Revista Opinión

¿nuevos Brotes De Transfobia? No Te Dejes Engañar

Publicado el 11 diciembre 2018 por Carlosgu82

¿Nuevos brotes de transfobia? No te dejes engañar

En los últimos meses, lo políticamente correcto ha decidido romperse las vestiduras por los nuevos brotes de “transfobia” que se ven en todo el mundo. Y es que, en efecto, de Estados Unidos hasta Chile, pasando por España, Francia y Australia el tema de la transexualidad ha abierto un fuerte debate que, sin embargo, no logra sostener el peso de las críticas y el análisis serio al que se somete.

Cualquiera que reflexione sobre esto con seriedad, se dará cuenta de que “los nuevos brotes de transfobia” no son más que una exageración o un malentendido. Para ello, es conveniente analizar la percepción de la transexualidad y su papel actual, así como la evolución que ha tenido en las pasadas décadas.

Las diferentes minorías sexuales han sido un punto clave de los derechos humanos desde principios de siglo. A mediados de los setenta, sin embargo, empezaron a cobrar una relevancia particular en los medios de comunicación masivo como el cine y la televisión. Por ello, durante los ochenta y noventa fuimos testigos de una serie de obras que comenzaban a explorar temáticas LGTB de manera central o periférica. De lo primero, sería ejemplo la película de Philadelphia de 1993, ganadora del Oscar y aclamada de manera unánime por la crítica y de lo segundo, la popular serie de Friends, donde las menciones a parejas homosexuales (la exesposa de Ross, el padre de Chandler o los múltiples pactos de besos entre Monica y Rachel) se hacían casi cada episodio.

Ahora bien, estos productos culturales comenzaron mostrando la homosexualidad, en la mayoría de los casos, como un tema limítrofe y constante, a la vez, que tabú y normal. Es decir, aunque múltiples personajes con orientaciones fuera de la heterosexualidad aparecían mostrando aceptación y normalidad absoluta, estos nunca se besaban ni daban muestras de afectividad erótica, evitaban hablar de sus vidas privadas y servían solo como “paisajes” e introducción o, en otras palabras, como elementos del fondo, ajenos a la historia principal, prescindibles o canjeables, como sucede con muchos otros tipos de personajes, que ayudan a desenvolver cualquier argumento.

No obstante, conforme la aceptación de la diversidad sexual fue en aumento, el contenido LGTB comenzó a tener un apogeo que, en la gran mayoría de los casos, no fue muy exitoso. En realidad, un número incalculable de series empezó a interesarse por visibilizar a estos grupos “oprimidos”, justo en el momento en que se habían vuelto aceptados y populares. Así, la inclusión de tramas homo-eróticas y ocurrencias lésbicas se hizo casi una cuota. Programas como Esposas desesperadas, The walking death y La ley y el orden tuvieron una inexplicable explosión de individuos cuyo único rasgo característico en los episodios era ser gays. Al mismo tiempo, series adolescentes o infantiles sintieron la confianza para utilizar, de manera velada o abierta, discursos sexuales de mayor fuerza, en los que la llamada diversidad no faltó.

Las historias, con todo, empezaron a tener fallas. La incorporación de este tipo de discursos era forzada y pobre, por lo que, en última instancia, terminaba debilitando la estructura general de las tramas y creando una serie de esperpentos educativos, cuya única función era ofrecer una visión agradable y glamurosa de la soltería, el trabajo de oficina, la migración y la homosexualidad. Series, que no prosperaron y tuvieron pésimas críticas, como las insoportables Cougar Town e Insatiable, son un ejemplo de esto, donde los clichés, en el peor de los sentidos, abundaban. Homosexuales simpáticos y exitosos, lesbianas atractivas y de fuerte vibra sexual, que, sin ningún motivo real, debían hablar cada capítulo de todo lo maravilloso que resultaba su orientación y de cómo esta había sido la clave de sus triunfos existenciales.

Sea como sea, su táctica tuvo éxito y múltiples estudios han demostrado que la percepción de la homosexualidad ha cambiado, hacia un lado favorable, en casi todos los jóvenes y gran parte del sector adulto. Aun así, el paso hacia una aceptación de la transexualidad era algo todavía lejano, por diversos motivos. De hecho, a pesar de lo evidentes que son, pareciera que la gran masa de los “progres” aún no se da cuenta y sigue afirmando que esto solo puede ser explicable a partir de los prejuicios y la discriminación inconsciente de la población.

