieran en qué consistía la Operación Armada y que durante los acontecimientos del 23-F en el Congreso estuvieran relativamente tranquilos en sus escaños, leyendo o prestando sus abrigos a los rehenes de oro.
Leían tranquilamente Gregorio Peces-Barba, Miguel Herrero, Gabi Cisneros, Jordi Solé Tura y Fraga, padres constituyentes, también estaban en la lista de Gobierno de Armada. Al Rey, en cualquier caso, la actuación de Tejero le resultó antiestética, irreflexiva, repugnante por la violencia de los tiros... Eso no era presentable. Lógicamente, yo tengo que pensar que el Rey no estaba en el 23-F; otra cosa es que, bueno, Armada sí que habla con el Rey ese día, aunque luego en los juicios se quiso borrar la interlocución del Rey esa noche. No aparece en las actas, como si se hubiera pasado un típex: en lugar del Rey aparece Sabino.
Lo que queda meridianamente claro en su libro es que la gestación de la Operación Armada, que deriva en el golpe de Estado del 23-F, pasa por Zarzuela.
Sale de Zarzuela y sigue en Zarzuela desde julio del 80 hasta la segunda semana de febrero de 1981. Yo dejo al Rey fuera del golpe del 23-F. Pero sí digo que, si esa noche Armada se hubiese llegado a entender con Tejero, y Tejero le hubiese dejado pasar, como me decía Pablo Castellano, «en esa situación, bajo la amenaza de las metralletas, todos hubiésemos aceptado cualquier solución que no fuese una junta militar». Y mucho más si todo se anunciaba en nombre del Rey, que es como Tejero entró en el Congreso: «¡Paso, en nombre del Rey!».
De hecho en su relato de aquel día pone nombre al Elefante Blanco, la máxima autoridad militar...
Lo dice Sabino. El Sabino de los últimos tiempos, que no estaba gagá en absoluto. Con el que fuera secretario y luego jefe de la Casa Real mantengo unas veintitantas conversaciones, en las que se va viendo su evolución en cuanto a libertad verbal. Sabino va contando cada vez más, sobre todo si tú tienes la mitad del billete; entonces él te completa la otra mitad. Igual que Suárez, tenía un deseo imponente de ser honesto. Si no le preguntabas, no te contaba; pero si le preguntabas, sí te contaba, y te contaba la verdad; yo no sé si toda, pero creo que casi toda...
Hablábamos del Elefante Blanco...
Le pregunté a Sabino por el famoso tema del Elefante, y me confesó que don Juan Carlos metió la pata en el libro de Vilallonga (una biografía del Rey, basada en varias conversaciones con el protagonista), cuando dijo que él «sabía, desde el primer momento, quién era el Elefante Blanco». Suárez también dijo que «sólo dos personas saben quién era el Elefante Blanco, y yo soy una». Si Suárez lo sabía, y desde luego él no lo era, y el Rey también lo sabía, según él mismo le dijo a Vilallonga, y está en la edición francesa y en la inglesa. Ergo... Después, en la versión española eso se corrigió, porque se hubiese tenido que reabrir el sumario del 23-F. El Rey también decía en la primera edición, la francesa, que él habló con Armada varias veces esa noche. En fin, hay un momento en el que Sabino me dice que, en el supuesto de que, tomado el Congreso, Armada hubiera conseguido proponer su Gobierno de concentración, y hubiese sido necesaria la presencia de una autoridad superior al nuevo presidente del Gobierno y que ratificara moralmente su elección, en ese caso... el Elefante Blanco sólo podía ser el Rey.
Me ha sorprendido el papel de Sabino en el arranque de la Operación Armada. En julio de 1980 habla de Armada como presidente alternativo a Suárez; en cambio, el
Porque se dio cuenta pronto de que la Operación Armada desembocaría en una junta militar.
Pronto... o tarde, porque Fernández Campo conoce la Operación Armada desde julio de 1980, en el momento en el que el comandante Cortina, del CESID, expone al Rey cómo tendría que llevarse a cabo el golpe de timón para cambiar a Suárez por un independiente. «Todo dentro de la legalidad», pedía el Rey, según su libro.
