Mientras no se produzca en el mundo musulmán un Siglo de las Luces, una Ilustración liberal, siempre soportará dictaduras más o menos religiosas y monarquías dictatoriales más o menos opresivas basadas en la religión.
Estos días Egipto vuelve a padecer la continuación natural del sistema faraónico nacido hace 5.400 años. Los mismos egipcios han venido llamando semidioses faraónicos a sus dirigentes, fueran persas conquistadores en 341 aC, y después griegos, romanos, bizantinos y, a partir del siglo VII, árabes, seguidos de otomanos desde 1517 hasta 1914.
Luego, la monarquía impuesta por los británicos y derrocada en 1952 por los militares dirigidos por Nasser.
Nasser gobernó como un Faraón hasta su fallecimiento en 1970, igual que su sucesor Anwar el-Sadat hasta su asesinato por los Hermanos Musulmanes en 1981, y Hosni Mubarak hasta la mal llamada “primavera árabe” que lo derrocó en 2011.
Ahora, los 84 millones de habitantes de este país con el doble de superficie que España, tienen un nuevo faraón, aunque electo: Mohamed Morsi, miembro de los exaltados Hermanos Musulmanes que mataron a Sadat y que estaban perseguidos por Mubarak.
El islam y el sistema autoritario faraónico, con estructuras sociales tan marcadas hoy como hace milenios, llevan a Egipto a una dictadura que impondrá la sharía, la medieval ley mahometana, bajo el poder del nuevo Faraón Morsi, un fanático religioso, pero hábil político disfrazado de moderado.
El único signo de que podría estar acercándose una cierta Ilustración egipcia, algo así como al siglo XVIII occidental, es la revuelta actual contra el decreto que le da a Morsi todos los poderes.
Muchos egipcios habían alcanzado pequeñas libertades laicas bajo la dictadura militar de los Nasser, Sadat y Mubarak, y rechazan volver al absolutismo de este Faraón islamista tan aplaudido en Occidente.
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SALAS