A primeros de cada mes, hasta junio, publico artículo en veredes.
(Es una muy buena página, cuyo enlace os acabo de poner para que la exploréis a gusto).
Y, como estamos a primeros de febrero, acabo de publicarlo.
Pasé el otro día por delante de una casa que hice hace tiempo, y miré su alero con ternura. El artículo me salió del tirón, porque es un asunto en el que he pensado siempre: Los arquitectos salimos de la escuela con una formación superferolítica. Hemos tenido, en general, grandes profesores de proyectos, que nos corregían los croquis y nos pulían y pulían. Crecíamos mucho, aprendíamos, y llegamos a adquirir un cierto nivel. Venga, sin modestia: Un muy alto nivel.
Sin embargo, cuando salimos de la escuela nos toca construir en el mundo real, para gente (nuestros clientes) no especialmente educada en la arquitectura, y que no tienen un criterio formado en ella. Sin embargo, son sus gustos los que mandan.
A menudo, ante esta perspectiva nos desanimamos. Pocas veces entendemos a nuestros clientes, y eso es algo que no deberíamos permitirnos si queremos ser arquitectos honrados y decentes.
Bueno. Os dejo el artículo. Si os apetece, clicad aquí.
Gracias, como siempre, por vuestra cariñosa atención.