Cortina se inspira en la Operación De Gaulle y pretende hacer lo mismo en España, con una gran coalición de partidos que apoyen a un hombre independiente. Plantea dos candidatos apartidistas, como posibles presidentes: un civil, José Ángel Sánchez Asiaín, y un militar, Alfonso Armada. Sabino está convencido de que el presidente en aquella situación tenía que ser militar, y que ese hombre era Armada.
Tres nombres propios más: Carlos Ollero, Jaime Carvajal y Urquijo, y Paddy Gómez Acebo.
Carlos Ollero, catedrático de Teoría del Estado y de Derecho Constitucional, hombre próximo al PSOE, es el encargado de
elaborar un informe sobre la licitud de investir a un candidato extraparlamentario. Había sido senador real. A mediados de agosto de 1980, ese informe llega a Armada, no a Zarzuela o Marivent. Y Armada se lo envía a Sabino para que lo entregue al Rey. Ahí se indicaban dos vías: una, la de la moción de censura, con un candidato alternativo, su propuesta al Rey y la posterior investidura de éste si conseguía los votos de los dos tercios de la Cámara; y otra, no constitucional, por la que el Jefe del Estado, «dadas las graves circunstancias nacionales», propondría a la Cámara un presidente no parlamentario para que fuese investido por los diputados, y que en torno a él se nucleara un gobierno de unidad nacional. Un calco de la Operación De Gaulle, que luego tomaría cuerpo en la Operación Armada.
Ollero era simpatizante socialista y Felipe González también simpatizaba con la movida anti-Suárez...
Tanto que estaba dispuesto a entrar en el Gobierno de Armada. Enmi libro cuento el almuerzo que en el segundo semestre del 80 tieneSabino con Felipe, Peces-Barba y Múgica. Le preguntan sobre los rumores de golpes. Decían saber que, al menos, había dos dispositivos golpistas, el de Tejero con la banda borracha y el de los generales. Según mis fuentes, González dejó claro que prefería esperar a las elecciones, previstas para 1983; pero que, como político con sentido de Estado, estaba dispuesto a meterse debajo del paso, y arrimar el hombro en un Gobierno de concentración que presidiera otro, por supuesto no Suárez. Entonces Sabino se mojó y lanzó en ese almuerzo el nombre de Armada, a lo que Felipe respondió que la figura de Armada, aunque personalmente no lo conocían, podría ser bien aceptada por ellos, por ser quien era.
¿Qué papel juegan en su relato Ignacio, Paddy, Gómez Acebo, hermano de Luis, cuñado del Rey, y Jaime Carvajal y Urquijo?
Paddy Gómez Acebo, duque de Estrada, era presidente del Instituto Gallup en España. El Rey y él se tenían gran confianza. Un día de aquel invierno de 1980, don Juan Carlos le confiesa que la única manera de reconducir la situación de España era formando un gobierno de coalición o de concentración nacional, presidido por un independiente, ajeno al Mundo político, que gobierne con energía, con firmeza. El Rey llama a Sabino para que explique la envoltura legal de la operación y cuando éste acaba, Gómez Acebo, que al principio se quedó bloqueado no dando crédito a lo que estaba escuchando allí, en palacio, por fin suelta lo que piensa: «Lo mío no es una opinión, es una definición: eso se llama primorriverismo, y me permito recordarle a Su Majestad lo que le pasó a su abuelo, Alfonso XIII, al colocar a un general para reconducir la situación de España ». Esa misma tarde, y con idénticos términos, el Rey explica su plan a su amigo y compañero de colegio Jaime Carvajal y Urquijo, que le dice exactamente lo mismo que el duque de Estrada: «Todo eso se parece demasiado a lo que hizo vuestro abuelo nombrando a Primo de Rivera». Jaime Carvajal ha tenido un detallazo de confianza conmigo: me dejó un buen lote de páginas de su diario, muy ilustrativas.
¿Y no le asusta que todas sus fuentes, las vivas, claro, se echen atrás y le desmientan ante la fuerza de sus
acusaciones?
