Revista Insólito
Esta es una foto realizada por Begoña Abad en el mercado de El Fontán (Oviedo).
El título de los libros que se regalan es “Elegía en Astaroth” (1973), poemario Premio Nacional de Literatura y cuyo autor es Ángel García López.
¿Qué pensamientos le vendrían a la cabeza al autor en caso de pasear por la zona y contemplar el tenderete? ¿Es una nueva estrategia de márketing? ¿Por qué razón se le ocurrió al vendedor de lencería regalar precisamente ese libro por la compra de tres bragas? ¿De dónde sacó tantos ejemplares? ¿No tiene bragas más pequeñas? ¿Si compro seis me regalan dos libros? ¿Acaso la mente preclara del vendedor asoció lencería con poesía y tenemos ante nosotros a un visionario del márketing?
Asombrada por este nuevo fomento de la lectura, vaticino próximas paradas de embutidos regalando libros de Dan Brown; paradas de ropa techno regalando los de Fernández Mallo; puestos de fruta regalando los de la Etxebarría; el puesto hippy regalando los de Marías; la churrería del mercadillo regalando los de Pérez Reverte. Veo la parada del negrito que vende relojes con un cartel que reza: "Por la compra de 1 reloj y 1 caja de DVD's, regalo de un ejemplar del último de Zafón."
No sé cómo le fueron (o le van) las ventas al paradista de la lencería, pero como homenaje a Ángel García López, quien quizás dentro de poco verá resurgir las ventas y reclamos de su obra, posteo a continuación uno de sus poemas:
Tú, que tienes tiempo
Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras
y piensas de mi vida que un astro es apagado,
me ofreces una carne de sueños y de esporas
y una larga abundancia desde el lecho habitado.
No encuentro otro homenaje más hermoso que verte.
Mirarte es entenderle su inocencia al rocío.
Tu cuerpo es en la tarde como una almena fuerte
donde hacerse una casa protegida del frío.
Abeja de ti misma, libas de ti, frecuentas
el calor que a la noche destinas y desmayas.
Eres como una alcoba donde el aire aposentas,
como una nube joven que enviudase en las playas.
Solo un campo contiene soledad tan desnuda.
Tiembla, frágil, la alondra que en tus pechos anida.
Me miras y te ofreces desconsolada y muda.
Vuelas como una lluvia que creciese dormida.
Oculto anda en tus ojos un olivar furtivo.
Por dentro de tus pechos se muere un gladiolo.
Tus labios se hacen grandes y el sol diminutivo.
Grita un corzo en tu cuello desamparado y solo.
Detrás de tus mejillas un pueblo hace su fiesta.
Tendida eres un lago que su vientre inaugura.
Eres tu misma sombra, destronada y depuesta,
que amanece gigante desde su desventura.