Decía el político inglés Andrew Bonar Law que “no existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre”. Antonio Miguel Carmona decidió, aquel fatídico 24 de mayo, que no podía abandonar el campo de batalla de Madrid. Temerario por su parte mantenerse en primera línea tras cosechar el peor resultado socialista en Madrid, y temerario por parte de la dirección del PSM exponer la cara de la derrota y pasearla por el ayuntamiento, jugando así a la ruleta rusa en cabeza ajena.
La candidatura de Carmona nace viciada desde el minuto uno. En una ciudad como Madrid, feudo de la derecha en los últimos 20 años, presentar como cabeza visible un candidato cuyo punto fuerte es ser afable y campechano parece una broma de mal gusto. Y se acabó confirmando: el PSM en el ayuntamiento obtuvo la tercera plaza, con menos de la mitad de concejales que Ahora Madrid, en el segundo puesto, y a dos concejales de ser igualado por la cuarta y última fuerza en el consistorio.
Carmona fue elegido por primarias por los militantes del PSM, y el hecho de ser tácitamente el candidato socialista mucho antes de que el resto de partidos que competían presentaran los suyos puede verse desde fuera como algún tipo de justificación de que el partido no sabía a qué o quién se enfrentaba, pero en los tiempos políticos que corren eso ya no vale. Nos enfrentamos a tiempos de competencia feroz por cada voto, por cada palabra de ánimo o cualquier apoyo. No sirve de nada ser bueno, tienes que ser mejor.
Sobre la expulsión de Antonio Miguel Carmona, esta viene gestándose desde el día en que el la dirección nacional del PSOE prefirió presentar como candidato a Angel Gabilondo por delante de Tomás Gómez. Aquel día las filas socialistas madrileñas experimentaron una brecha interna entre ‘oficialistas’, fieles al criterio de Pedro Sánchez y allegados, y los ‘tomasistas’, suerte de resistencia en el PSM a los movimientos dirigidos desde los escalafones superiores. Esta brecha pudo constatarse a finales del pasado mes, en la elección de la dirección orgánica de Madrid entre las dos corrientes con un resultado relativamente ajustado.
El relevo de Carmona al frente de la portavocía de PSM en el ayuntamiento de Madrid trae consigo un aurea de mal hacer político importante. Por varias razones: en primer lugar, llega a destiempo. Apartar al portavoz del partido en una ciudad por sus malos resultados dos meses después de la celebración de elecciones es poco serio, incluso chapucero. En segundo lugar, porque el baremo “malos resultados” debería aplicarse también en ciudades como Valencia o Barcelona, con peores resultados que Carmona y que no han visto un cambio de portavoz en sus filas. Y por último, el intento de compensación para celebrar el relevo. Un partido no puede presentarse como solución al vicio político para gobernar el país dentro de apenas cuatro meses y presentar el Senado como trastero de juguetes rotos.
Jugada de vieja política que no ayuda a creer en el proyecto que inició el Partido Socialista en Madrid hace apenas unos días. Sustituir un cargo público por su mayor o menor proximidad a la nueva dirección del partido es más propio de un sistema feudal que de la formación política a la que varias encuestas dan la victoria en noviembre, y más si esta exposición a la opinión pública y militancia crítica se produce en un lugar de aguas tranquilas, no un foco de problemas y polémicas que necesitaran ser intervenidas.