En primer lugar, la homosexualidad es un fenómeno que ha existido a lo largo de toda la historia y del cual tenemos registros múltiples (narraciones, pinturas, leyes, etc.). Frente a esto, la transexualidad es un fenómeno nuevo que tiene menos de un siglo y en el que la cirugía y el cambio de identidad, en muchos casos irreversible, produce, por obvias razones, el rechazo y las dudas. Además, la comunidad homosexual ha trabajado, durante las décadas pasadas y mediante los productos culturales ya mencionados, en “pulir su imagen”, para intentar cambiar la visión negativa que envolvía su estilo de vida. Los transexuales, por el contrario, siguen siendo asociados a la prostitución, el suicidio, la inestabilidad emocional y el consumo de drogas con harta y, en ocasiones, justificada frecuencia. Por si fuera poco, el debate de los niños-trans ha tocado una de las fibras más sensibles de Occidente, la sacralidad de la infancia, al proponer que menores de edad, cosa que me parece una locura completa, se puedan someter a cirugías de cambio de sexo, sin importar que su personalidad aún no esté formada.

Ahora bien, en este panorama de rechazo y dudas, han aparecido una infinidad de series y películas (La chica danesa, Una mujer fantástica, Transparent) que abordan frontalmente este tema y que, de igual modo, le dan una perspectiva, en extremo, positiva. Sumando lo anterior, la aparición de Ángela Ponce, Miss España, en la farándula de este año y las decisiones de algunas otras celebridades, como Bruce Jenner y Florencia de la V, de cambiar de sexo, han traído el debate con una fuerza atronadora y sin el debido “tiempo de transición” que hasta hace poco se daba a los temas polémicos como medio de ganar su aprobación y de moldear la conciencia de la opinión pública.

Los transexuales, que una década atrás figuraban poco en nuestro consumo cultural, son ahora protagonistas de series, influencers y hasta candidatos en certámenes de belleza. La opinión general, para colmo, los ha puesto en un estado de perfección y como modelos de moralidad y de éxito (igual que años antes con los homosexuales, pero con una velocidad y fuerza superior a estos). La gente, por tanto, actúa con reticencia frente a esta tendencia, que, no podemos negarlo, encarna peligros y no tiene ninguna base sólida que sustente todas las maravillas que se ven en la televisión, es decir, ¿Quién nos dice que todos los transexuales son felices? ¿Que ninguno de ellos se ha arrepentido? ¿Que todos tienen trabajos maravillosos y vidas de lujo, que todo heterosexual común envidia? En primer lugar, los transexuales comienzan a meterse en ámbitos que no les pertenecen, como el deporte femenino, y se erigen como campeones de halterofilia o lucha libre, ¿Las personas no se dan cuenta de que su condición les da una ventaja injusta frente a las mujeres biológicas? ¿No se dan cuenta de que la facilidad con la que ganan no es una simple coincidencia? Podríamos mencionar, como un equivalente, el caso de la maternidad, donde mujeres-trans de, por ejemplo, Argentina argumentan que los hombres no pueden opinar sobre el aborto, debido a su falta de útero, ¿no se dan cuenta de que esto aplicaría también en su caso? ¿Creen que por el hecho de ser legalmente mujeres les tocaría ser madres biológicas de la persona y no padres?

Cuando alguna de estas preguntas se les pone, deciden salir por la tangente o tachar a la persona de transfóbica. Más aun, este es otro ataque común que se da en el caso de que una persona se niegue a salir con un transexual, debido a su condición. Este fue, por ejemplo, el caso del programa de Reino Unido, Gran Hermano, donde un concursante fue atacado por no querer besar a una chica, que había nacido en el cuerpo equivocado. De nuevo, podemos hacer un paralelo de esta situación con lo acaecido a la marca de lencería de Victoria´s Secret, recientemente, vituperada por no querer utilizar chicas-trans, ¿Desde cuándo es obligación contratar o salir con alguien, aunque no se quiera? ¿Por qué esto es malo solo en los transexuales, cuando pasa también a los heterosexuales? ¿La compañía está obligada a elegir según lo que se le diga? Así, las quejas y ataques de la supuesta “transfobia” de la actualidad son, de fondo, el justo derecho que tiene una persona a decir que no está de acuerdo con algo y a exigir una equidad basada en la realidad y no en la autopercepción.

Lo políticamente correcto, cada vez más odiado e inútil, muestra como es, fundamentalmente, una doctrina que se debe seguir al pie de la letra, casi a la manera de ciertas sectas, y donde el valor de la libertad personal está anulado. Las críticas a la transexualidad se ven, por un lado, debido a la falta de tiempo que ha tenido para aclimatarse en las conciencias colectivas y, por otro, en razón de los derechos injustificados que se quiere arrogar para entrar a territorios vedados y obtener privilegios. La supuesta transfobia, entonces, no es nada de otro mundo, y como la mayoría de las causas que acoge la izquierda, nada de los que debamos preocuparnos.


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