Nueve semanas (justas-justitas), de P. L. Salvador.
Editorial Pez de Plata. 127 páginas. 1ª edición
de 2015.
Prólogo de Constantino Bértolo.
Hace unas semanas me escribió un correo electrónico P. L. Salvador (Valencia, 1959). Me
preguntaba si me apetecía recibir una novela que estaba a punto de aparecer en
las librerías, publicada por la nueva editorial
Pez de Plata, con prólogo de Constantino
Bértolo. Salvador había leído en mi blog que me interesaban los libros que
publicaba Bértolo y me informaba de que él le había presentado su novela Nueve
semanas (justas-justitas) cuando Bértolo aún dirigía Caballo de Troya. A Bértolo le gustó el
libro, pero todo esto ocurría cuando estaba a punto de jubilarse y no se pudo
materializar una posible publicación en Caballo de Troya.
Ya he contado públicamente más de una vez que, en la mayoría de los
casos, rechazo (con toda la amabilidad que puedo) estas peticiones. Prefiero
elegir yo mis lecturas. Los libros pendientes abarrotan los altillos de mis
estanterías, y además, y sobre todo desde que colaboro con la revista Eñe,
muchas editoriales se muestran receptivas a mis ruegos y me suelen enviar los
libros que les pido para que los comente. Si soy yo el que hace la petición,
existen bastantes más posibilidades de que me acerque a un libro que me guste
que si la lectura es propuesta por un desconocido. Aceptar un libro de esta
última forma, cuando lo publica una editorial de la que oigo hablar por primera
vez, me resulta demasiado arriesgado.
Pero en este caso acepté el envío, y lo hice por tres motivos: porque Nueve semanas estaba publicado en la
nueva editorial Pez de Plata, que sí conocía y por la que sentía curiosidad;
porque la novela contaba con un prólogo de Constantino Bértolo, por el que
siento respeto y admiración; y por una casualidad azarosa que me hizo sonreír:
al buscar en internet información sobre P. L. Salvador, me di cuenta de que su
verdadero nombre es Salvador Pérez López. Estos dos apellidos son también los
míos. Para mi faceta de escritor uso los de mi padre, Pérez Vega, porque el
mercado del libro español (y no sólo del libro) está saturado de la combinación
de apellidos «Pérez López». Así que ya lo sabe, lector: si pertenece a la
cofradía de los escritores apellidados «Pérez López» y quiere que lea su libro
y lo comente en público tiene más posibilidades de que esto ocurra que si se apellida
«García Fernández». A veces soy así de irracional.
Dejé para el final el prólogo de Bértolo y empecé a leer Nueve semanas, que sobrepasa por poco
las cien páginas. Las primeras palabras del libro son éstas: «Experimentemos.
Es un decir. Yo voy a experimentar.
Vosotros podéis acompañarme en este viaje, y tal vez terminéis entrando en la
historia, aunque no hay nada seguro, ni siquiera ¡yo! sé qué va a pasar de aquí
en adelante» (pág. 15).
Uno de los protagonistas es Bloss, que se nos presenta como un golfo
de cuarenta y tres años que se dedica a realizar pequeños trapicheos y que un
día tiene la suerte de toparse con Dedé, una veinteañera de buena familia que
quiere escribir una novela. Dedé desea, en principio, acercarse a Bloss para
observarle y convertirlo en objeto de su narrativa. A su vez Bloss también
escribe. Bloss y Dedé empiezan a pasarse las páginas que recrean su encuentro y
relación, material que lee el lector y que constituye el cuerpo inicial de la
novela.
El lenguaje de Bloss está lleno de expresiones orales y de
repeticiones de palabras, en las que juega con los diminutivos o los
aumentativos («gafas, gafitas, gafotas», pág. 16; o «Triste-muy triste-tristísimo»,
pág. 30); también es prolijo en el uso de paréntesis, llaves y corchetes (dando
a las frases, a veces, una presencia fantasmagórica de ecuación matemática).
Don José (o Pepe), el padre de Dedé, es un poderoso editor que no
quiere que su hija se relacione con el díscolo Bloss, aunque tiene ocasión de
leer el manuscrito que están pergeñando a dos manos su hija y su nueva pareja y
tiene que reconocer que puede llegar a ser un buen libro y que él podría
publicarlo. Otros personajes de la trama serán: Nené, la exmujer de don José y auténtica
dueña de la editorial; Églex, que se presenta a sí mismo como aspirante a
escritor y negro de la editorial (aunque según otros personajes es sólo un
corrector de pruebas); Kladd, escritor joven y prometedor; y Glenn, secretaria
de la editorial y amante de don José.
