Según los presupuestos presentados hace unos días por Cristóbal Montoro, la partida dedicada al cine, dentro del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, sufre una caída de cinco millones de euros. Cinco millones de euros a sumar a los recortes ya sufridos, la subida del IVA y la falta de ayudas. De hecho, el fondo destinado a este fin, el Fondo de Protección a la Cinematografía, se reducirá un 14% respecto a este año, a pesar de que los votos del PP y PSOE para aprobar la Ley de Cine de 2007, indicaban que debía llegar a los 100 millones de euros de presupuesto este 2013.
Según González Macho, presidente de la Academia, esta nueva rebaja significa “la paralización del cine español” y Daniel Sánchez-Arévalo, recientemente laureado por su película, La gran familia Española, declaraba lo siguiente: “Igual nos tenemos que ir y hacer cine en otro lado. Están dando la espalda a una situación crítica como es la de la industria del cine. Los recursos creativos no los van a poder aniquilar, pero está claro que están desmantelando una industria”.
Yo no quiero que nuestros cineastas se vayan. Yo no quiero que se deje de hacer cine en este país. Es cierto que son momentos muy duros y que no todo el estado precrisis puede mantenerse, porque se cae por todos los bordes, pero quizá habría que hacer una revisión de lo que se recorta y de lo que no, dejar de criticar con el argumento fácil de que el cine ha vivido siempre de dinero público (sobre todo porque, está visto, hay muchos que no son cineastas que también lo han hecho durante años) y revisar qué ajustes pueden hacerse sin tener que rematar a una ya de por sí maltrecha industria.