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Numeros de la suerte

Por Francescbon @francescbon

NUMEROS DE LA SUERTE

Por ahí detrás anda: tan perdido como mi capacidad de enfoque

Ja: ¿y por qué nadie ha ido a relacionar 2666 con ese famoso número del diablo que albergan sus tres últimas cifras? A ver si voy a ser yo el primero que se presta a sugerir esa relación del título con lo demoníaco y con el oscuro mundo del averno. Ya tiene delito pues que sea esa la primera cosa que se me ocurre cuando voy a plantear este poco honesto post: heme aquí dispuesto a hablar de un libro que leí hace más de cuatro años. Ni me levantaré al estante a agarrarlo y hojearlo para ello. No, pues en unos días he decidido volver a leerlo en su integridad, porque en "el otro blog" haremos una semana dedicada a Chile y yo levantaré la mano y me pediré esta reseña pero ahí seré profesional y meteré esas 15 horas largas que son las que se requieren para fagocitar 1100 páginas de nada monada.Pero aquí: vamos, a ver si alguien se entera y si ese timo descarado me sirve para recibir ni una crítica solapada, ya no digamos algo físico e intimidatorio que recrimine mi poca vergüenza y me haga sentir un escalofrío de terror al cruzar la calle.Leí 2666 en 2007, aunque se había publicado en 2004 y lo había comprado en 2005, intentando leerlo en los veranos de 2005 y 2006, no lográndolo porque, simplemente, las edades de mis hijos entonces, 4 y 7, y 5 y 8, respectivamente impedían una tranquilidad suficiente y necesaria en las jornadas veraniegas de tumbona y piscina. En 2007 superé ese escollo y avancé al fin: leí por tercera vez La parte de los críticos y por segunda vez La parte de Amalfitano y, al fin, deglutí, en un rincón sombreado donde hacía incluso algo de fresco por la tarde, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi, Lo hice con cierta prisa, con cierta cautela inútil por preservar su integridad, pero es estúpido, mucho, pretender que un libro no se moje. Ese agua, esa agua, dudo del sexo del líquido elemento ahora, ves tú, está en sus hojas, y algunas están algo arrugadas y su lomo ajado y su tapa presenta un doblez debido, seguro, a mi torpeza. La premura: no lees igual 100 páginas finales de un libro de milipico que de uno de 300. Ahí ves el final y haces ese palpado de lo que quedó atrás y lo que va por delante y te agarras los machos y dices de aquí no me mueve un huracán, vengo de una gran guerra y no pienso hacer prisioneros.Por eso, cuando crucé esa frontera me precipité por puentes y carreteras y tomé la capital. Conquisté el nido del águila y desde la cúspide vi el planeta extendido a mis pies como una sábana multicolor.2666 dista de ser perfecto: obviamente muchos le encuentran una extensión excesiva y una especie de sensación precipitada. Normal: 2666  fue escrita por Roberto Bolaño con la sensación de echar el resto, con un reloj de arena al lado y con la lista de espera para encontrar un hígado compatible. Seguro que Bolaño escribió y escribió a toda máquina y llenó folios y folios, o documentos word o lo que coño hiciese, a los que seguramente apenas tuvo tiempo de darles un orden debido. Escribió cinco novelas con una relación entre ellas solamente algo más concreta que la relación que mantenían de una u otra manera todas sus obras hasta entonces. Les echó por encima una salsa unificadora que representaba un gancho poderosísimo: los crímenes de Ciudad Juárez, aquí llamada Santa Teresa. Nadie debe pensar que 2666 es un libro dedicado a desentrañar lo que hay detrás de los crímenes. Todo el que empiece su lectura convencido de que llegará a su resolución en una decena de últimas páginas de culminación de crescendo que se vaya olvidando. 2666, con todo lo que se ha borrado de mi memoria en esos cuatro años, pendiente de que en unas semanas lo redescubra, es una galería de horrores de diverso tamaño e importancia. Es metaliterario, policíaco, histórico y truculento tanto individualmente como en sus combinaciones. Es, aunque otros libros de Bolaño le pasaron por delante por lo asequible de su tamaño comparado, el libro que me hizo abandonar al polvo y a la intemperie montones de libros de management. Es el brote verde de la lectura que volvió a plantarse en un parterre de la terraza y, años después, es una plantita que sobrevive a los inviernos si no hace demasiado viento. Es tan insignificante como libro que tardé tres años en acabar con él pero tan importante como concepto que, sin abrirlo, ya iluminaba el estante donde reposaba paciente.Si no lo entendéis, no puedo hacer nada más.

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