Como viene siendo habitual, os mantengo al tanto de la publicación reciente de un nuevo número de FAMIPED, la revista electrónica de información para familias, pediatras y adolescentes que ya hemos mencionado en otras ocasiones; en esta ocasión, se trata del número 1 del volumen 5.
Y se abre con un editorial cuyo título ya nos dice mucho… Educando a los hijos: cuando menos es más:
Cuando pensamos en infancia, nos vienen a la cabeza los hijos de nuestra acomodada sociedad pero, dado el extenso mundo en que vivimos, cada vez aparecen más en los medios las imágenes de niños de países asiáticos, de países pobres al lado de nosotros en Europa, de países misérrimos en África…
Todos creemos conocer las diferencias entre niños de países ricos y pobres. Sabemos que cada pocos segundos muere un niño en el tercer mundo debido a la pobreza o a la guerra. Que muchísimos nacen o quedan enfermos, incapacitados, huérfanos, ciegos o sordos en regiones donde esto puede ser peor que la muerte. Que un excesivo porcentaje no puede aprender a leer y a escribir, que ser mujer allí es nacer ya con un gran handicap…
Pero es injusto hablar siempre de esos niños con pesimismo y, desde FAMIPED, sin caer en el maniqueísmo, queremos dar otra visión de esa infancia, recordar que tienen muchos valores a envidiar y, quizá, a imitar.
Esas sociedades se fundamentan, en general, en una familia sólida y amplia, sea el núcleo monoparental o no, y en su amor por los niños. Cuando la madre o el padre están enfermos o ausentes, el resto de la familia cuida a los pequeños, evitando que sufran soledad o carencias emocionales. Además, los niños respetan a sus mayores con veneración porque saben que de su experiencia viene la sabiduría.
Al carecer de recursos económicos, desarrollan la imaginación para juegos, teatros, mimos, dibujos o narraciones, y aprecian infinitamente los objetos, incluso los pequeños detalles materiales. Por otro lado, no dudan en compartir, quizá precisamente porque, al tener poco, compartir sea más fácil o, tal vez, porque aprecian recibir algo cuando no tienen de nada.
Viven la vida con naturalidad incluso en la desgracia; la aceptan como llega, sin culpar ni culparse. Son ingenuos, no dan vueltas y revueltas mentales a cada actuación.
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Pero lo más importante es que los niños sonríen mucho y ríen a carcajadas fácilmente. A ellos, todavía no conscientes de las adversidades, se les ve felices.
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Sería interesante copiar algunos de los aspectos de estos países: aceptar con más naturalidad las carencias o diferencias de cualquier tipo de nuestros hijos, promocionar su estabilidad emocional por encima de la académica, el desarrollo de su creatividad y de su espiritualidad y, desde luego, disfrutar de ellos, con ellos; reírse, hacerles caso aunque tengamos “cosas pendientes”; compartir TIEMPO, si no lo hacíamos, y gozar de lo no material.
Seguramente, cuando sean mayores, recordarán mucho más los columpios, el paseo o la partida de parchís con ellos que la última generación de la play o la clase de piano a la que su padre se empeñó en que asistiera, sin tener en cuenta sus aptitudes y preferencias.
Y si de sonrisas hablamos, no podemos dejar de ver el vídeo que nos enseñan sobre la Fundación Khanimambo, protagonizado por l@s niñ@s de Praia Xai-Xai en Mozambique:
En otro de los artículos, nos recomiendan visitar la web del Proyecto Chamberlin, de sensibilización social frente a las enfermedades mentales, mediante un cómic interactivo Una historia sobre Luis.
Y a estos, se suman artículos sobre las alteraciones del crecimiento, la risa, la timidez, el sufrimiento infantil, las medicinas para la tos (poco eficaces y peligrosas) y el color de las cacas…