Es la típica frase que nos decimos siempre cuando se nos va de las manos: "Nunca más vuelvo a beber". Afirmación más incumplida que esa es difícil de superar; quizá la de "el lunes me pongo a dieta" compita muy de cerca, pero con menos afección inmediata a la salud. Sin embargo, por dar un paso más, lo de "nunca más vuelvo a beber" tiene un añadido si cabe más sangrante: "la noche anterior a unas elecciones". ¿Por qué? Muy sencillo. Ahí va mi análisis sesudo tras morir y resucitar (¡gracias a Dios!).
Una se vacila un poco con lo de la jornada de reflexión y considera que lo mejor, después de pasar un día de supuesto descanso, es comentar con las amigas de siempre los escenarios posibles tras unas elecciones importantes como las de ayer. Una se considera muy comprometida y educada en valores y sabe que siempre hay que ir a votar; también sabe una que en su entorno, quizá por eso o quizá no, sus mejores amigas opinan de forma muy similar. Pero, ¿qué sucede cuando, de pronto, con un vino en la mano ( solo una copa, ¿vale? y prontito a casa) se atasca uno de esos análisis? Pues suele pasar algo así: "Oye, nos tomamos otra copita y nos vamos enseguida, niña".
Cómo dejar atascado un asunto tan importante e irnos a casa sin resolverlo. Segunda copa de vino. La noche de pronto se ralentiza y se enciende. "¿Pero cómo es posible un pacto entre Pepe y Juan? Eso va contra natura, los ciudadanos no lo perdonarían". "Ya, bueno, pero al final ya sabes, es cuestión de sumas; por cierto, me voy ya para casa". " Espera, un gintonito, ¿no? Que ya este mes puede que no nos veamos... Ay, qué agradable está la noche en la terraza".
Gintonito al canto. Lo de -ito no lo entendió el camarero, qué se le va a hacer. Total, hace tanto que no bebo...
Ya el restaurante está a medio recoger, iba a llegar temprano a casa, pero ¡fíjate!, las once y media de la noche... Al menos hemos resuelto el panorama nacional, autonómico y local para los próximos cuatro años y eso merecía esas copillas. " Las invito a la última copa ", nos dice el dueño del local. Miradas fijas, sonrisas de monalisa. "No, Felipe, te lo agradecemos mucho". ¿Qué hizo Felipe? Nos puso la última. Muerte segura, pero en ese instante no lo sabíamos.
A las doce, como Cenicienta, en casa. Uf, qué volada llevo. Whatsapp para aquí, risas para allá, agárrate mañana que tengo que ir a votar con mi madre y madruga, dice una; duérmete ya que encima estás alegrita, apunta otra. Uy, no puedo, tengo un helicóptero encima, me quedo en la tele hasta que se me pase... 4 de la mañana, visita obligada al baño, a morir tristemente en el suelo frío de azulejo beige (¿han pensado lo feo que es un azulejo beige?) Vuelvo a la cama. Por favor, por favor, que por una vez en la vida las niñas no se despierten de madrugada. ¿Lo dije de verdad? Media hora después estoy como una loncha de queso en un sandwich preso por dos golfiantas que solo quieren "domir con mami".
Amanece, que ya es, y quieres morirte, morirte pero ya. Has quedado para desayunar temprano con la familia, después de votar. Te arrastras al baño, la cabeza te estalla. Más whatsapp amistosos: "seguro que nos echaron algo en la bebida, ponle el cuño" y risas y risas por no llorar. Ibuprofeno por kilos, ¿es posible?
Llegas al colegio electoral, las niñas quieren votar "a los buenos" y meter las papeletas en las cinco urnas. ¿Tenías claro los cinco votos, verdad? Ahora busca en la cabina 5 papeletas entre al menos 10 opciones por cada una. ¿Y Europa? ¡Madre mía! ¿Cómo se llamaban los de Europa? Votas, desayunas y ¡oh, cielos!, "quiero ir a la piscina chiquitita, mami". Panza de burro raruna con claros de sol que rajalaspiedras, la cosa estaría para hundirte en el agua pero no has traído el bañador ni la toalla. Finalmente llegas a casa y solo quieres dormirte oyendo de fondo a Lady Bug para que las tuyas se duerman la siesta. Pero no, hoy siesta no les apetece.
Y así con todo. No vuelvo a beber. ¿Habré cogido bien las papeletas?