Yo no acuso. Yo investigo e informo de unos hechos históricos que nos conciernen y que estaban desfigurados, tergiversados, mal historiados. Artículo 20 de la Constitución: el derecho a obtener y transmitir información veraz. Siempre puede haber una operación desde el gran poder influyente de la Zarzuela para silenciar mi libro... Más que por decisión del Rey, por celo excesivo de sus edecanes y cuidadores. Sinceramente, yo no he pretendido ir contra nadie. Pero a mi edad no sería honesto ocultar la verdad. Yo pienso que el periodista no sólo tiene que contar historias, tiene que contar la historia verdadera. ¿Entera? No, siempre queda mucho más. No se llega a todo. Entiendo que habría que volver atrás para desentrañar la historia oculta de muy altos protagonistas, con medallas colgadas por tales y cuales acciones, que no las habían merecido porque, sencillamente, ellos no habían sido «los héroes».
¿A quién se refiere? ¿A su Majestad el Rey?
Bueno... la gran desmemoria de Suárez no sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada, militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el freno.
Durante la legalización del PCE se fue a París...
Se fue a París. Doy noticias de 11cartas del Rey a Suárez. Sobre esto del medallero no siempre meritado, me rechina escuchar y leer el tópico de que «el Rey nos salvó del golpe». El Rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha, no queriendo que fuera un golpe, queriendo una solución fraguada en el Parlamento; pero Suárez le advertía: «¡Esto es un golpe!».
Traiciones, miserias, héroes que, según usted, no lo son... ¡para echarse a llorar!
Sí, también el Rey se echó a llorar en la madrugada del 23 al 24 de febrero. Se narra en 'La gran desmemoria'. Sabino me lo contó varias veces. El Rey ya ha dado el discurso en televisión en la medianoche del 23-F al 24-F. Tejero continúa en el Congreso con sus guardias civiles. De pronto, don Juan Carlos rompe en sollozos. «Sollozaba, recordaba Sabino, como si se le hubiera roto un juguete. No, más que un juguete: el gran juguete, la Corona. Fue un momento en el que el Rey no sabía cómo acabaría aquello, qué reacción militar podría haber, él había tenido muchas conversaciones con gentes diversas, se habían prometido carteras, estaba formado prácticamente un Gobierno... ¿Quiénes iban a callar? ¿Quiénes iban a hablar? ¿Qué se iba a decir...?». Era de madrugada. Todo incierto. Hacía frío físico en la Zarzuela. A las 11 o las 12 de la noche habían apagado la calefacción en el edificio. Es entonces cuando el Rey se pone una cazadora negra, la de piloto, no sé por qué no su guerrera militar con la que había grabado el mensaje. Quizás el subconsciente... En la gaveta de su mesa de despacho tenía una pistola. En aquel momento, según me contó Gómez Acebo, la puso encima de la mesa, y luego se la metió en el cinto.
¿Suárez debería haber sido nombrado Duque del Olvido?
Y de la lealtad. Por no contar los servicios de lealtad que hizo al Rey. Suárez decía que tenía que «proteger al Rey
del Rey mismo», de sus campechanías, de su verbosidad, porque lgún malintencionado podía tirarle de la lengua y grabarle diciendo cosas inconvenientes, incluso peligrosas...
No entiendo.
La historia del Rey y su reinado no termina el 23-F. Podríamos decir que casi empieza otra vez, ¿no? Y empieza, página nueva, con los socialistas, largos gobiernos en los que ocurren muchas cosas en España y en el extranjero con relación a España. Lo insinúo en el epílogo cuando sugiero que alguien quiso blindarse en el Rey tomando precauciones y diciendo: bueno, yo quiero defender al Rey, pero si a mí me tiran al foso difícilmente voy a poder defenderle. En esos momentos hay un patriota que sale a proteger al Rey: Adolfo Suárez.
Sigo sin entender a qué se refiere.
¿Quiere usted que se lo diga más claro? Suárez salió del Gobierno sin Toisón. El Rey se lo concedió muchos años después...
¿Por otros servicios?
Servicios legítimos, legales y patrióticos prestados por Suárez. Y el Rey lo sabe.
Intuyo que lo contará en su próximo libro...
Mire, le estoy hablando de..., pero, por favor, apague la grabadora.
Fuente: El Mundo