Es hermoso seguir leyendo en 2014 que no hay música nueva, que hace rato "no pasa nada". Ese tipo de sentencia suele hablar más de quien la dice (muchas veces periodistas prestigiosos; otras tantas, ¡los mismísimos músicos hablando de sus colegas!) que de lo que sucede en las márgenes de la industria. Lo que pasa, pasa siempre, y bien sabemos que esto de escuchar música es un ejercicio trabajoso que unos cuantos no están dispuestos a llevar a cabo...
Hace un par de semanas creé una carpeta en el escritorio de mi PC que se llama 2014 y tiene más de ochenta discos nacionales editados este año. De a poco, entonces, trataré de que hacer justicia con este año tan fructífero (mucho de lo que hay en la carpeta está buenísimo). Esta vuelta, vamos con cuatro novedades solistas:
Juan Irio - El ideal de lo común: En lo que va del año hubo tres bandas platenses y bellas que anunciaron su despedida: Orquesta de Perros, Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete y Thes Siniestros. Juan Irio, cantor de estos últimos, se encarga en su debut solista de tocar casi todo, acompañado por un desertor de las otras dos bandas que dijeron chau por estos días, el joven y talentoso guitarrista Lautaro Barceló. El ideal de lo común tiende un puente sonoro con la melancolía de Dorado y eterno (último y gran disco de los Siniestros), aunque profundice en los climas más reposados y las canciones de duraciones larrrgas, casi de responso (La derrota, Canción para Carola, Nuestro error) y tristeza que acaricia (Este tiempo no fue hecho para nosotros, Los ídolos). La naturaleza anuncia soledad (El pinar) y futuro (Trepar el ciruelo) y las letras levantan la vara del rock argentino del último lustro: poéticas, milimétricas. Advertencia: no lo dejen pasar.
Gastón Massenzio - Otra luz: Si hay un sello que dio en la tecla en 2014, ése es Fuego Amigo Discos: todo lo que escuché bajo su etiqueta es original y de buena factura (irán cayendo aquí de a poco). Otra luz parece, de buenas a primeras, una celebración de la amistad, la distensión y la simpleza en la que el también platense -aunque radicado en Capital- Massenzio se rodea de amigos/invitados para colorear canciones sencillas y cálidas (Sol distante) y otras más bien taciturnas tirando a oscuras (Lago congelado; la psicodelia acústica de Incógnita (cuatro años luz), ¿será para Cerati?). Con las escuchas nos vamos dando cuenta de que triunfa el costado más introspectivo: cuando Massenzio se sienta al piano en La última noche -balada dark- y Alma sin voz -beat de trip-hop + voz femenina fantasmagórica, cortesía de Mene Savasta- remite a los Thom Yorkes y Fionnas Apples del mundo... y sale muy bien parado.
Juan Ravioli - Allá voy / Bajo la sombra: Celebramos que tras cuatro años de silencio discográfico haya vuelto Juan Ravioli. Es un retorno particular: sólo dos canciones en casi veinte minutos. Más que un simple, aquí bien puede hablarse de un extended play; pero esos resultan meros detalles técnicos, porque Allá voy y Bajo la sombra son ante todo batallas ganadas a los estándares de la canción pop, un desafío duracional al encorsetamiento capitalista (!), y lo justo y necesario de todo el universo sonoro de Juan compactado en dos piezas extensas. La una, Allá voy, entre el western y la contemplación spinetteana; la otra, Bajo la sombra, de impronta prog-pop y leves gestos folclórico/jazzísticos... aunque en el cierre vire a melodrama casi metalero. La soledad se torna eje temático: "Todas las voces que alguna vez hicieron eco en mi interior, se van" o Esto Debe Ser La Soledad Más Absoluta. Aunque el sonido tremendo del final lo diga aún mejor.
Leopo - Puñal 2: Debería ser pecado mortal escribir sobre un disco que se erige como "2" -o sea, la secuela de otra cosa-, sin conocer la parte "1". El lugar del puñal fue el uno... pero empecé sin lugar y quedé encantado igual. Leopo de Sarro (Surales) pela un disco lúdico al borde del ludopatismo, ese juego que también les sale a sus colegas Botis Cromático y Sofía Viola. En este caso, casi lo-fi (¡o casi hi-fi!) y casero, como si el hombre quisiera que hasta se escuche la madera de su guitarra criolla, compañera exclusiva en la aventura. De Sarro sabe que para jugar el juego hay que saber las reglas (Para resolver las cuentas/ es mejor saber las tablas./ La guitarra en sobremesa/ mejor suena) y las tiene clarísimas: ¡cómo toca la viola! Puede ser un rasgueador compulsivo o apelar a su técnica para reproducir cosas intocables (chequeen El amor en la tierra, la intro de Azucena y la breve e intensa Lagrimita, sino). Telúrico y hermoso. Y eso que no hablé de su voz aterciopelada.