En un principio, el lector es informado de que don José está urdiendo
planes para que su hija deje a Bloss, pero la información que recibe uno al
acercarse a esta novela debe ser puesta siempre en entredicho.
La novela está organizada en fragmentos narrativos precedidos por una
fecha (desde que se empieza hasta que se acaba tendremos las Nueve semanas justas-justitas, que
promete el título, parodiando el de la famosa película protagonizada por Kim
Basinger y Mickey Rourke), y la figura del narrador va cambiando de unos
personajes a otros. Los narradores que aquí tenemos –todos los personajes que
he citado antes acaban siendo narradores en algún momento− conocen lo que han
escrito sobre esta historia sus predecesores y, por tanto, opinan sobre la
mirada de los otros sobre ellos mismos y rectifican ante el lector esas
impresiones o motivaciones de sus actos que se les achacan. Esta idea de novela
en continua construcción y deconstrucción es para mí lo más interesante de Nueve semanas (justas-justitas), la
literatura entendida como juego continuo. De hecho, me ha parecido una
propuesta experimentalista muy del estilo de las planteadas por César Aira. Quizás al citar a este
autor argentino −puesto que es posible que el lector sí que haya leído a César
Aira pero no a P. L. Salvador−, me resulte más fácil plantear el conflicto que
me generan esta clase de propuestas literarias: yo estoy a favor del experimentalismo
en la literatura y la obra de Aira me interesa, y me parece, por tanto, que la
obra de Salvador es valiosa, tomando en consideración su original propuesta y
su legítimo y oxigenante deseo de romper moldes («Una novela fuera de la ley.
Una novela absolutamente inesperada», la llama Bértolo), pero las preguntas que
me suscitan estas propuestas son las siguientes: ¿me llegan estos personajes?
¿Me emocionan ellos o la historia narrada?
La novela está planteada en gran parte como un vodevil o una farsa
(que de modo extraño, y de nuevo inesperado, hacia su final se convierte en un
esperpéntico drama shakesperiano) sobre el mundo de la escritura y la edición:
todos los personajes escriben y aspiran a la gloria literaria. De forma más
irónica que ingenua, nos encontramos aquí con editoriales pequeñas en las que las
ventas de los tres libros de un autor modesto suman 7.000 ejemplares (lo que en
nuestro mundo editorial sería un gran éxito) y de anticipos (que también pueden
ser sobornos) sobre primeras novelas de 30.000 euros. De fondo, se denuncian
las corruptelas del mundo editorial y las aspiraciones desmedidas del
inflacionario mundo literario español. Sé que la mirada de Salvador (que ha
publicado antes que éste unos cuantos libros más) no es ingenua, pero sí lo parece
la de sus personajes, que se convierten de este modo en caricaturas al servicio
del planteamiento esperpéntico, perdiendo su capacidad de emocionar. El
distanciamiento que experimenté hacia los personajes hizo que al principio no
acabase de entrar en la novela, pero ésta me fue ganando en su tramo final por
su capacidad de juego, por la sorpresa que acabó suponiendo el tráfico de
narradores de los que no me debía fiar, porque me dejé llevar por su
disparatada propuesta, en la que el cómo se narra prima sobre el qué se narra.
Así que, en definitiva, ha sido una curiosa experiencia haber leído Nueve semanas (justas-justitas) y será
el posible lector de esta reseña, contando con que nada es seguro, el que tenga
que seguir o no la premisa inicial del libro: «Experimentemos. Es un decir. Yo voy a experimentar. Vosotros podéis
acompañarme en este viaje, y tal vez terminéis entrando en la historia, aunque
no hay nada seguro, ni siquiera ¡yo! sé qué va a pasar de aquí en adelante».
Mención aparte merece la cuidada edición de Pez de Plata. En el
saturado mercado del libro en España es de agradecer que las nuevas propuestas
se presenten al lector con tanto mimo y cuidado por la creación de un objeto
bello. La edición, con dibujos interiores y gran diseño, es de sobresaliente.